Mauricio se miró en el espejo, conteniendo un suspiro. Volvía a usar un traje negro con corbata del mismo color y una camisa blanca. Los zapatos le brillaban. Todo era nuevo, cortesía de su madre.
Habían hablado un par de veces por teléfono y en una de esas llamadas, le pidió su domicilio, diciendo que quería enviarle un regalo. Mentiría si dijera que el traje y los zapatos no lo tomaron por sorpresa.
No había pensado mucho en lo que iba a ponerse, tal vez en su mente había una vaga idea de un pantalón formal que mantenía guardado en su clóset y una camisa que había comprado para la boda de un amigo. Pero en cuanto vio el traje, le vinieron a la mente todos los trajes y esmóquines que había dejado en la casa de sus padres. Ir a fiestas de sociedad era algo que sin duda el chico no había extrañado para nada.
El cabello lo tenía peinado hacia atrás, se había rasurado teniendo cuidado de no cortarse porque, a pesar de que llevaba haciendo esa tediosa tarea por años, aún era muy torpe, siempre con el temor de cortarse, y por esa misma razón, no lo hacía todos los días. Sin embargo sabía que sus padres no aprobarían que después de tantos años, apareciera frente a ellos con una imagen descuidada.
Por último, se puso los lentes y esta vez no pudo evitar el suspiro. Era increíble lo que un peinado y unas prendas de ropa podían hacer por tu imagen. El chico se había esforzado por ocultar sus orígenes pero vestido así, ere inevitable. Sus facciones bien marcadas y hasta su porte lo delataban. Era un alivio que Sofía no lo vería así; conociéndola, seguramente se reiría y lo molestaría por días.
Se alejó del espejo, tomó sus llaves y salió de su departamento para recoger a Lucía.
Cuando por fin llegó a su puerta, la chica le gritó que entrara, entonces él abrió la puerta.
Su departamento parecía otro. Ya no había libros apilados y todas las plantas estaban concentradas en un mismo lugar cerca de la ventana. Las fotografías habían desaparecido de las paredes, al igual que su librero. Sin embargo había cajas por todas partes: sobre el sillón, la mesa, en el piso. Cajas sobre cajas. La chica ya estaba preparada para irse.
Segundos después, ella salió de su cuarto y el chico no pudo apartar la vista.
Su cabello caoba estaba suelto, acomodado en unos rizos naturales. El maquillaje que usaba era sutil, resaltando más que nada sus ojos y labios. El vestido de color beige que llevaba dejaba sus hombros al descubierto, le quedaba pegado a su silueta y le llegaba un poco por debajo de la rodilla. Unas zapatillas del mismo color y un collar muy delicado con solo una piedra pequeña en el centro.
Lucía lo observó a su vez y sonrió, aliviada.
—Nunca he ido a este tipo de eventos—le confesó mientras se ponía un saco largo de rosa pastel—. No sabía si iba muy arreglada pero creo que estoy bien, ¿no?
El chico sonrió, fascinado con ella.
—Perfecta—contestó y se fueron.
El coche que sus padres le habían enviado esperaba afuera y se subieron en él. Mauricio estuvo tentado a rechazar esa ayuda pero entonces se le ocurrió que no quería ir en tren vestido de aquella manera y en su lugar, les agradeció el aventón.
Después de casi dos horas de viaje, por fin llegaron a una residencia. Mauricio no logró reconocerla. Era enorme. En la oscuridad de la noche, el chico solo podía ver la casa iluminada por una exagerada cantidad de focos.
— ¿Conoces a estas personas?—le preguntó Lucía en un susurro.
Mauricio despegó la mirada de la casa y se fijó en ella. La chica miraba por la ventana y movía las manos con nerviosismo. El chico se armó de valor y extendió una mano para cubrir las de Lucía y les dio un apretón.
—No conozco a los dueños de esta casa—respondió el chico—. Supongo que son ricos nuevos porque el lugar parece nuevo. Pero no te preocupes, no te dejaré sola ni por un momento.
Lucía sonrió agradecida y giró la mano para sostener la del chico y ya no la soltó. Cuando salieron del auto y estaban a punto de entrar a la "casa", Mauricio puso la mano de Lucía sobre su brazo y la guió al interior.
La verdad es que se encontraba igual de nervioso que la chica, sobre todo por sus padres. Pero lo disimuló, eso sí que se le daba bien.
Saludaron al mayordomo cuando les abrió la puerta y les agradeció cuando tomó sus abrigos. Cuando se alejaron de él, Lucía le susurró al chico:
—No puedo creer que este tipo de gente en verdad tenga mayordomos.
El chico sonrió, divertido y avergonzado a partes iguales pues sus padres no tenían mayordomo pero sí ama de llaves.
Siguieron el sonido de la música que venía de un salón al final del pasillo. Las puertas del salón estaban abiertas de par en par y se podía alcanzar a apreciar las mesas y unas cuantas personas bailando. Al llegar al salón, Mauricio buscó con la mirada a sus padres, sin embargo no tardó en encontrarlos porque segundos después, su madre se paró frente a él, con su padre detrás de ella.
—Mauricio—susurró con los ojos inundados en lágrimas. El chico le notó unas cuantas arrugas alrededor de los ojos y los labios, al igual que en la frente. Su cabello estaba recogido de una manera elegante pero familiar y también le llegó el olor a un perfume que el chico solía regalarle cada año en su cumpleaños.
—Mamá—contestó él, sonriendo y la abrazó.
Sintió que Lucía se hacía a un lado para darles un poco de privacidad y el chico se lo agradeció en silencio. Su madre le dio un beso en la mejilla y se separó de él. A continuación su padre se acercó y le sonrió.
—Hijo—dijo y también lo abrazo. Aunque más corto, el abrazo se sintió igual de bien que el de su madre. Mauricio sintió que volvía a pertenecer a un lugar.
Al separarse, ambos hombres observaron con una sonrisa de cariño a la mujer que se limpiaba las lágrimas con discreción.
—No debí sugerir que nuestro primer reencuentro fuera en una fiesta—dijo su madre, sonriendo avergonzada.
Recordando a Lucía, el chico le extendió una mano para que se acercara. La chica lo hizo y Mauricio se dirigió a sus padres.
—Les quiero presentar a...—empezó él pero su madre lo interrumpió.
—Oh, ¿ella es...?
—Lucía, una amiga—aclaró el chico. En ambos de sus padres apareció una mirada de curiosidad pero no dijeron nada y se presentaron.
—Eres realmente hermosa—comentó su madre, amable.
El chico vio una oportunidad.
—Y también muy inteligente. Acaba de graduarse y ya ha conseguido un trabajo—intervino el chico, sonriendo orgulloso—. Es aquí, en la capital. Ahora mismo está en busca de un departamento...
— ¡Oh!—exclamó su madre—. Nosotros podemos ayudarte con eso. Mauricio te puede llevar a unos edificios en el centro y eliges el que más te guste. Por el precio no te apures, estoy segura de que los dueños no son exigentes.
Les guiñó un ojo y se fue a hablar con unas señoras cerca de ellos.
Mauricio no pudo contener la sonrisa porque, a pesar de los años, seguía conociendo a su madre. Sabía que iba a ofrecerle un lugar a Lucía y no aceptaría un no por respuesta.
El chico apartó la mirada de su madre y la dirigió hacia Lucía. Ella estaba sonrojada levemente.
—Dime que tus padres no son dueños de esos edificios.
Mauricio soltó una leve carcajada.
—Ven, vamos a ver si podemos conseguir un lugar para sentarnos—dijo, evadiendo su pregunta.
Uno de los ayudantes de esa noche les consiguió una mesa y aunque fue incómodo al principio, pasados los minutos, Lucía comenzó a hablarle a las personas a su alrededor e incluyó al chico.
A veces él comentaba cosas con los demás o hablaba solo con Lucía, pero en su mayoría, se quedaba callado, observando, observándola.
Parecía que nada podía intimidarla. Conocer a sus padres, estar rodeada de personas muy poderosas, o un corazón roto. El chico estaba seguro de que ninguno de los presentes podía adivinar que hacía tan solo unas semanas, la chica parecía perdida y sin saber qué hacer con su dolor.
De nuevo volvió a sentir una oleada de cariño por ella y, para su frustración, no supo discernir el tipo de éste.
— ¿Quieres bailar?—preguntó de la nada. Lucía lo miró, bajando el vaso que estaba por llevarse a los labios. Sonriendo, tomó su mano y lo guió a la pista de baile.
Podría parecer una sorpresa para las personas que solo lo conocieran recientemente, pero en realidad era un buen bailarín; cortesía de las lecciones obligatorias pagadas por su madre.
Bailaron por un par de minutos sin decir nada, ella recargando la cabeza sobre su pecho y el chico tuvo que contenerse para no recargar su barbilla sobre la cabeza de la chica.
—Tuviste algunos problemas con tus padres, ¿verdad?—le preguntó ella, de pronto, apartándose solo un poco para solo él la pudiera escuchar.
Mauricio la miró a los ojos y asintió lentamente. Lucía suspiró.
—He estado agobiándote con mis problemas y ni siquiera me he molestado en preguntar sobre tu vida—se reprochó.
—Me hiciste muchas preguntas—la contradijo él—, simplemente yo censuré la información.
Ella sonrió y abrió la boca para replicar algo cuando una voz familiar y nada bienvenida la interrumpió.
El color abandonó su rostro, el brillo de su mirada se apagó y la sonrisa se le borró. Ambos se giraron para enfrentar a Daniel.
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La chica del tren
Fiction généraleComo todos los días, Mauricio sube al tren que lo lleva al trabajo, ajeno a todo y a todos hasta que su mirada capta a una joven. No sabe nada de ella, lo único que sabe es que no puede dejar de mirarla. * * * * * ADVERTENCIA ⚠️: Esta historia no es...