CAPITULO 30

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Antes de las diez de la mañana un avión aterrizó en el aeropuerto de Harrisburg, Virginia. De este bajaron Petyr y Andrew, los cuales estaban sumergidos en un silencio total. Al salir, ambos se quedaron fuera de las puertas del aeropuerto, mirando hacia la concurrida calle llena de taxis y de autos con personas que iban a recoger o a despedir a amigos o familiares, cualquiera que fuera el caso.

—Deberíamos ir a desayunar, ¿no crees? —dijo por fin Petyr, rompiendo así el silencio—. Y conseguir un cuarto de hotel o algo así.

—Creo que mejor deberíamos rentar un auto primero.

—Sí, será más cómodo que viajar en taxis, luego a buscar un hotel y a desayunar.

—¿Hotel? —cuestionó dudoso Andrew, ya que un hotel no estaba en sus planes.

—No te preocupes, pedimos una sola habitación y la pagamos entre los dos.

—No lo digo por eso, sino porque creo que deberíamos quedarnos en su casa.

—Aaah, mi casa... es cierto.

Petyr guardó silencio por un momento y de repente empezó a respirar aceleradamente. Andrew lo sujetó del brazo y lo ayudó a sentarse un momento en la orilla de la acera, sin importarle que la gente al pasar los viera con desconcierto.

—¿Qué le pasa, doctor? —preguntó Andrew asustado.

—¿Por qué no le llamé a mamá? ¿Por qué no dejé un mensaje en la contestadora tan siquiera? —se cuestionaba en medio de lo que parecía el inicio de un ataque de ansiedad

—Doctor, vayamos a su casa —suplicó el joven.

Petyr miró a Andrew a los ojos, y vio en ellos compasión y pena; abrió la boca para preguntar por qué lo veía así, para preguntarle qué era lo que sabía, pero no lo hizo, sabía que no le diría nada.

Andrew ayudó a Petyr a sentarse en una banca cercana. Cuando logró que se tranquilizara un poco pudo dejarlo solo para ir a un local vecino a rentar un auto y regresó en menos de media hora con un pequeño auto gris, guardó el equipaje y ayudó a Petyr a subir al asiento del copiloto.

—Estoy bien, Andrew. No me trates como un anciano —dijo cuándo Andrew quiso ayudarle a ponerse el cinturón, haciéndolo sentir avergonzado.

Después de encender el auto y avanzar por la avenida aledaña al aeropuerto hacia una dirección cualquiera, se dio cuenta de que Petyr no daba indicios de querer señalar hacia ningún camino; todo indicaba a que si no lo hacía reaccionar pronto tendría otro ataque de ansiedad y eso lo aterraba. En vista de todo eso Andrew decidió parar en la primera repostería que encontró y sin decirle nada a su compañero, bajó y le compró el pastelillo más azucarado que encontró y un café.

—Toma, esto te hará sentir mejor —dijo ofreciéndole la pequeña bolsa de papel y el vaso de cartón—. Supe que era el postre correcto para ti cuando al verlo sentí que me daba diabetes.

—Gracias —dijo Petyr sonriendo un poco avergonzado por ese pequeño episodio—. Creo que si vamos a la casa de mamá, debemos dirigirnos un poco hacia el sur.

Andrew puso de nuevo en marcha el auto tomando camino hacia el sur, mientras Petyr devoraba a grandes bocados el pastelillo que tenía en sus manos y bebía sorbos de café. Poco a poco y ya más calmado fue dándole indicaciones a Andrew, después de poco más de una hora llegaron a la calle donde estaba la casa de su madre.

La casa tenía un estilo totalmente familiar y acogedor, el patio al frente tenía el césped bien cuidado y recortado, las ventanas estaban limpias, los rojos ladrillos que marcaban el camino de la acera hacia la puerta principal estaban en perfecto estado, al igual que la pintura de las paredes. En general todo lucia impecable, casi inmaculado.

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