Capítulo 3 - En el camino

112 16 5
                                    


Con rapidez y fuerza pisan los caballos la tierra que les queda en los cascos. Las cuatro ráfagas blancas saltan las ramas que atentan contra la vida del jinete. Por encima de los fuertes árboles, va el deslizador en función de carroza fúnebre, como se le decía en la antigüedad. Para evitar que el cuerpo ruede, va tomado con cintas azules y una cúpula transparente le protege de agentes extraños. Los corazones de los jinetes comienzan a alterarse al tener que anticipar su exposición cuatro salidas de sol. Es media tarde. Atraviesan los últimos árboles y entran en la tierra más oscura donde el cielo, a causa del veneno, perdió los tonos azules claros. El sol es ahora una mancha oscura que quema la piel humana. Las plantas mueren, el suelo muerto y la neblina densa molesta la vista. Justo en frente va corriendo el río, color violeta, con rocas mohosas. Un poco más allá, el centro del tóxico y la muerte de mármol alzan árboles negros, sin hojas y ruidos extraños nacen de allí. Cuando llueve, cae del cielo ácido, quemando una tierra ya muy herida.

—Antídoto, ojos abiertos —dijo Nev desde el lado derecho con mayor exposición. Le seguía Adam detrás—. Christian, tienes el control del deslizador. Bajen todos la velocidad.

—Copiado. Sería bueno ver chicas tóxicas hoy —sonrió con malicia el barbudo.

—No seas imbécil —le atacó Faith con furia—. Lo último que queremos es encontrarnos con ellos. ¡Válgame!

—En realidad sería un buen entrenamiento —comentó Adam, siempre positivo.

—Silencio —ordenó firme el jefe—. Quiero todos sus sentidos activos. Estamos en el límite.

Hace un frío desesperante, como si un descenso increíble hubiera iniciado. La neblina había comenzado a ser comida por los negros árboles, flacos y desnudos, mal augurio para los jinetes. Si comienzan a correr, es muy posible que las bestias les sigan y se encuentre en un aprieto mayúsculo, así que es preferible continuar a paso lento. Activan el mecanismo de invisibilidad en el deslizador que permite que no adviertan su presencia. Faith comienza a ponerse nerviosa, tiene miedo de no poder controlarse ante las bestias que detesta y de las que lleva su sangre. Nev no para de mirar de un lado al otro en busca de posibles ataques. Christian echa una risilla misteriosa entre tanto silencio.

—¿Los viste? —preguntó Christian entre risas.

—¿Ver qué? —se alarmó Faith.

—Sí, allí están —afirmó Nev con la vista al frente, pero viendo de reojo.

—¿De qué hablan? —se volteó Adam con brusquedad—. Oh, ya. Tus chicas tóxicas.

Aún con algo de neblina se cubren algunas bestias con formas humanas. Su estado poco natural donde retienen sus garras y colmillos. Son tres, están jugando en el río y su estado de bestia es confirmado porque el veneno no produce efecto sobre ellos siendo sus ojos color violeta el factor que hace innegable su naturaleza. Sonríen con malicia, exponiendo sus colmillos resaltantes. Salen del agua envenenada con las prendas chorreando, observan fijamente a los jinetes y se susurran cosas en un idioma extraño. En efecto son tres, un hombre y dos mujeres. Una es muy alta y rubia, la otra es pelirroja y va tan escasamente vestida como la rubia, pero con un vestido verde aterciopelado. El hombre lleva sólo un pantalón gris, sonríe con gracia. El Antídoto no puede evitar sentir algunos nervios.

—Frufru, son pequeñas rosas vivas que andan en perros blancos —dijo el hombre de pecho descubierto a la pelirroja.

—Quisiera mordisquear sus labios, lucen muy dulces —dice la pelirroja, Frufru, siguiendo de cerca a los caballos.

—Pieles rosadas y refinadas. Esos humanos tan delicados —sonrió la rubia.

—¿Cómo dicen ustedes? —se dirigió a ellos el hombre—. ¿Buenas tardes? Creo que así era.

Toxicidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora