El pan de cada día es matar. Robar. Como si la felicidad universal hubiera desaparecido. En medio de mis reflexiones cuando aún era joven, se me ocurrió una idea.
Huí junto a otros compañeros hacia los trenes subterráneos. Sentados en los vagones que nadie utilizaba hacía ya demasiados años y sin electricidad, comenzamos a rezar en susurros. Estaba junto a mí un hombre llamado Michael, él si era inglés. Sabía toda mi historia y en especial, como las tropas inglesas habían devastado mi país.Michael tenía una hija de cinco años que murió durante las guerra civiles iniciales mientras robaba comida en una residencia. El dueño de una de las casas la encontró y le disparó en la cabeza, el disparo fue fatal.
Eramos un enorme grupo, pero sólo miraba el rostro nervioso de Michael. Me pidió que le tomara la mano para morir juntos. Eso hice, le tomé su mano temblorosa y la apreté con fuerza. Fue allí, cuando las bombas detonaron. Es un sonido con tanto poder, que no me dio ni tiempo para asimilar todo lo que estaba ocurriendo.
Desperté. No supe cuantas horas había permanecido inconsciente. Tal vez habían sido más que horas, tal vez habían sido días. Con dificultad para respirar, me encontraba enterrado en cuerpos humanos. Mi cuerpo sudado por el increíble calor que estaba haciendo. Mi visión sólo captaba una profundidad negra, sin ningún destello de luz. Así pasaron muchas horas, sólo permanecí enterrado sin pensar nada, absolutamente nada.
No recordaba la situación en la que me encontraba, ni mi pasado, ni si yo estaba existiendo. No era un completo silencio, sino que a lo lejos lograba percibir un estremecedor sonido que no identifique hasta mucho después que repase esos recuerdos. Eran múltiples explosiones sucesivas, imagino yo, que era efectos secundarios de las bombas, ¿Qué clase de infierno se estaba desatando justo arriba de nuestras cabezas?
Aún estaba completamente abstraído, pensando en la absoluta nada. Como dije, no fue hasta luego de muchas horas después que percibí movimiento. Los cuerpos sobre mí buscaban equilibrio, hablaban, mas yo no les entendía. Todos se reorganizaron en el vagón y se sentaron en el suelo. Algunos lloraban, estaban hambrientos y temerosos. Yo aún seguía en el suelo tratando de asimilar una vez más la vida. Para mí, este fue el inicio de una nueva sociedad de supervivientes afortunados, justo antes de que otros grandes acontecimientos cambiaran aún más las vidas humanas.
Hubo silencio durante un período muy extenso. Creo yo, que todos teníamos la esperanza de que alguien nos salvaría como ocurría en las series de televisión. A veces los niños lloraban, se quejaban de tener hambre. Ellos decían lo que los adultos allí presentes temían decir. Todos temíamos decir que sentíamos pánico, un pánico legítimo a salir.
Nuestras acomodadas vidas se habían acabado desde el inicio de las guerra civiles seguidas por las invasiones. Pensando esto, alguien tocó mi hombro. La voz de Michael me preguntó si yo estaba bien. Fue allí cuando me di cuenta de que eramos completamente afortunados de haber huido a los trenes subterráneos. Rompimos las cadenas, los vidrios y las puertas en medio del terror, del ansia de sobrevivir ¡Y así fue! Sobrevivimos como lo habíamos hecho durante todos estos años.
La bomba estaba generando estragos finales allá arriba, mientras nosotros seguíamos vivos allí abajo. Rompí a llorar y abracé a Michael como un pequeño asustado en brazos de su madre. Él me dijo en susurro "Estamos vivos. Hay que vivir". Estas palabras aún resuenan en mi cabeza de vez en cuando, ya que desde ese punto me dije a mí mismo y a los que estaba con nosotros que era nuestro deber vivir. Alzarnos de las cenizas como lo hacía el Ave Fénix en las leyendas y los cómics de Marvel. Me decidí y me dije a mí mismo que si no me salvaba yo, nadie me iba a salvar. El primer paso fue comenzar a hablar entre nosotros, un mismo idioma y a un mismo ritmo. Entre Michael y yo localizamos a todo aquel que pudiera hablar inglés, los cuales eran la mayoría. El problema eran aquellos que hablaban idiomas extraños con los cuales no pudimos hacer nada.
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Toxicidad
Science FictionLuana son los restos de toda la humanidad tras la peor de las crisis. Los errores de los humanos serán pagados. Un místico ser poderoso concede la vida y la muerte. Como único juez, ha impuesto el Infierno, centro de batallas y tratos. Nev Muller es...