Epílogo

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— ¿Ya estas lista, amor? —llamó mi atención del otro lado de la puerta

—No quiero usar vestido —me quejé logrando que Alex entrara en la habitación sin previo aviso.

—Pero es una fiesta formal —intentó convencerme pero yo lo ignoré quedándome de brazos cruzados—. Anda ¿quieres que escoja uno para ti?

—Ni lo sueñes —exclamé levantándome de golpe—. La última vez que me has elegido un vestido terminé pareciendo una anciana.

—No ha sido mi culpa —intentó defenderse inútilmente.

—Ya vete —dije empujándolo hacia la puerta—. Me pondré guapa para ti —bromeé dejando a Alex fuera.

—No puedes ponerte más guapa —mencionó sonriente para luego darme un corto beso y desaparecer al bajar las escaleras.

Llevábamos un año saliendo y era increíble. Lo mejor de todo fue que no intentó ocultarme y eso incluye presentarme oficialmente como su novia ante sus suscriptores y nuestros amigos. Nuestra relación de amistad no se había visto afectada en lo absoluto, seguíamos siendo inmaduros el uno con el otro y golpeándonos como niños. Además ahora tenía 19 años. Terminé por mudarme con Alex por completo. Mi apartamento anterior estaba completamente deshabitado y allí permanecía entre las polvorientas paredes aquel mural tan inmaduro que había hecho.

Cogí el hermoso vestido morado que Vegetta me había regalado para mi cumpleaños. Era holgado y me quedaba unos centímetros por debajo de la rodilla, además lo combiné con zapatos de plataforma negros y mi cabello rosa desordenado. Tanta prolijidad me estaba agobiando pero esta una muy elegante fiesta de cumpleaños de un amigo de Mangel y debía obedecer la regla.

Me maquillé muy poco como era de costumbre y salí del cuarto en busca de Alex quien estaba sentado en el sofá observando desinteresado el móvil con un traje muy sofisticado.

—Disculpe caballero —bromeé tocando su hombro para llamar la atención—. Busco a mi novio: un pringado que parece un duende ¿lo ha visto?

— ¿Qué formas son estas de tratar a tu novio? —se defendió sonriente mientras me examinaba de pies a cabeza.

— ¡Mírate! —exclamó tomando mis manos—. Pareces una princesa —volvió a besarme como si quisiera recompensarme de esa manera—. ¿Ese es el vestido que te ha regalado Vegetta?

—Es hermoso ¿verdad? —afirmé con regocijo—. Él sí tiene buen gusto, no como otras personas que conozco —hice énfasis en la última frase.

—Ya, deja de burlarte —extendió su brazo hacia mí—. ¿Vamos, darling?

— ¿Darling? —pregunté irónica. Él insistió en que le siguiera el rollo—. Vale, vamos.

Salimos de la casa sin más y en la puerta nos esperaba la limusina que el anfitrión había contratado para que recogiera a cada invitado. Al parecer el chaval era millonario o algo así porque no escatimó en gastos. Entramos al lujoso vehículo y éste se puso en marcha.

En el recorrido hacía el lugar nos sentimos observados o al menos en un lugar no muy privado donde mantener una conversación. Por tal motivo permanecimos en silencio tomados de la mano y observando por la ventanilla.

Al cabo de unos minutos llegamos al enorme salón de fiestas. Estaba decorado de forma exquisita y elegante, como en las fiestas de las familias reales en los cuentos. El color predominante en el lugar era sin dudas el dorado, incluyendo las mesas, el escenario y la barra de tragos.

— ¿Crees que podré tomar alcohol? —susurré a Alex quien me miró con desaprobación.

—Claro que no, no después de la última vez —respondió con toda seguridad—. No hay alcohol para ti.

MADURA «Rubius & Tú»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora