Una vez solos, Lowell quedó ojeando su viejo libro con un rostro cargado de interés. Previamente había servido un té al cual agregó algo de una botella desconocida para amargura de mi paladar. Hundido en ese sofá era presa de los miedos habituales; imaginaba que tomaba a Botones y corríamos al sur, buscando la leyenda de los Helados, lugar donde nadie me encontraría. Estoy otra vez en medio de esta reflexión de amar el deber y odiarlo al mismo tiempo. Me arde la garganta con este sabor. El forense sacó las narices de su libro para darme una pequeña mirada y sonreír.
—Tengo problemas —anunció para después cerrar el libro—. El criterio de esta autora afirma que se puede llegar a un mayor entendimiento de estas artes a través de la conexión con un ente mayor. Lástima que no hay especificaciones para pueblos sin deidades o dioses. Tampoco he encontrado otro libro que hable sobre esto. Tal vez debo hablar con el observador del universo.
—Entiendo que parece sacado de la mitología, pero, ¿crees tú que es Dios? —pregunté desde mi lugar, cómodo entre cojines.
—¿Acaso no era Dios bondadoso y grandioso? Lo reconozco más bien como poderoso y engañoso —respondió reflexivo.
—Hablas de un Dios cristiano. Tienes que pensar en todas las otras formas de dioses. Hay variantes muy peculiares —recordé con una sonrisa. He leído demasiado en Central Luana.
—Bueno caballero, yo sólo soy un humilde servido de la patria. No ando muy inmerso en la fantasía, aunque esto —miró el libro y arrugó el rostro dándole pequeños toques a la portada—. Es extraño. Las alternativas médicas deben tener alguna función, creo yo. ¡Sino que maldito gasto de papel!
Suspiré.
—Un largo suspiro —observó lánguido, retorciéndose en su sillón.
—Lowell, tengo miedo —admití.
—¿Miedo? —alzó la vista—. No eres de los que tienen miedo un día antes de la visita al Infierno mientras bebe de mi té misterioso. Ese no eres tú.
—Hoy lo soy. Si te dijera que siento grandes punzadas pensando en el amanecer, ¿podrías creerlo? Como si la luz se pudiera comer mi valor con sólo tocarme. Me duele el pecho —reconocí por primera vez. Tantas semanas de presión y silencio, toda mi fuerza siendo derrumbada en esta sala.
—Nev, es sólo la rutina. No moriremos. Y si te mueres, no lo notarás. Cuando me traigan tu cuerpo agonizante haré lo posible por matarte rápido si es que no te matan ellos —bromeó con elegancia. Aún no atinaba a mi realidad atormentada.
—Lowell, ¡Lowell! —desesperé tomando mis cabellos—. La norteña, esa norteña rubia. ¡Es un intercambio! —miré al techo evadiendo las lágrimas—. Los norteños come tierra ahora comen fruta porque venden su carne.
—¿Qué has dicho? —se paralizó.
Dudé repentinamente.
—Eso, lo mismo que hace Allen, es lo que creo. Vende a los débiles, hacen tratos con las bestias y todos en perpetuo silencio de funeral —evité sus ojos, pero los tenía tan abiertos como platos—. No sé qué está recibiendo, pero me lo dijo Eloise, la mujer del monje. Me dio esta información a cambio de sacarla de las aldeas.
—¿Para ser su hombre? —se levantó escandalizado, dando vueltas por la sala—. ¡Tuviste sexo con ella, pillo! Te carcome la culpa.
—Espera, espera. Jamás dije tal. Céntrate, por favor —Lo siento, ¿qué? ¿Cuándo pasó esto?
—Me disculpo, me distraje en mi fácil imaginación. Esto es... ¡Es la clave para todo este maldito desastre! ¿Por qué no hablas más seguido? Debemos ser inteligentes. Movernos, con cautela, encontrar evidencias claras —decía mientras alzaba un dedo con propiedad. Retomaba el valor desde mi silla y alcé la nariz.
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Toxicidad
Science FictionLuana son los restos de toda la humanidad tras la peor de las crisis. Los errores de los humanos serán pagados. Un místico ser poderoso concede la vida y la muerte. Como único juez, ha impuesto el Infierno, centro de batallas y tratos. Nev Muller es...