Capítulo 11

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Priscila estaba atendiendo a los clientes aquella noche de máscaras. A ella no le traían buenos recuerdos ese tipo de fiestas, pero era una apuesta segura a conseguir más clientes, y más dinero. Aquella noche de anonimato atraía a grandes empresarios y a aclamada gente reconocida por la sociedad. La regla básica era muy sencilla: no quitarse la máscara bajo ningún concepto. Todo el que iba allí lo sabía muy bien. Muchos políticos aprovechaban ese día para venir sin su mujer y de ese modo no ser reconocidos por nadie gracias a la máscara. Priscila estaba cansada de la hipocresía, por eso no estaba interesada en trabajar los jueves, que era cuando se celebraba ese tipo de fiesta.

Hacía unos siete años, Priscila dejó a su prometido. Aquella relación la hizo renacer y ser como lo que era en ese momento, como la conocía Daniella. El dolor de la ruptura era tan fuerte que decidió no ser de nadie nunca más, por eso empezó a salir de noche y conocer a diferentes chicos, comenzó a ser de nuevo una adolescente. Cuando se hubo recuperado de la ruptura habían pasado cinco años, por lo que decidió volver a entrar a un club swinger, recuperó algún que otro contacto que tenía y se unió a esa forma de vida que ella ya conocía muy bien. Una de aquellas noches a las que acudía a un determinado club swinger, era una noche de máscaras, ella había acudido con un amigo con el que solía entrar a estos clubs. Esa noche jugó con un hombre muy importante en la sociedad, pero ella no sabía de quién se trataba. Se divirtieron tanto juntos que quedaron todas las veces que había noche de máscaras, ninguno conocía su rostro hasta que un día él tuvo un descuido y se le cayó la máscara, ella lo vio y se quedó petrificada, se estaba tirando al Cardenal Arzobispo de Madrid, Alfonso Mª. Varí. Él, al ver que lo había reconocido, le quitó la máscara y vio su cara, mirándola a los ojos la amenazó diciéndole que mandaría a alguien a matarla si decía algo de lo ocurrido. Él tenía una carrera muy importante sin ninguna mancha en su historial, podría perder su puesto y no ejercer nunca más su profesión si alguien se enteraba de sus “aficiones”. Era un hombre muy poderoso y reconocido por la gente. Durante un largo tiempo Priscila estuvo amenazada, recibía cartas a casa y la seguían constantemente. Ella tenía tanto miedo que no hizo nada, ese secreto lo guardó siempre consigo. Daniella que vivía con ella cuando pasó nunca se enteró. Priscila sabía cómo actuar para que nadie se diera cuenta de su miedo. Cada año recibía un pequeño “susto” de diferente tipo, un mensaje con un significado oculto con el remitente Alfonso Mª Varí. Por ejemplo, en 2012 le quitaron el retrovisor del coche, ella se lo encontró en el maletero, el cristal tenía escrito con su propio carmín “Permanece así de callada”. Jamás volvió a jugar con nadie que tuviera una máscara. Por eso ningún jueves acudía a la noche de máscaras en La Tentación de Venus, excepto ese día, pues quería vigilar a Daniella, la conocía muy bien y sabía que podría haberse quedado. La quería mantener al margen por lo que le pasó a ella, no quería que le sucediera lo mismo. Priscila era una mujer muy fuerte, se había enfrentado a grandes dramas en su vida y siempre había logrado salir airosa, aunque con secuelas que no se irían en la vida.

Decidió ir a hacer una ronda, por si descubría a Daniella en algún sitio. Subió al vestuario, allí se encontró a Tony.

- ¿Has visto a Daniella por aquí?

- La vi hace casi una hora o así. ¿Por? ¿Ella juega esta noche? - Tony sonrió pícaramente al imaginársela en alguna habitación. Eso le sentó bastante mal a Priscila.

- Espero que no – su rostro estaba frío y muy serio. Tony decidió dejar las bromas a un lado, no quería ponerse a malas con Priscila, si un caso quería ponerse sobre ella y hacerle el amor como a nadie se lo había hecho jamás -. Así que si te la encuentras hoy u otro día, ni te acerques - le dijo apretando su dedo índice en el pecho de Tony.

- ¿Te molestaría que me acercara a ella?

- Tú o cualquiera de este club.

- Ella es mayorcita, ¿no crees?

- Sí, pero no tiene experiencia en buitres ni en adinerados sin escrúpulos.

- No me aprovecharía de ella. Tienes un mal concepto de mí.

- Te equivocas, Tony. Te conozco más de lo que tú te crees.

- ¿Así?

- Sí. Eres el guaperas que calienta la cama de las mujeres ricas y casadas, les regalas los oídos con palabrería barata. Cuando te cansas de ellas, las repudias y las dejas a un lado. Ellas te siguen llamando y tú las ignoras como si no las conocieras de nada. Cuando se ponen demasiado pesadas las amenazas con decírselo a su marido. Nunca te acuestas con chicas de tu edad porque no eres lo bastante hombre en la cama - muy despacio se acercó a su boca y le susurró -, necesitas que sea la mujer la que te domine.

- ¿Ese es el concepto que tienes de mí? - ella afirmó. Se quedó en una mezcla entre dolido e irritado. No quería que ella pensara eso de él. Lo dejó sin palabras, pero pensó que el contrataque era la mejor opción -. Tienes razón en que me gustan las mujeres mayores que yo. Pero por eso no me puedes juzgar, pues a la vista está que a ti te vuelven loca los veinteañeros. Yo no busco el dinero de ninguna mujer casada, ellas vienen a mí porque les gusta sentirse BIEN - resaltó la palabra- en la cama. Tú nunca lo has querido probar porque tienes miedo – ella se rio exageradamente.

- ¿Miedo? ¿Miedo a qué?

- A que te deje tan satisfecha que jamás vuelvas a probar nada igual  – ella siguió riéndose -. Tienes miedo a que te deje como lo han hecho los demás - pero esa frase la hizo parar de reír y cambió el gesto a enfado, quería abofetearlo, aun así se reprimió por si aparecía alguien en esa planta.

- No tienes derecho a hablar así de mi vida.

- Ni tú de la mía.

La conversación estaba creando un ambiente muy tenso. Las máscaras no protegían suficiente los sentimientos que irradiaban sus mentes, pero la mezcla de pasión, atracción, locura, deseo, despecho, rabia, la multitud de sensaciones que tenían ambos les hizo sumarse en un repentino beso del cuál ninguno sabía cómo había surgido, ni quién lo había iniciado. Sus manos sujetaban el cabello del otro y se comían la boca con desesperación como si estuvieran muertos se sed y necesitaran sobrevivir a base del agua que tenían sus lenguas. Sus cuerpos se unían con desesperación. Fueron arrastrándose poco a poco hasta llegar al vestuario. Priscila acercó su pulsera al lector de código de barras para abrir la puerta, entraron y cerraron la puerta sin apartar los labios. Se iban quitando la ropa mutuamente con rapidez como si les estuvieran cronometrando a ver quién era el primero en acabar. Cuando estaban en ropa interior Tony paró en seco.

- Esto es lo primero que sobra – le dijo quitándole la máscara dorada que llevaba puesta. Ella sonrió, y él también se quitó la suya. Le rozó el rostro con la mano –. Eres preciosa - le sujetó la cara con las dos manos y los dos se miraron. Tenían los ojos iluminados, vivos. Ambos se habían dicho muchas cosas que no querían decir, pero que se habrían dicho una y otra vez sólo por ocasionar lo que iba a pasar -. No sé porque los  hombres de tu vida te han dejado escapar, yo mataría por tenerte en la mía – ella sonrió. Hacía mucho tiempo que nadie le decía cosas bonitas, hacía mucho que no la amaban como una mujer desea que lo hagan.

Ella lo besó y acabaron haciendo el amor. Esa noche no eran swingers, esa noche eran amantes.

La tentación de VenusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora