Capítulo 10

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Llegar a la corporación ya se había hecho algo cotidiano. Y eso que apenas llevaba unos 4 días.

—Rosie, olvidé decirte —le tomó el brazo —. Ya me entregaron mis beneficios, quisiera que me acompañaras a comprarme unas cosas.

—Claro que sí, encantada —dice Rosie con una amplia sonrisa —. Solo que esta vez no me dejes, ¿de acuerdo?

Suelto a reír. —Por supuesto que no.

Las dos nos sonreímos y seguimos avanzando hasta llegar a nuestros casilleros, cuando miro hay un chico husmeando dentro de mi casillero.

—¡Hey! —solo logro gritar.

Al verme, él saca la mano y sale disparado hacia otros pasillos.

—Pero qué rayos —murmura Rosie.

Me acerco enseguida a mi casillero, uno que otro que estaba ahí miraban, pero me sorprendo al ver que todo estaba igual a como lo había dejado. Frunzo el ceño desconcertada, preguntándome que estaba haciendo ese chico mirando y tocando mi casillero, se supone que cada uno tiene su código, cómo supo el mío, o más bien ¿Quién se lo dio?

—¿Todo bien? —dice una chica, acercándose.

— Sí ¿Debo pedir que cambien mi código? —pregunto.

—Day lo sabe todo, deberías preguntárselo —dice Rosie detrás mío.

—Dicelo a Rosh —dice la chica, que tiene cabello amarillo destellante —. Él puede ayudarte.

Escuchar hablar de él, me asusta, me pone inquieta y me hace recordar mis sueños anteriores, tomó mis cosas y cierro con estruendo mi casillero, frustrada.

—Si quieres yo puedo hablar con Rosh —dice Rosie tocando mi hombro.

—Está bien, yo puedo hacerlo —digo sin ninguna expresión.

—De acuerdo, no te enfades —pide Rosie.

Es verdad estaba enfadada y ni siquiera sabía lo que me enfadaba, o al menos no sabía lo que me enfadaba más, si el hecho de que abrieran mi casillero, o el hecho de tener que presentarle mi queja a Rosh.

Cuando entro Day se me acerca, yo me siento en el primer lugar que encuentro.

—Acabo de escuchar lo que pasó en los casilleros —menciona.

—Sí —digo ladeando la cabeza.

—¿Recuerdas quién fue? —cuestiona.

—No, no lo sé. Tendré que reportárselo a Rosh —digo.

—Si quieres, puedo hacerlo por ti —sugiere Day.

—¡No! —digo, dándome cuenta de mi volumen de voz —. Quiero decir, no, solo dime dónde encontrarlo.

—Entiendo, sígueme —canturrea.

Salimos de la enorme biblioteca, caminamos por un pasillo, hacia unas escaleras que descienden, en un pasillo más, hay una puerta de metal.

Day y yo no hablamos en todo el camino y aprecio que no me haya dirigido ni una palabra. Este lugar está más oscuro que cualquier otro, él abre la puerta y caminamos por pasillos con cajas llenas de libros viejos y hojas sueltas. Llegamos a otra puerta, al abrirla hay un escritorio dónde está una chica con lentes, se parece a Bec, igual de alta y atractiva.

—Day, ¿Qué ocurre? ¿Quién es tu amiga? —dice levantándose.

—Ella es Yoselin, yo le digo Yos —me presenta.

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