Estaba cansado de su trabajo. No sabía cómo había terminado ahí. Repartiendo boletos día tras día. Recibiendo regaños de extraños. Odiaba tener que trabajar para alguien. Pero si no lo hacía, no tendría cómo pagar la renta, la comida, y todo lo demás. Había renunciado a su familia y el exilio no era tan divertido como él había supuesto.
Ahora su vida era tan monótona que se obsesionaba con una extraña. Una chica que se veía tan viva en comparación a él que había despertado su curiosidad. Pero que seguía siendo una extraña y él no podía continuar así.
Los días pasaban y pasaban y no había visto ni una vez a la chica, al chico o a la esposa. No le sorprendía. La noche en que vio a la pareja había sido la primera vez, por lo que suponía que no tomaban el tren tan a menudo.
Y entonces pensó que era lo mejor. Trataría olvidar todo el asunto. Si el hombre era tan infeliz en su matrimonio que había empezado un amorío con la chica, no era su problema. Y si ella sufría, tampoco era su problema. No la conocía así que no debería importarle.
Fingió una sonrisa al cliente que tenía enfrente y le entregó sus boletos.
—Disfrute la película—dijo, como se suponía debía decirles a todos los clientes.
El señor solo asintió con la cabeza y se fue.
Se recargó en el respaldo de su silla y cerró los ojos. Necesitaba dormir. Pero no podía hacerlo por su cuenta así que tendría que ir con el doctor para que le recetara algo. La vida no estaba resultando según sus planes.
—No iba a decir nada—comentó su compañera. Una chica de cabello corto y negro que sonreía muy pocas veces y hablaba aún menos seguido—. Pero te ves horrible. Y ha sido así por casi un mes. ¿Necesitas vacaciones?
Mauricio sonrío, aún con ojos cerrados. Cierto que la chica no hablaba, al menos no con los demás, pero por alguna razón, él parecía ser la excepción pues las pocas frases que soltaba, usualmente iban dirigidas a él. Por lo que se podría decir que eran amigos.
El chico hizo un sonido negativo con su garganta y Sofía, su compañera, lo dejó estar.
Mauricio se quedó con los ojos cerrados, un poco somnoliento, por unos quince minutos, hasta que apareció otro cliente. Pero de ese se encargo Sofía.
—Un boleto para Nuestros años felices—la voz era de una chica.
Mauricio frunció el ceño. Su jefe había querido probar algo nuevo: poner una película antigua en la cartelera cada semana. Hasta el momento no había llenado ninguna sala, ni siquiera había llegado a la mitad. Pero por lo general la gente que sí asistía a esa clase de películas, era en los jueves por la noche y no un martes al medio día.
Abrió un ojo y casi se cae de la silla. Era ella. La chica del tren.
Ante el abrupto sonido, ambas chicas voltearon a verlo. Sofía lo miró con extrañeza. Y cuando Mauricio por fin se animó a ver a la chica, ella lo veía con los ojos abiertos, sorprendida, y una leve sonrisa.
Por fin lo estaba viendo a los ojos y además le sonreía. Y él estaba haciendo el ridículo.
Mauricio no pudo evitar verla con detenimiento. Tenía el cabello agarrado en una coleta pero unos cuantos cabellos se soltaban de su agarre y le daba un aspecto un tanto desordenado. Parecía que el invierno había llegado a ella. Tenía un abrigo, un suéter debajo de éste y una bufanda. Sus mejillas estaban sonrosadas y su nariz también.
—Parece que está muy tranquilo por aquí—comentó la chica.
Mauricio se limitó a asentir. Y es que aunque dentro de unos minutos lamentaría no haber dicho nada, no podía evitarlo en ese momento. Se había dado por vencido y ya había decidido olvidar todo el asunto cuando la chica aparece frente a él. En los dos años que había estado trabajando ahí, la chica no había aparecido en ningún momento. Y aunque existía la posibilidad de no haberla visto, él lo dudaba. Era imposible no notarla.
Sofía terminó de darle los boletos y le dijo las mismas líneas obligatorias.
La chica sonrió y le dio las gracias, y antes de girarse del todo, le dirigió una sonrisa a él. Mauricio la correspondió. Y entonces ella se fue. Él la vio entrar a la sala, sin pararse a comprar nada. Era una pena que no le tocara vigilar esa sala.
Regresó su atención hacia Sofía y ella solo levantó las cejas, como diciéndole que todo eso había sido raro pero no dijo nada en voz alta. Se encogió de hombros y salió del cubículo.
Mauricio se quedó ahí, extasiado. La había encontrado. Por fin la había encontrado. O mejor dicho, ella lo había encontrado a él.
Un poco más calmado y con la mente clara, Mauricio pensó en el aspecto de la chica. Era verdad que aún se veía más fascinante y hermosa que la mayoría de las personas, pero en sus ojos se había desvanecido un poco de aquel brillo que tanto le había encantado. ¿Se debería al otro hombre? ¿O quizás estaba resfriada? Tenía la nariz roja, así que era una opción válida y además, se dijo Mauricio, no todas las tristezas de la vida están ligadas a un ex amor. Sí, quizá solo estaba enferma.
Ahora la verdadera pregunta era: ¿Qué haría con la oportunidad que se le había presentado?
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La chica del tren
Художественная прозаComo todos los días, Mauricio sube al tren que lo lleva al trabajo, ajeno a todo y a todos hasta que su mirada capta a una joven. No sabe nada de ella, lo único que sabe es que no puede dejar de mirarla. * * * * * ADVERTENCIA ⚠️: Esta historia no es...