La despedida

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  Cuando Mauricio aún era un adolescente y escuchaba a sus amigos quejarse de sus padres, se sentía afortunado.
  Su madre era cariñosa y durante toda su infancia había sido atenta con él. Una buena madre, una excelente madre si la comparaba con las de sus amigos.
  Por su parte, su padre no había estado muy presente en su infancia, siempre ocupado con su trabajo. Sin embargo el chico nunca resintió esto, sino al contrario, lo admiraba, al igual que admiraba a su madre.
  Conforme fue creciendo su padre fue haciéndose presente en su día a día. Platicaban constantemente de lo que les interesaba a ambos: libros, películas, arte, la escuela, sus amigos, casi de todo.
  Mauricio siempre había visto a sus padres de esta manera:
  Su madre, la que siempre lo presionaba a ser mejor. A exigirse hasta lo imposible.
  Su padre, su aliado, su confidente, un amigo, el que lo ayudaba cuando su madre estaba siendo demasiado exigente.
  Hasta cuando pasó lo de su novia, las quejas siempre habían venido de su madre; su padre solo estaba a su lado sin decir nada, sin apoyar al chico pero tampoco dándole la razón a su esposa.
  El chico siempre creyó que su padre era una persona comprensiva, una persona abierta a cualquier situación. Entonces Mauricio cayó en la cuenta de que, en realidad, nunca se había enfrentado a su padre. En lo "importante" siempre había concordado con él. Su madre se había encargado de sus actividades extracurriculares y su padre de sus estudios. Había escogido su preparatoria, su universidad, su carrera, y cuando el chico por fin se había negado a esa vida, descubrió quién era su padre en realidad.
  Pensó en todo eso sentado en el estudio de su papá. Ambos sentados en sendos sillones. Su padre con un vaso de licor en la mano, Mauricio con las manos entrelazadas.
  No se sentía nervioso, solo un poco cansado. La noche anterior había dormido poco. Hacían dos días desde aquella conversación con Sofía y solo se habían separado cuando el chico le había anunciado que iría a hablar con sus padres. Ella le había dado un beso en la mejilla y le había deseado suerte. Él había sonreído, sin decirle que no necesitaba suerte. Tuviera éxito o no con su padre, su decisión estaba tomada.
— ¿Y piensas que no habrá consecuencias?—le preguntó su padre, después de darle un sorbo a su bebida.
—Si esto me trae consecuencias en un futuro, no me importa—contestó él, soltando un suspiro de cansancio. Ya llevaban dos horas metidos ahí, dándole vueltas a lo mismo una y otra vez.
—Dices eso porque aún eres joven. Cuando tengas mi edad y veas que...
— ¿Siempre quisiste ser abogado, papá?—le preguntó el chico, interrumpiéndolo.
  Su padre le dio otro trago a su vaso y lo miró fijamente.
—Siempre le tuve respeto a mi padre y sabía que estaría orgulloso de mí si aceptaba lo que tan generosamente me estaba dando—contestó finalmente—. Algo que sé que le costó sudor y lágrimas. Algo que muchos matarían por tener tan fácilmente.
—Te respeto, papá, pero no por eso voy a desperdiciar mi vida haciendo algo que no me llena—replicó Mauricio, levantándose del sillón—. Y siento que no te sientas orgulloso de mí pero si para enorgullecerte necesito ser infeliz, entonces creo que es mejor vivir sin tu aprobación.
  El chico tomó su mochila, se la colgó sobre el hombro y caminó hacia la puerta.
— ¿Entonces así acaba?—preguntó su padre. Mauricio se giró y lo vio sentando en el sillón con la mirada perdida en las estanterías—. ¿Te vas de nuevo y nosotros nos quedaremos aquí, esperando a que te dignes a volver?
—Para nada. He hablado con mamá sobre esto y, aunque está triste, está de acuerdo. Me mantendré en contacto todo el tiempo; no será como la última vez. Lo prometo.
  El chico se giró y abrió la puerta, estaba a punto de cerrarla cuando escuchó que su padre hablaba:
—Si no llamas para decir que tienes un título, entonces lo mejor será que no me llames en lo absoluto.
  El chico cerró la puerta con suavidad. Sabía que esas últimas palabras habían salido de su padre porque estaba herido, no porque las sintiera de verdad... O al menos eso esperaba.
  Se encontró con su madre en la puerta principal con lágrimas corriéndole por el rostro.
—Cuídate mucho, hijo—dijo, sollozando—. Yo cuidaré de Lucía.
Mauricio sintió que se le encogía el corazón y abrazó a su madre.
—Te hablaré cada vez que pueda. No me pasará nada, mamá. Cuando me veas de nuevo, seré diferente, alguien mejor, ya verás.
  Su madre lloró un poco más en sus brazos pero lo dejó ir. Mauricio le dio un último beso y salió de la que una vez fue su casa. Se subió al auto que su madre le había prestado y le pidió al chofer que lo llevara a su departamento, donde lo esperaba Sofía.



La chica del trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora