La comida

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Había decidido no arreglarse. Llevaba puesto un pantalón y una playera limpia que encontró. Nada especial, el tipo de ropa que usaba para salir con sus amigos.
De niño, las esporádicas comidas familiares eran formales. Nunca le habían agradado pero lo hacía por sus padres. Mauricio esperaba que, con su ropa informal, sus padres entendieran que ya no se trataba solo de sus necesidades y expectativas. Él también era parte de la familia y merecía que escucharan su opinión.
Bueno, quizás todo eso no lograría transmitirse con un simple conjunto de ropa, pero también iba a platicar con sus padres, a aclarar todo y, si tenía suerte, las cosas irían bien.
***
Después de dejar la estación de tren, Mauricio tomó un taxi hasta su casa. Cuando las calles viejas y agrietadas dieron paso a la zona residencial donde sus padres vivían, el taxista habló.
—Usted disculpará mi falta de discreción pero siempre he sido un hombre curioso—dijo—, y me preguntaba cuánto le pagan.
Mauricio se quedó un momento callado, tratando de entender lo que había dicho el taxista.
— ¿Disculpe?—logró articular.
— ¿Pagan mucho estas personas? El trabajo de taxista no es muy bueno, como podrá imaginarse y viendo todas estas casas tan grandes, me dio la idea de que quizás estaría mejor trabajando aquí, ¿no cree?
Cuando el chico comprendió, tuvo que contener una sonrisa. El señor pensaba que él era un empleado en alguna casa de por aquí. Era la primera vez que le pasaba, aunque también era la primera vez que tomaba algún tipo de transporte público hasta su casa.
—Nada excepcional—contestó Mauricio, siguiéndole el juego pues no tenía ganas de explicar nada.
El taxista soltó un bufido.
—Pero si estas personas no le pierden. Por algo son ricas—comentó—. Aún es joven, no pierda el tiempo en este lugar.
Mauricio asintió y le indicó dónde detenerse. Después de que el taxi hubiera desaparecido por la calle, Mauricio seguía plantado frente a la puerta. La propiedad de sus padres era grande, aún más grande que la casa de Julissa, y a él siempre le había parecido un tanto exagerado para tres personas. Cuando se fue y solo quedaron sus padres, Mauricio creyó que cambiarían de casa, algo más pequeño, pero no fue así. No entendía muy qué querían probar teniendo un lugar como aquel, pero el chico no iba a decir nada al respecto.
Sin pensárselo más, tocó el timbre. Una voz de un hombre que no reconoció le habló por el interfono. Después de contestar unas cuantas preguntas, lo dejó pasar.
A pie, el camino de la entrada hasta la casa era de cinco minutos y el chico sacó su celular para ver la hora. Iba a tiempo, no había necesidad de correr.
Cuando por fin llegó, esperaba que Helena le abriera la puerta, como siempre había sido pero, para su sorpresa, fue su madre.
Le sonrió y lo saludó de beso.
—Mamá...
Su madre, al ver su cara, soltó una carcajada.
—Ay, hijo, no es tan raro que abra la puerta. Todos los empleados descansan los fines de semana.
Mauricio frunció el ceño.
— ¿Desde cuándo?
Su madre sonrió, pero esta vez fue con tristeza.
—Ven, pasa—dijo, cambiando el tema—. Vamos al comedor. Tu padre cocinó hoy... Bueno, yo le ayudé un poco pero él hizo casi todo el trabajo.
Con su madre acompañándolo al comedor, se sintió como un invitado, entonces cayó en que en realidad sí era un invitado.
Al entrar a la habitación, Mauricio se dio cuenta de que la mesa era distinta, el color de las paredes era otro y las pinturas también habían cambiado.
—Puedes sentarte en cualquier lugar—dijo su madre antes dirigirse hacia la cocina.
Eso era nuevo. Cuando el chico vivía ahí, los lugares en la mesa estaban asignados y si a él se le ocurría cambiarse de lugar, su madre se la pasaba dándole miradas de irritación durante la comida y su padre terminaba por "pedirle" que volviera a su lugar.
Muchos cambios. El chico esperaba que todos fueran para bien.
Minutos después, sus padres llegaron con la comida. Mauricio se levantó para ayudarles a traer lo que faltaba pero su padre lo detuvo, así que ahí se quedó hasta que todo estuvo puesto.
Comenzaron a servirse y poco tiempo después, su madre inició la conversación.
—Así que Lucía... Es una joven muy hermosa. Y encantadora además.
Mauricio asintió sin saber qué decir.
—Siempre has sido reservado, hijo, pero vas a tener que decirnos lo que pasó.
El chico volvió a asentir.
—Um... Al final no funcionó. Supongo que éramos muy jóvenes.
—Lo eran—concordó su padre.
Nadie dijo nada por un momento y, antes de que el silencio se hiciera muy incómodo, su madre volvió a hablar.
—Pero Lucía es especial, ¿no? Todos los que tuvieron el placer de hablar con ella en la fiesta quedaron encantados. Me decían que hacían una pareja adorable y la verdad es que yo también estoy de acuerdo. ¿Por qué no la traes a comer un día de estos?
Mauricio se aclaró la garganta, incómodo.
—Lucía es solo una amiga, mamá.
En el rostro de su madre pudo notarse la decepción.
—Pero creí que invitarla a la fiesta, era tu manera de decirnos que ella era...
—No. Está pasando por un mal momento y quise que se despejara un rato, por eso la invité.
Y era cierto. Solo había querido ayudarla. Y aún quería hacerlo, pero como amigo, nada más.
El chico sonrió, aliviado. Al menos esta comida lo había ayudado para poner en orden sus sentimientos.
—Es una pena—se lamentó su madre.
Mauricio asintió de nuevo pero la verdad no lamentaba nada. Lucía era una chica encantadora que lo había fascinado desde el primer momento. Y esa fascinación había cambiado a afecto que tal vez en un momento pudo haber confundido con amor. Sin embargo unos días al lado de Sofía, y todo había cambiado.
El chico se moría por terminar con esa comida e ir hasta su amiga y confesárselo todo.
—Y dime, Mauricio—dijo su padre, sacándolo de sus pensamientos—, ¿a qué te dedicas?
El chico no quería contestar. Había esperado que su padre dejara pasar el tema solo por este día. Hasta su madre parecía reprocharle con la mirada a su marido.
—En un cine.
— ¿Eso significa que dejaste la universidad por completo?
—No creo que la universidad sea la respuesta a todo—contestó el chico, con un poco de irritación.
—Lo es si quieres tener un buen trabajo—replicó su padre, también con irritación.
— ¿Quién quiere postre?—intervino su madre.
—Me parece que la vida ya no funciona así, padre.
—Funciona así en esta familia.
—Fernando—dijo su madre. El chico notó que en la voz de su madre había una advertencia.
—No, Gabriela, él tiene responsabilidades, un papel que debe cumplir.
Mauricio estaba enojado porque, después de todos estos años, su padre no había cambiado; al menos no en un aspecto crucial para su reconciliación.
Sofía tenía razón. Él no podía pasarse la vida complaciendo a su familia, sacrificando su felicidad para que otras personas pudieran serlo.
Mauricio se levantó de la mesa, dispuesto a irse.
—Me voy. Mamá, siento dejarte así... No te preocupes, voy a volver pero cuando...
— ¡Ya no eres un niño, maldita sea!—gritó su padre, levantándose de la silla y aventando su servilleta contra la su plato—. La compañía necesita alguien que se haga cargo cuando yo me vaya y si tú no dejas tu egoísmo de lado, todo por lo que tu abuelo y yo hemos trabajado, se va a ir al demonio.
Mauricio no quería gritarle a su padre. Nunca lo había hecho y no iba a empezar ahora, así que respiró hondo y cuando se hubo controlado, habló.
—No soy el único egoísta aquí, padre, y cuando te des cuenta de eso, tal vez podamos volver a hablarlo. Como adultos.
Dicho esto, le dio un beso de despedida a su madre y salió de esa casa.

N/A: Muchas gracias por todos los comentarios bonitos. Y también se aceptan críticas constructivas. Siento la tardanza pero ya estoy de vacaciones y podré subir con más frecuencia los últimos capítulos. Nos vemos en el próximo ;):

La chica del trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora