Una cita

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    Cuando terminó la llamada, apenas podía hablar.

No quería llorar. No era una persona que expresara mucho lo que sentía pero aquella llamada lo había afectado, de eso no quedaba duda. Mauricio se aclaró la garganta y soltó la mano de Sofía. En el algún punto de la llamada había olvidado completamente que aún la sostenía.

Se levantó y le dio la espalda a la chica. Miró las luces de la ciudad y miró su celular. Ya era noche y el último tren estaba por partir.

—Mejor me voy antes de que se vaya mi tren—comentó el chico.

Sin embargo no quería irse, no quería estar solo. No esa noche.

Sintió que su amiga lo abrazaba por detrás, recargando su mejilla contra su espalda. Mauricio, apreciando el gesto, tomó sus manos entre las suyas.

—No tienes que guardarte todo para ti todo el tiempo—le susurró la chica.

Él cerró los ojos y soltó una respiración.

No había esperado sentirse tan... culpable. La llamada no había durado tanto. Unos diez minutos, a lo mucho, y en su mayoría solo habían sido los sollozos de su madre y los silencios prolongados de su padre, intentando controlar también las lágrimas.

No habían dicho mucho, solo que lo querían, que lo habían extrañado y que qué bueno que había llamado. El chico prometió ir a visitarlos, más pronto que tarde, y entonces habían colgado.

Sus padres no le habían echado nada en cara pero Mauricio no pudo evitar sentirse mal. Él había causado el dolor que sus padres habían sentido por casi cinco años. Y solo por orgullo.

—Es que me siento mal—confesó el chico cuando estuvo seguro de que su voz no se rompería—. Escuché felicidad y alivio en sus voces, pero también el dolor.

La chica no dijo nada, simplemente lo abrazó más fuerte y Mauricio se giró para poder abrazarla completamente. Ese pequeño contacto lo hizo sentir mejor. Ser abrazado por alguien a quien le importabas era una de las mejores sensaciones del mundo. Aunque el chico no sentía menos culpa, porque sabía que en realidad sí era su culpa, se sintió comprendido. Y, sin pensar mucho en la impresión que causaría en su amiga, depositó un beso en la cima de su cabeza.

Para su sorpresa, Sofía se separó y le sonrió, sonrojada. Él sintió que el corazón le daba un vuelco y se sintió corresponder esa sonrisa.

— ¿Ahora qué?—preguntó la chica.

—Iré a ver a mis padres. Será incómodo, sin duda. Mi madre preguntará por mi ex—supuso—, y tendré que decirles la verdad. Y tal vez mi padre intente meterme en el negocio familiar.

— ¿Y eso es lo que quieres hacer, seguir con el negocio?—preguntó su amiga, caminando. El chico la siguió.

—Bueno, no es que tenga muchas opciones. Soy único hijo y heredero. Negarle eso a mis padres después de todos estos años es un poco egoísta, ¿no crees?

Sofía se quedó callada por un par de minutos. Los dos caminaron en silencio, escuchando el sonido de los carros al pasar. Pasaron por un bar y la música podía escucharse.

—Si no es lo que quieres—dijo al fin la chica—, no creo que sea egoísta negarte. 

Pensando en el comentario de Sofía, Mauricio se despidió de ella y se fue apurado para poder alcanzar el tren.

El chico nunca se había rebelado contra su destino: dirigir la compañía familiar.
Si no hubiese sido por su novia en ese entonces, él habría entrado a la universidad que sus padres habían elegido, habría estudiado Derecho y se habría graduado con honores para seguir con la tradición familiar. ¿Qué dirían sus padres cuando les dijera que, al menos por el momento, no tenía interés alguno en la firma?

Intentó alejar esos pensamientos hasta que llegara el momento de discutirlo y, cuando se subió al último vagón, Mauricio reconoció de inmediato a la chica en asiento de la esquina, mirando por la ventana. La plática con sus padres dejó su mente sin mucho esfuerzo y, con una sonrisa en los labios, caminó hacia ella.

—Hola—saludó, sentándose frente a ella. Lucía lo miró y también sonrió.

Casi no podía verla pues el tren no tenía buena iluminación, aun así pudo notar que la sonrisa de Lucía no era forzada, sino genuina. Tal vez el cambio de ciudad, sin recuerdos de lo que alguna vez tuvo, le hiciera bien y, con suerte, recuperaría el brillo en su mirada.

El chico sintió que su celular vibraba con un mensaje; lo sacó y vio que era de su madre:

<<Mañana hay una cena de beneficencia. ¿Te gustaría venir?>>

— ¿Algún plan para mañana?—le preguntó Mauricio a Lucía.

La chica del trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora