Capítulo 18

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Cuando Robert vio aparecer por la puerta del almacén a Daniella, no pudo contenerse en ir a saludarla. Llevaba un vestido corto ajustado al cuerpo sujetado por el cuello, era negro con un estampado muy bonito en dorado que recorría todo el escote y bajaba por el estómago hasta que en la cintura se separaba en dos cenefas que seguían por las piernas. El escote le hacía un pecho muy bonito del que ella podía presumir. Los zapatos eran negros con un estampado dorado que hacía juego con el vestido. Priscila la había ayudado a recogerse el pelo en un moño bajo, un par de mechones le caían a la cara en forma de onda. También la había maquillado con un aire muy natural, tonos nude con la línea de los ojos y las pestañas muy marcadas, y los labios en mate. 

- ¡Buenas tardes, preciosa! - sonrió Robert con una mirada lasciva -. ¿Hoy nos va a servir usted?

- Buenas tardes, Robert - dijo a desgana -. Sí. Por lo visto soy la única camarera.  

- Entonces… ¿esta noche estará libre?

- No, esta noche no.

- ¿No le dan fiesta sus jefes? ¡Eso es explotación! - Dio un manotazo en el mostrador indignado demostrando que era un jefe ejemplar.

- Sí que me dan. Pero he quedado en cuanto salga de aquí - no quería contarle nada sobre su vida, pero él insistía.

- Espero que no haya quedado con alguien a cenar cuando yo lo pregunté primero…- soltó en tono gracioso, aunque queriendo recordar su prioridad.

- No. He quedado con una amiga - en cuanto se enteró que tenía la noche libre, llamó a Raquel para que se pidiera fiesta al día siguiente, y así no tener que trasnochar. Ella no lo dudó, pues le debían días. Sería una noche para ellas dos.

Daniella se disculpó por el trabajo que tenía que hacer y se fue a coger una libreta y un bolígrafo para apuntar los pedidos. Mientras se iba acercando sólo tenía ojos para Adriel. Era impresionante, parecía serio pero ella lo había visto sonreír un par de veces, su sonrisa era perfecta. Estaba deseando coger su comanda para que la mirara a los ojos, y así se fijara de una vez en ella, pues no la había mirado ni una sola vez desde que había entrado al club. Cogió el pedido de ocho personas, entonces el siguiente era él. La miró, sus ojos eran intensos, no había casi luz en la sala pero esa mirada verde destacaba por sí sola. Pidió su bebida y se quedó impasible, como si ella no estuviera. Daniella quería llamar su atención, pero no sabía cómo. En cambio, había más de uno que sí había notado su presencia, lo cual la incomodaba un poco. Le gustaba vestir sexy, pero que la miraran sólo aquellos hombres que ella quería, no los babosos que miraban a todo lo que enseñaba piernas.

Tenía que preparar un montón bebidas, pero ningún cóctel, casi todo eran cervezas, vino y refrescos, se notaba que la noche para ellos iba a ser larga y se tenían que controlar. También había encargado John un par de bandejas con canapés. La camarera hizo varios viajes para llevar todo a las mesas. Todos estaban en la zona de los pufs, juntaron varias mesas y se sentaron alrededor. Después de llevar todo lo que le habían pedido, se fue a la barra y se sentó en la cámara de las bebidas esperando que le pidieran más cosas. Estaba mandando whatsapps a sus amigas a ver si alguna le respondía y se le hacía el rato más ameno. Un hombre trajeado y con el pelo canoso junto a una mujer con falda y chaqueta rosa palo bajaban las escaleras con John.

- John, ¡el club es increíble! El decorado es maravilloso. Habéis hecho un gran trabajo – dijo el hombre trajeado con acento extranjero –. Stacey está encantada, ¿verdad, cariño?

- Sí, es extraordinario, cada detalle está muy bien pensado - dijo la mujer con dificultad por no dominar por completo el idioma.

- Ya sabéis que estáis invitados siempre que queráis. Para mí es muy importante que todo esté muy bien pensado, quiero que al cliente no le falte de nada.

La tentación de VenusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora