A la mañana siguiente los chicos y sus padres se levantaron temprano, como de costumbre se fueron al gran comedor. Ese día Dumbledore se paró frente al estrado para hablar, lo que les sorprendió mucho a todos si él tenía que decir algo por lo general solía decirlo durante la cena y no en el desayuno.
—¡Buenos días a todos! —saludó el director—. Espero que hayan dormido bien y sobre todo que hayan disfrutado en demasía del día de ayer (Al decir esto miró perspicazmente hacia la mesa de Gryffindor y luego a la de los profesores) ¿Recuerdan cuando les dije que la finalidad de este torneo era principalmente crear o afianzar los lazos de amistad entre todos? Pues hoy nos daremos esa oportunidad.
El gran comedor permanecía en silencio, aguardando el momento en que Dumbledore revelara cual sería la nueva locura que les tendría preparada
—Lo que quiero decir —continuó con la explicación—. Es que ya basta de separar las casas, a partir de hoy tienen la oportunidad de sentarse en la mesa que deseen e invitar a los amigos que deseen, sean de la casa que sea.
El recinto se llenó de aplausos pues muchos alumnos tenían amigos en otras casas como Luna Lovegood y su padre a quienes Harry llamó para que se sentaran junto a ellos en la mesa de Gryffindor.
Muchos padres e hijos migraban de unas mesas a otras pero Hermione estaba observando con aprensión que todo el mundo evitaba a los Malfoy y a los Lestrange que lucían bastante tristes.
—Es inútil —se lamentó Narcisa con pesar—, por mucho que hayamos cambiado para los demás seguiremos siendo los mismos de antes.
—Sí, tendremos que resignarnos a que nos odien —añadió Bella mirando con dolor a la familia Longbottom que evitaba su mirada.
—No importa —saltó Lucius—. Nos tenemos los unos a los otros.
Pero en ese momento una simpática voz los llamó desde la mesa de Gryffindor. Era Arthur Weasley que les hacía señas con la mano mientras Sirius ponía los ojos en blanco.
—¿Por qué rayos tenías que llamarlos? —preguntó Canuto con fastidio.
—No empieces, Sirius —lo reprendió el señor Weasley.
—Es cierto —confirmó Hermione—. Si el señor Weasley no los llamaba entonces lo iba a hacer yo.
—¡Miren! —exclamó Rodolphus con alegría—. Es Arthur Weasley, nos está invitando a la mesa de Gryffindor.
Hermione, los gemelos, Harry, Ginny, Luna, Ron y Neville también les hacían señas con la mano.
—¡Hijo! No creo que sea correcto... —trató de hablar Frank.
—Papá, solo van a desayunar con nosotros —alegó Neville—. Por favor hagan a un lado el rencor al menos por hoy, para mí también ha sido terriblemente difícil pero perdonar me ha hecho libre.
Los Malfoy y los Lestrange ya se levantaban de sus asientos para dirigirse a la mesa de Gryffindor
—Me he fijado que la gente los evita —comentó el señor Granger—. ¿Por qué?
—Es que ellos solían ser mortífagos —explicó Lily.
—¡Dios mío! ¿Te refieres a los que odian a los Muggles? —preguntó la señora Granger con nerviosismo mientras se cubría la boca con las manos.
—No te preocupes, Anastasia —la tranquilizó la pelirroja—. Ellos se han reivindicado.
—Yo no estaría tan seguro de eso —refutó Sirius.

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¡Lily estás viva!
RomanceUna mujer despierta de un larguísimo letargo, aterrada y confundida ¿Qué pasará cuando se dé cuenta de que han pasado muchos años y que se perdió toda la infancia de su hijo? El mundo parece haber dado un giro de 180 grados en el mundo mágico y much...