Capítulo 31 - Principio

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Camina errático en el interior del bosque, cojeando por el intenso dolor en la pierna derecha y sintiendo diversas punzadas en la espalda. Su oído percibe el sonido del agua correr. Apura el paso a pesar del dolor, confiando en su oído. Por fin localiza el sonido del agua, una caída que él no conocía y tira unas prendas que llevaba en la mano sobre la tierra. Se agacha con dificultad, casi por soltar un honesto grito de dolor, pero soporta e introduce las piernas en el agua. Está fría y hace arder sus heridas. Respira hondo, absorbiendo todos los aromas del ambiente, recuperando la cordura lentamente. Se da un baño largo, calmado, paciente y meticuloso. La parte más afectada es el flanco derecho del abdomen, el resto es soportable. La sangre se dispersa en el agua.

Ruidos, cuidadosos, pero perceptibles. Siente como le rodean. Está de tan mal humor que podría matarlos, y aún así no tiene deseos de hacer eso, sólo quiere que lo dejen en paz.

—No me molesten —pronuncia a los que están sobre las copas de los árboles, apuntándole con lanzas—. No tengo pensando ir a su aldea. Mírenme —extiende un brazo arañado—. Estoy herido y sólo requiero de descanso. Me iré por la mañana. Si me atacan, me los comeré.

Los hombres del sigilo dudan. Aunque es sólo una bestia, no cuentan con el número suficiente de personas para controlarla y temen que luego vaya a tomar acciones de venganza. Bajan las lanzas, dan pasos muy lentos hacia atrás y se pierden en la oscuridad.

Lau revisa las prendas que llevaba en la mano, algo llenas del tierra por el sitio en que las ocultó. Entre ellas están algunas medicinas humanas que podrás funcionar para sus dolores. Sale chorreante del agua, abre una crema y presiona el tubo para aplicar una enorme cantidad en sus heridas más graves. Luego de ese proceso pasa a tomar las prendas. Un abrigo azul, un pantalón negro y unos zapatos deportivos que Allen le dio para sus visitas en Luana. Perdió los lentes para ocultar sus ojos. Decide vestirse mojado a falta de una toalla y se sienta en las raíces de un árbol. Frota sus manos por el frío del baño.

No siente hambre descomunal como el resto de las bestias. Muy por el contrario ha dejado de sentir hambre. El juego se terminó. En Toxotrópolis estarán matándose y buscándolo, pero no lo encontrarán. Aún se pregunta qué debe hacer. Reconoce ser muy orgulloso, pero lo que hizo no fue por orgullo, sino por piedad. No mató a Miles sólo porque no lo deseaba. Pudo romperle el cuello a Kyo, pero tampoco estaba completamente seguro de poder hacerlo. Supone que las bestias no son tan desalmadas como a todos les gusta repetir. Y más aún, no quiso matar a su hermana. Todo esto, a su juicio, es un gran acto de piedad.

Sus ojos están vacíos. Por alguna razón la idea del suicidio interviene en sus ideas, pero velozmente aleja a esa voz insensata. El olor del ambiente le confunde. Hay muchas cosas entremezcladas y parecidas, reconocerlo todo es complejo. Sus manos apestan muchísimo a la sangre de Miles. Luego piensa en el de los ojos raros. ¿Estará preparado para lo que se le viene encima?

—Tú pareces un cadáver.

Mira en dirección a todos los sitios, nervioso de no haber advertido la cercanía de alguien. Entre la oscuridad ubica unos ojos inyectados en veneno que sólo se ven por la luz de la luna. De no ser él también una bestia, estaría aterrado.

—Estaré muerto como para estar hablando contigo. Tú deberías estar muerto —señala en dirección a los ojos que lo espían—. De todos modos este sitio emana ese olor a muerto que tienes encima.

—Es gracioso que vengas a llorar a este sitio. Se ve que te ha ido mal. En esa ciudad huele tantísimo a sangre que el olor llega hasta aquí. Tuve que salir de mi escondite para verificar por qué tanto movimiento —Bad sale de las sombras y camina con su traje destruido en dirección a su hijo—. Supongo que te han exiliado, como a mí, y vienes a morir con tu padre.

Toxicidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora