Se le quedó viendo.
La alegría que había estado fingiendo durante las últimas horas, se le iba. Podía sonreír, podía reír y hablar como si nada, pero sus ojos no mentían. Fueron ellos los que llamaron la atención del chico en un principio y nada había cambiado hasta la fecha.
No sabía de dónde había aparecido. Un segundo él estaba recogiendo su ropa de la lavandería y al siguiente la tenía a su lado, sonriéndole.
El corazón se le había acelerado y casi suelta su ropa de la impresión. Pero entonces la sorpresa pasó y le puso más atención. Estaba triste. Sonreía, sí, pero sus ojos estaban rojos y el brillo en ellos había desaparecido del todo. Mauricio había pasado de saludarla y, en cambio, le preguntó qué le pasaba.
A Lucía le había vacilado la sonrisa pero un segundo después negó con la cabeza, sonriendo más ampliamente.
—Nada—le contestó y cambió el tema—. ¿Estás ocupado?
Mauricio le iba a decir que sí... Tenía que terminar de hacer unos pagos.
— ¿Te acompaño?—se ofreció ella, antes de que él pudiera decir nada.
Él no podía negarse, ni aunque quisiera. Ella se veía mal y de verdad estaba preocupado.
Así que aceptó. Le dijo que tenía que regresar a su departamento a dejar la ropa antes de pasar a sus otras tareas. La chica no pareció asustada ante el hecho de que un extraño la llevara a su casa, en cambio ayudó a Mauricio con una de sus bolsas.
—Vamos, entonces—dijo, haciéndole un movimiento con la cabeza para que guiara el camino.
Después de eso, volvieron a la calle. Ella lo acompañó a todo. Parecía que no tenía otro lugar al cual ir y, después de un tiempo, Mauricio se relajó. Se dejó llevar por la conversación que la chica siempre iniciaba.
Ella le contó que también vivía en ese pueblo, algo que él ya sospechaba. La había visto bajar una infinidad de veces del tren, pero nunca subir. Así que no estaba seguro si era de Sorsby. Pero ahora esa duda estaba aclarada. También le confesó que ella era del campo. Vivía con su abuela ahí pero se había ido para estudiar la universidad.
—Oh, así que aún eres estudiante—había comentado él, sorprendido.
—Pronto no lo seré—dijo ella—. Estoy a punto de graduarme. Pero, ¿es que tú ya acabaste la universidad?
Mauricio se sonrojó un poco y la chica sonrió ante esto.
—No... La abandoné en mi primer año.
Lucía asintió, compresivamente.
—Yo quería hacerlo también pero mi abuela siempre quiso que yo dejara la vida en el campo y se habría sentido decepcionada si hubiese desertado.
Mauricio había terminado todo sus pendientes y entonces caminaron por el centro, buscando un lugar para comer. Habían intercambiado posiciones. Era él quien la seguía. Lucía se detuvo en un local modesto y se giró a él sonriendo.
—Es mi lugar favorito—declaró—. Ven, entra.
El lugar era pequeño. Apenas había unas cuantas mesas pero el olor que salía de la cocina le hizo agua la boca.
Lucía tomó asiento en una mesa cerca de la salida y él la siguió.
— ¿Y qué estudias?—preguntó él, cuando hubieron ordenado.
—Ingeniería Civil—dijo. Ahora que ya no estaban caminando, ella lo miraba a los ojos.
Mauricio se sintió raro. No incómodo, pero si un poco descolocado. Ella parecía escucharte y hablarte como si fueras lo más importante en la habitación.
Era un poco extraño para él porque en su experiencia, él solo hacía eso cuando alguien le importaba de verdad. Y hasta ese momento, solo le había importado una persona. Pero esa persona ya no estaba, no desde hacía mucho. Y él estaba desacostumbrado al sentimiento. Y, a pesar de que no quería, supo que lo que sentía ya no era simple curiosidad. Esa chica le gustaba.
— ¿De verdad?—preguntó él, sorprendido.
—De verdad—contestó ella, divertida—. ¿Por qué te sorprende?
—Es que te veía más como alguien de arte...
¿La veía como alguien de arte o solo era que ella parecía arte?
—Bueno, en la carrera también dibujamos y...
—Me entiendes.
Lucía bajó lo miró, sonriendo.
—Siempre quise ser veterinaria. Me encantan los animales—dijo—. Pero mi abuela quería que me alejara del campo del todo. Creo que piensa que es doloroso para mí vivir ahí y si me hacía veterinaria, sabía que regresaría—. Entonces se apresuró a añadir: —No pienses que mi abuelita es una mala persona. Solo quiere que viva más y, de todas formas, siempre fui buena con las matemáticas.
Entonces había llegado por fin su comida y cambiaron de tema.
Mientras comían, ella lo había acribillado con preguntas.
¿De dónde era? De la capital. ¿Cuántos años tenía? Veintitrés... Casi. ¿Vivía solo? Sí. ¿Y sus padres? En la capital. O eso creía, aunque eso último no se lo dijo. Y la pregunta más extraña:
— ¿Qué quieres ser cuando seas grande?
Mauricio había soltado la primera carcajada en todo el día. Y quizá también en toda la semana.
— ¿Grande?—repitió él, entre risas—. Tengo veintitrés, Lucía, creo que ya estoy grande.
Ella lo miró con incredulidad.
—No creo que quieras ser un cajero por el resto de tu vida.
No, no quería. Pero tampoco se veía haciendo ninguna otra cosa. Aún no descubría para qué era bueno y sentía que el tiempo se le agotaba.
Sin embargo no dijo eso. Sentía que era demasiado deprimente para una primera conversación. Así que simplemente se encogió de hombros.
Lucía pareció tomar la indirecta y dejó el tema.
Cuando terminaron de comer, la chica se levantó de la mesa y le dijo que lo siguiera.
—Pero ¿y la cuenta?—preguntó Mauricio, trotando tras ella.
—Soy frecuente—contestó al tiempo que saludaba con la cabeza a una mesera.
Mauricio no dijo nada más. Sin embargo se sentía un poco mal de dejarla pagar toda la comida. ¿Debería invitarlo algo?
Para entonces ya habían llegado a un parque pequeño. Había juegos alrededor de un quiosco, en donde vendían helados. Mauricio sabía que era invierno y seguramente la chica se negaría pero aun así preguntó.
— ¿Quieres un helado?
Y Lucía aceptó. Y Mauricio se arrepintió de haberle preguntado porque a partir de ese momento, la energía pareció abandonarla.
Ahora esteban sentados en una banca cerca de los columpios. Al principio había parecido que Lucía iba a elegir los columpios pero un segundo después, se encaminó hacia la banca y se sentó. Ya no hablaba y solo te dabas cuenta de que no era una estatua cuando lamia su helado de vez en cuando.
Hasta el tiempo había parecido concordar con el humor de la chica. Las nubes grises habían aparecido de la nada y se había soltado un viento helado. Éste le movía el cabello a Lucía de un lado al otro y ella ni parecía notarlo. Mauricio la observó en silencio, sin hacer nada hasta que un mechón de cabello le cayó sobre la cara y ella no se molestó en moverlo. Entonces él se levantó de la banca y se arrodilló frente a ella, apartándole el mechón.
Los ojos volvían a brillarle, notó Mauricio con tristeza. Los tenía inundados de lágrimas.
ESTÁS LEYENDO
La chica del tren
General FictionComo todos los días, Mauricio sube al tren que lo lleva al trabajo, ajeno a todo y a todos hasta que su mirada capta a una joven. No sabe nada de ella, lo único que sabe es que no puede dejar de mirarla. * * * * * ADVERTENCIA ⚠️: Esta historia no es...