LO QUE ME QUEDA DE TI.

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Me desperté a causa de la luz que se colaba por la persiana de mi ventana, el olor a café era evidente y raro, no suele haber ese tipo de olor por las mañanas. Abrí mi ojo derecho con dificultad mientras me refregaba el izquierdo y terminé por bostezar.

Me senté aún asimilando que ya era el día siguiente y que el reloj marcaba las 10:15 AM, al notarlo mi estómago comenzó a crujir.

Los pasos que provenían de las escaleras se acercaban más y más y una bandeja cargada de alimentos para el desayuno apareció delante del cuerpo de un hombre bastante atractivo. Oh, esperen, es Alan.

— Buenos días, pensé que te encontraría dormida aún.

Apoyó la bandeja en el colchón sentándose a mi lado.

"Están en la misma cama..."

"¿Sí? No lo había notado"

"Yo que tú, aventaba todo al carajo y te lo desayunas a él"

— Buenos días, digamos que no acostumbro a despertar con la persiana abierta y el olor a café me despabilo un poco.

—Espero que no te moleste, me tomé el atrevimiento de preparar el desayuno para los dos.

Me tendió una de las tazas y le sonreí en agradecimiento. Luego saboreé la bebida caliente.

— Oh, no. No es posible que hagas el café mejor que yo.

Hice una mueca dramática y llevé la mano a mi frente logrando obtener toda su atención, me observó preocupado, pero después se carcajeó con ganas y me dejó una tostada untada con mermelada.

— Estoy seguro que hay muchas cosas en las que me puedes superar.

— Eso está clarísimo.

Mordisqueé mi tostada.

— Qué modesta.

Me miró con algo de sorna.

— Hoy tendré que salir un rato, pero volveré antes de las cinco.

— Aprovecharé para hacer algunas cosas.

Contestó mientras masticaba una galleta.

— No recordaba tener esas galletas...

Fruncí el ceño.

— Las tome prestadas.

— ¿Qué?

No entendí a qué se refería, sin embargo, parecía tranquilo con lo que sea que haya hecho, hizo un gesto de indiferencia con su mano libre y prosiguió.

— Fui al supermercado que está a un par de manzanas, tenía que conocer el lugar y ya de paso traer algunas cosas para comer.

— . . .

— No me mires así, no tengo cómo pagar si no me ven.

Negué entre sorprendida e indignada, era raro que mi ídolo tuviera que robar cosas y hasta cierto punto me resultaba gracioso, pero no lo era.

— Podías esperar a que me levante si querías galletas.

Terminé de comer y me dediqué a beber el café mientras lo miraba por encima de la taza.

— Será para la próxima.

Se levantó de mi cama y empezó a ordenar las mantas que tenía en el sofá, aún con el pijama puesto. Chasqueé la lengua con diversión.

— Te conseguiré algo de ropa, no puedes pasar así vestido todos los días.

— A mí no me molesta. Pero cuando tu padre vea que le falta ropa se preocupará y pensará que otro hombre duerme en esta casa.

Bromeó.

¿Y no es así?

— Claro que no.

Terminó de doblar la última frazada.

— Yo soy un fantasma, por ahora.

Rompí en una carcajada mientras me acercaba al ropero para coger ropa y una toalla. No tardé mucho en bañarme y aprontarme. Subí rápidamente hasta mi cuarto para tomar mis pertenencias y lo encontré viendo la televisión.

— Tienes mi permiso para leer algún libro si así lo deseas, la casa es tuya, volveré en un rato.

Inconscientemente me acerqué a él y lo saludé con un beso en la mejilla, algo que al parecer le agradó porque su encantadora sonrisa no se hizo esperar. Miré celular tenía algunos mensajes sin leer, me ocuparía de ellos en el camino.

Debía pasar por la casa de una amiga, pero antes iría a comprar prendas para mi invitado. Me dirigí a un par de tiendas de ropa masculina y al no estar acostumbrada a comprar para otros (mucho menos del sexo opuesto) calculé la medida y terminé por llevar algunos pantalones, camisetas, calcetines, y algunos calzoncillos. Esa era la parte más vergonzosa del día.

Mientras tanto, Alan en casa de Emma:

Se dedicó a tomar una buena ducha antes de empezar con sus planes, luego recorrió cada parte de su cuarto aprovechando que no estaba. Era más que obvio que la curiosidad iba a matarlo antes de que intentara hacer caso a las órdenes de "no tocar su carpeta de dibujos ni fotos ni el ordenador y mucho menos su libreta de anotaciones". Bueno, el ordenador podía esperar, no se llevaba muy bien con la tecnología.

Entre los libros encontró una libreta muy bien escondida que perfectamente podía pasar según su portada, por un libro antiguo y aburrido. Sintiéndose orgulloso de su descubrimiento empezó a hojearlo. La chica tenía talento ¿Por qué negarlo? lo que le extrañaba es que no dejase que él viera eso y a su parecer, que nadie más lo haga, pues estaba muy bien guardado, siguió pasando las hojas hasta llegar a una donde él texto se titulaba:

Lo que me queda de ti.

No me quedan tus caricias, no me quedan tus besos,

no me quedan tus miradas y mucho menos tus palabras.

No me queda nada de lo que no me pertenece.

Me queda tu voz a lo lejos, las caricias ajenas,

los besos que envidié, palabras que escuché,

y los sueños que soñé.

Me queda el eco de aquella sonrisa contagiosa,

tus gestos inconfundibles, tu pasión por lo que amas.

Una canción perdida en alguna parte de tu trayectoria,

mis deseos, que te pertenecen y mis sueños no soñados.

Aquellos que solo aparecen cuando estoy despierta para decirme:

sígueme y no me dejes ir.

Aquellos que después de todo, sí tuve que dejar ir.

Me queda mi amor por ti y lo que no cumplí.

Me queda amarte por siempre. 

¡Mi ídolo es un fantasma! /ARREGLANDO REDACCIÓN/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora