Para recordarla

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  Al llegar a su edifico, el chico subió corriendo las escaleras. Tenía poco tiempo con ella y quería aprovecharlo al máximo. Abrió la puerta de su departamento y se encontró con la chica cerrando la última caja.
—Se suponía que lo haríamos juntos—le reprochó el chico, sin embargo le sonreía con ternura.
  Ella levantó la mirada y le devolvió la sonrisa.
—No hay tiempo que perder. La verdad no sé porqué dejaste todo a la última hora.
—Si mal no recuerdo, todo esto fue tu idea.
  Sofía suspiró y se levantó del piso para luego dejarse caer en su colchón desprovisto de sábanas o almohadas.
—En el momento me pareció que era la más brillante idea que había tenido en un tiempo—confesó la chica después de soltar un gran bostezo.
  Mauricio se quedó un momento ahí, observando a la chica.
  No era muy alta así que los pies le colgaban y al tener el cabello corto, varios mechones se le habían soltado de su coleta. Tenía las mejillas sonrosadas por estar empacando todo el día y los ojos cansados por haberse quedado despierta hasta altas horas de la madrugada hablando con él pero ella le seguía sonriendo. El chico pensó que nunca se había visto mejor.
  Mauricio caminó hacia ella y se dejó caer a su lado, acto seguido la tomó de la mano.
—Tal vez si espero otro mes...
—Ya lo hablamos—lo cortó.
  Él suspiró. Era cierto. Lo habían hablado horas y horas.
  Después de que Sofía hubiera terminado de contar su historia, Mauricio le contó sus noticias: Había renunciado y no sabía qué hacer.
  Después de recuperarse de la impresión, la chica había dicho:
—Viajar, por supuesto.
  Y sí. Eso era lo que había estado pensando el chico cuando renunció, lo que había estado pensando desde hacía un par de años. Viajar. Estar completamente solo en un lugar desconocido. Sin embargo eso había sido antes de escuchar que Sofía también tuviera sentimientos por él. Antes de reconciliarse con sus padres. Antes de hacerse amigo de Lucía.   ¿Cómo abandonar un lugar que tiene a la gente que te hacen sentir completo?
  No podía irse, al menos no sin la persona más importante.
—Ven conmigo—le pidió a Sofía.
  A la chica se le había iluminado la mirada y cuando él estaba convencido de que aceptaría y lo abrazaría, ella negó con la cabeza.
—Pero...
—Es tu momento—le dijo—. Todos necesitamos un tiempo para descubrir quiénes somos, lo que queremos.
  Mauricio comenzó a replicar pero la chica le puso una mano sobre su mejilla y sonrió.
—Yo tuve el mío y estoy muy agradecida por haberlo tenido. Sé que hay muchas personas que no llegan a tenerlo—dijo—. Quiero que tú te des el tiempo para descubrirte. Solo y sin ninguna atadura.
  No importó cuántas veces el chico le decía que ella no era una atadura, que la quería a su lado, Sofía no cedió. Y él entendió. Ella tenía su vida aquí, tenía que graduarse, cumplir su sueño; si el chico seguía insistiéndole, ¿no sería también algo egoísta?
  Así que él terminó por ceder y compró un boleto de avión esa misma noche.
—Aún tengo cosas que hacer. Empacar mis cosas, terminar mi contrato...
—Me encargaré de todo—le prometió Sofía—. Sé que si no compras tu boleto ahora mismo, más tarde ya no querrás irte.
  Y tenía razón. Lo conocía y, aún más importante, él se conocía, por lo menos en ese aspecto.
— ¿Ya estás listo?—le preguntó ella, girándose para poder verlo. Mauricio regresó de sus recuerdos y sintió que la chica le acariciaba la mejilla y el cabello con su mano libre.
—No—dijo él, besando su mano—. ¿Ya es hora?
—Si no queremos llegar tarde, será mejor que nos vayamos ya.
  Mauricio asintió. Se levantó de la cama y fue a recoger su mochila. Sofía recogió la mochila que llevaba a todos lados. Después él le ofreció la mano y ella la tomó, y ambos salieron del departamento que fue su hogar por varios años.
  Caminaron hasta la estación de trenes y tomaron el último tren con destino a la capital.
  No hablaron; ya se habían dicho todo. Solo disfrutaron de la compañía del otro. Ella tenía la cabeza recargada sobre su hombro y sus manos yacían entrelazadas sobre el regazo de él.
  Ocasionalmente, Mauricio le besaba la cabeza y cerraba los ojos, tratando de evitar pensar en el futuro que pudieron haber tenido.
  Seguían siendo solo amigos y Mauricio no le pediría que lo esperara aunque supiera que si lo hacía, ella aceptaría.
  Como había dicho Lucía, cada quien tenía que tomar decisiones pensando en cómo te afectarían éstas. Si él le pidiera a Sofía que lo esperara, la estaría atando a una promesa que no sabía si llegaría a cumplirse. Así que la decisión estaba tomada.
  Al llegar a la capital, tomaron un taxi hacia al aeropuerto. El camino fue corto y, sin darse cuenta, ya estaba bajando la mochila de la cajuela.
  Aún tomados de la mano, ambos jóvenes caminaron hacia la línea para registrar el equipaje.       Después de hacerlo, los dos se quedaron un momento sin sabe qué hacer.
  Aquí se acababa. Después de esta línea solo Mauricio podía avanzar.
—Entonces...—dijo Sofía.
  Mauricio la miró con atención. Ella sonreía pero la sonrisa no llegaba a sus ojos y segundos después, las lágrimas comenzaron a salir.
  El chico trago saliva para aliviar el nudo en su garganta y abrazó a su amiga.
— ¿Cómo te vas a regresar?—le preguntó el chico, para distraerla un poco.
—Tengo una amiga que vive aquí cerca. No te preocupes.
  Pero se preocupaba y seguiría haciéndolo, aunque fuera desde la distancia.
—Te escribiré siempre que pueda—prometió. Sofía asintió y el chico sintió que sollozaba silenciosamente. El chico se preparó para decir algo que en realidad no quería decir, sin embargo sabía que tenía que hacerlo—. No me esperes, Sofi.
  Ella se separó de él y lo miró con ojos asustados y sorprendidos mientras negaba con la cabeza.
—Ma...
—Es por tu bien—la interrumpió. Sabía que si ella le decía que no, él no tendría el valor para seguir con aquella decisión que tanto le había costado tomar—. Así como yo estoy haciendo esto por el mío. Si regreso y tú me aceptas, entonces me sentiré el hombre más afortunado del mundo.
—Sabes que es muy poco probable que regreses, no si no tienes una buena razón. Y en caso de que regreses, no te sentirás igual.
—Podrías ser tú la que cambie de parecer.
—Ese papel siempre le corresponde al que se va—dijo ella, con resignación.
  Mauricio la abrazó fuertemente, sabiendo que era el último. Al separarse, él ya no se pudo contener más y, al tiempo que la primera lágrima corría por su mejilla, besó a Sofía, su amiga.
  La besó por todo el tiempo que estuvo a su lado sin pedir nada a cambio. La besó por seguir a su lado, a pesar de que él había tardado tanto tiempo en darse cuenta de que estaba ahí. La beso porque quería y porque si no lo hacía, se arrepentiría. La besó para recordarla así: suya.
  Entonces el beso terminó y ambos se alejaron. Sofía sonrió al ver que él también lloraba y limpió las lágrimas de sus mejillas y él no pudo evitar la risa.
  Sofía se apartó del todo y le dedicó una última sonrisa. El chico la correspondió y, con ganas de un último beso, el chico caminó hacia la línea de seguridad.
  De vez en cuando volteaba la vista hacia ella, encontrándola en el mismo lugar en donde la había dejado. Ella no se movió y él no dejó de voltear hasta que la perdió de vista.
  Y entonces su mente se aclaró y, con decisión, caminó a la fila de abordaje.


N/A: Y llegamos al final. Muchas gracias a todos los que leyeron, a todos los que votaron y comentaron. Esta historia no habría seguido si no hubiese sido por ustedes. Supongo que es todo. Espero que les haya gustado y si el final los dejó con ganas de más, no se preocupen, va a haber un epílogo. 
  Gracias por todo.

La chica del trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora