Capítulo 01: O tus manos entre las mías.

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LEN

Es difícil enfocar los ojos en los de alguien más cuando los propios no dejan de moverse de un lado para otro, pero lo intento. Lo intento desesperadamente. Nunca he visto un par de orbes tan peculiar como los de Miku; su color entre el mar y el cielo, lo expresivos que son y la calma engañosa que desprenden. Es una tarea difícil de hacer, pero que realizo tan plácidamente que no lo pienso dos veces.

Aunque, claro, siempre hay excepciones.

El éxtasis que produce la fricción entre nuestros cuerpos, es tan delirante e inexplicable, que lo único que puedo hacer es permitir que mi memoria muscular me guíe. Una mano entre un pecho lechoso y suave, mientras la otra recorre un sendero de tez caliente hasta llegar a un lugar recóndito y húmedo, expuesto solo para ser saqueado por mis dedos. Entra uno, sale un dulce sonido gutural; otro, movimientos exigentes comprometen mi labor; uno más, el movimiento cesa y abre paso a una exquisita cascada de placer.

—¿Eso es todo? —pregunto, disfrutando ser la razón de aquel delicioso cansancio de su cuerpo.

No pierde tiempo en responderme con palabras, y con un descarado movimiento roza mi mano con su húmeda intimidad. La dejo adueñarse de mi extremidad, mientras le susurro todo lo que le haré una vez que acabe de satisfacerse ella misma.

—Te quiero dentro de mí, Len —esta vez sí abre sus ojos, esos que salen del margen de lo común. Veo deseo y autoridad—, y hazlo de verdad. Esta vez quiero sentir todo de ti.

El bulto en mi pantalón crece, deseoso de cometer todo lo que me pida, pero mi corazón se encoge, dando un vuelco doloroso sobre sí mismo. Entre el deseo y el amor, ¿cuál tiene más peso? La beso vulgarmente para no ver la decepción en sus facciones. Entregarme por completo es algo que desconozco al lado de Miku, y quiero que permanezca de ese modo hasta el día que nuestra burbuja de deshonestidad reviente.

—Ya disfrutas suficiente así como estamos, ¿no? —acaricio el centro de su placer.

Gime.

—Pero quiero más de ti, mucho más. Y puedo sentir que tu igual.

En cuanto a mi sexualidad se refiere, Miku es la persona que más me conoce, así que no es sorpresa cuando, sentado sobre mí, sintiendo al máximo su chorreante humedad, recorre el contorno de mi oreja con su boca, tan lentamente que de la mía propia se escapa el evidente placer que me provoca.

Cada vez que nos encontramos así, me es más difícil establecer los límites.

—Claro que puedes sentirlo, porque te deseo muchísimo. Enciendes cada rincón de mí—excepto mi corazón —, que con tan solo verte me hace fantasear en nuestro próximo encuentro—el calor que creamos juntos, las gotas de sudor... —. El sonido de nuestro cuerpos rozando nuestra intimidad, sentir tu humedad como una segunda capa de piel—eso es lo que añoro de ti, no tu risa, la vibración de tu voz al reír —.Eres una bomba de deseo para mí, dulzura —no para amar —.

—Mmm, me encantaría que lo demostraras poniéndote entre mis piernas.

—O tus manos entre las mías.

Ambos reímos.

Pasan los minutos, la canción de nuestras caderas moviéndose al compás del placer, el acoplamiento ardiente de nuestras lenguas, el dibujo de mis abdominales trazados por sus manos, todo suma más, más, y más calor a la temperatura de mi cuerpo ya incandescente. El nudo del agobio es tal, que decido ceder y  despojarme de todas mis prendas inútiles.

—Tú ganas, dulzura —puedo sentir el ardor excesivo de mis mejillas, casi asfixiante—, quítame la ropa que tú quieras.

No paso por desapercibido el espasmo de sorpresa que invade su cuerpo ni tampoco la rapidez con la que capta el sentido de mis palabras. Nunca nos habíamos desnudado completamente los dos, incluso ahora, Miku está con su ropa interior y yo con todo menos mi camiseta.

—Muy bien —su voz tiembla—, entonces dile adiós a tu pantalón.

Muerdo suavemente su barbilla, concentrándome en la refrescante sensación de mi piel erizarse ante su tacto. No ceder ante el todo de sus caricias requiere más fuerza de voluntad de lo que pretendo admitir ante ella. 

Gimo cuando sus manos acarician el creciente bulto entre mi pantalón, y siento como mi autocontrol se desvanece cuando humedece sus largos dedos con su saliva. Trago el nudo instalado sin mi consentimiento de mi garganta, mis nervios son una combinación de ansiedad e inquietud.

—¿Así es como te hago sentir, dulzura? —mis labios descendiendo hacia su cuello, mientras su manos se pierden dentro de mi pantalón—. Tan fuera de sí, esperando un placer que nunc...

—¿L-len?

El placer muere tan rápido como mis palabras.

— ¡LEN!

No.

Con vergüenza, mi cuerpo se petrifica sin ninguna voluntad de moverse, como diciéndome «quédate así, vulgar y expuesto delante de ella»; los labios en el cuello de alguien ajeno a la relación, el éxtasis plasmado en mis facciones, el cuerpo de una conocida sobre el mío, el olor a sexo de la habitación, vergüenza.  

—Rin —mi voz resuena de forma tan clara y exhaustiva que delata irremediablemente mi accionar de hace apenas unos segundos atrás. La realidad cae ante mí —. Rin, yo...

No tengo excusas.

¿Qué hice?

—¿Por qué? —por un momento siento como el corazón se me cae a los pies, y ese dolor es suficiente para hacer reaccionar mi cuerpo y apartar a Miku de mí— Dime por qué, Len, dímelo para poder irme de aquí —un sentimiento desconocido emana de mi pecho. Duele. Y ni siquiera soy capaz de imaginar cómo debe sentirse ella—. Eres una mierda inhumana, ¡¿querías que te viera así de repugnante?! ¿Con las manos de alguien más dentro de ti? No entiendo el por qué, creí que estábamos bien, y si no era así, ¡por qué dañarme así!  ¿Por qué me cit...

—Cállate y vete de aquí, Rin. Ahora mismo. No me importa ni tu dolor ni el esfuerzo que estás haciendo por no derrumbarte aquí mismo —una breve pero cruel risa resuena por toda la habitación—entre toda la ropa que tu novio y yo nos hemos sacado. Estás en mi casa y no te quiero aquí, ¿oíste?

El rostro de Rin lo adorna la incredulidad, mientras que el mío palidece del asombro . ¿Qué acaba de decir Miku? La crueldad de sus palabras, la ironía en su voz, el placer del sufrimiento ajeno. Por un breve momento, un atisbo de odio envuelve mi anatomía.

Mi boca se abre dispuesta a arrematar con ella, contra su crueldad con Rin, cuando esta dice:

—¿Tan patética eres para burlarte así de mí? Eres una mierda tan grande como Len, y no por estar con él, sino que sabiendo que estaba conmigo, conociéndome, habiendo convivido antes las dos, ¡accediste a estar con él! Y eres todavía peor, porque aún cuando ves como me duele todo esto, te expones cruelmente ante mí ¿para qué? ¿Quieres que vea lo bien que la han pasado dándome la cara? Como mientras yo confiaba en él, ustedes tiraban aquí no sé cuántas horas, cuánto tiempo. Dime, Miku, ¿quieres que diga lo destrozada que me hace sentir ver como la persona que amo marca tu cuerpo tan vulgarmente? ¡Porque lo hace como no tienes idea y no necesito que alguien tan cruel como tú me lo recuerde! 

Y sin más, cruzó la puerta, dejándome a Miku y a mí sin palabras, consternados y a uno de nosotros dos con el corazón roto y avergonzado. 



¿Me perdonas? | RiLenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora