MI ALMA ESTÁ AQUÍ.

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Un gesto muy familiar se plantó en su cara alzando la ceja mirándome entre divertido y sarcástico.

— Créeme, se te acalambrará el brazo mucho antes de que puedas lastimarme con eso, baja la voz.

Me señaló con su índice

— ¿Dirás que no sabes quién soy? ¿Las lágrimas que derramaste te borraron la memoria?

Bajó su mano y la entrelazó con la otra mirándome imperturbable esperando una respuesta, lo comparé con un niño que esperaba ansioso que le lean un cuento o con un niño sorprendido por lo que veía. Pero la sorprendida era yo.

— ¡¿Cómo quieres que no grite si hay un muerto en mi cuarto!?

Susurré entre dientes agitando mis brazos para todos lados mientras protestaba y lo miraba queriendo gritar aún más fuerte de lo permitido.

— Que observadora.

Se cruzó de brazos.

— No puedes ser él.

Mi voz se entrecortó, la tristeza volvía porque ahora era consciente de que eso era imposible, todo era producto de mi imaginación. Junté mis cejas y mi voz se agravó.

— No eres real, eres todo lo que quiero ver y no puedo tener. No Alan.

Dejé caer el brazo con el que lo apuntaba y suspiré con algunas lágrimas cayendo.

— Soy yo, soy Alan.

Refutó convencido y pausando en cada palabra como si estuviera intentando explicarle matemáticas a una chiquilla que apenas comenzaba primaria.

—No, él murió.

Le corregí enojada sin saber con quién o el motivo.

— Alan murió hace casi un mes de cáncer dejando sola a su mujer y a miles de fans. Alan está enterrado metros bajo tierra.

—Mi alma está aquí.

Sonrío tan genuinamente que me hizo estremecer, era aquel hombre que siempre me había llegado al corazón. Aquel del que podía sentirme orgullosa.

—Estoy aquí porque tú lo pediste, tú me pediste que demostrara que tus sueños podían hacerse realidad.

—No entiendo.

Susurré.

—Tu sueño.

Respondió. Y lo recordé, una semana atrás había soñado con él. Era una habitación demasiado blanca, casi que encandilaba y estaba sentado en un sillón mientras y me acerqué lentamente para sentarme en silencio. No se veía débil ni triste, se le veía en paz y calma, con sus ropas en color claro, su cabello perfectamente peinado.

— Buenos días, Emma.

— Alan.

Sonreí mientras él asentía con la cabeza, divertido.

— Ese soy yo.

— Creo que eres el mejor sueño que tendré en años.

— No si puedes soñar despierta.

— Creo que tu partida me dejo demasiado devastada como para soñar despierta. La vida no se basa en sueños, Alan.

Una carcajada se escuchó desde lo más profundo de su garganta, me sentí ofendida.

— Pídeme lo que sea, te enseñaré que los sueños son reales.

— Quédate a mi lado.

— Te asustarás.

— No me importa, quédate a mi lado.

— Deseo concedido, Emma.

Desapareció lentamente sin dejar de verme sonriente, la habitación se volvió más blanca de lo que era y desperté al rato, extrañada.

. . .

— ¿Cómo es posible?

Pregunté sin acercarme todavía.

— Las personas que mueren solo van a donde quieren ir.

— ¿Y tú por qué no fuiste?

Al oír mi pregunta sonrío otra vez. Esa sonrisa genuina me iba a matar.

— Yo estoy donde quiero estar.

Avancé dos pasos mirándole con recelo provocando que se carcajee. ¿Es que nunca se iba a tomar nada en serio ese hombre? ¿Ni muerto?

— No muerdo.

Avancé los pasos que me faltaban sin dejar de examinarlo.

— Pareces tangible.

Susurré.

— Compruébalo.

Dudé ante sus palabras, sonaba tan convencido que me intimidaba, además no había olvidado que era un fantasma y que probablemente muchos creerían que estaba loca si me escuchaban hablar. Estiré mi mano hasta casi tocar su rostro pensando dos veces antes de continuar, lo vi a los ojos y él estaba ahí, devolviéndome la mirada amable y esperando alguna reacción de mi parte. Acaricié su mejilla con la punta de mis dedos notando el frío, pero su piel era suave y agradable. Me animé a apoyar toda la palma y mover mi pulgar de arriba abajo. Alan parpadeó y cerró los ojos disfrutando de esa caricia, yo sonreí de medio lado sin darme cuenta y con los ojos cristalinos.

— Estás frío.

— Lo sé, tu caricia me brinda un poco de calor.

Contestó sonando bastante sincero. Entonces, al oírlo apoyé mi otra mano en la siguiente mejilla, no sabía que más hacer, me quedé paralizada. Podía sentirlo. Él no abría los ojos, solo se dejaba acariciar y me ericé al recordar su condición en este plano del universo. Qué raro sonaba admitir eso, qué rara la situación, era tan ridícula como reconfortante. Él irradiaba la paz que necesitaba, llenaba el vacío que días atrás me estaba consumiendo.

— Eso se siente bien.

Dijo abriendo sus parpados para conectar su mirada con la mía, ese color avellano tirando más al verde hipnotizaba, costaba realmente definir el verdadero color que irradiaban sus ojos.

— ¿Quién más puede tocarte?

— Solo tú.

— ¿Y verte?

— Quien lo desee y me necesite de verdad.  

¡Mi ídolo es un fantasma! /ARREGLANDO REDACCIÓN/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora