La mudanza

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      El departamento de Lucía se veía más pequeño sin sus cosas.
  A excepción de la mesa, dos sillas y unas cuantas cajas esparcidas por la sala, el lugar estaba completamente vacío y limpio.
  El chico se había presentado desde temprano para ayudar a la chica y ella ya había estado limpiando. Él se había ofrecido a ayudar a limpiar y ella le preguntó si podía barrer en la que ella salía por unas cosas, y él aceptó, claro.
  Cuando la chica por fin regresó, lo hizo cargada de varias cajas, una bolsa con pan, leche, un par de sándwiches y varias botellas de agua. Y además le dijo la chica que había ido por un camión pequeño de mudanza que había rentado. Y entonces, se había puesto manos a la obra.
  Platicaban cuando los dos estaban en la misma habitación pero en su mayoría cantaban.   Bueno, Lucía cantaba y bailaba cuando podía. La chica había dejado su estéreo y había conectado su celular. Le preguntó al chico qué le gustaba. Mauricio se había encogido de hombros y respondió que cualquier cosa estaría bien.
  La chica entonces puso la música en aleatorio y él se había llevado una gran sorpresa.
  La verdad es que no se había puesto a pensar el tipo de música que Lucía escuchaba pero, de habérselo preguntado, él habría dicho algo suave, feliz. Y sí, Lucía tenía canciones de ese estilo pero también rock, alternativo, pop, clásica, electrónica... De todo. El chico había escuchado de todo en las horas que había estado ahí. No solo en español o inglés, también en francés, alemán, griego, portugués... Y su gusto musical iba hasta lo oriental.
  Nunca en su vida el chico había escuchado música en japonés, mandarín o coreano, pero estaba seguro que esa música tan pegajosa era algo asiático... ¿Kpop tal vez?
  Y Lucía bailaba, cantaba y tarareaba todas y cada una de las canciones. El chico la miraba y sonreía, y si la chica bailaba, a veces soltaba una que otra carcajada.
— ¿Entonces te gustan los idiomas?—preguntó el chico.
  Lucía seguía limpiando pero asintió con ímpetu.
—Los adoro; son fascinantes. Me encanta cómo el estilo cambia con cada idioma. Ya sea pop, rock, lo que sea, siempre suena diferente porque la cultura es diferente.
  El chico asintió, de acuerdo con todo lo que ella decía.
— ¿Y cuántos idiomas hablas?
  Lucía soltó una carcajada.
—Uno—. Mauricio la volteó a ver y ella le devolvió la mirada, divertida—. Sé inglés porque tuve que aprenderlo para la carrera pero la verdad es que los idiomas se me dan fatal. Así que el único que puedo hablar con fluidez es el español. Pero eso no me impide balbucear otros idiomas cuando canto.
  Mauricio rio. Lo había dicho tan natural, sin vergüenza alguna.
  Aparte del español, el chico otros tres idiomas que sus padres le habían obligado a aprender, por lo que hablaba con fluidez cuatro idiomas.
  Volvieron a quedarse en silencio y en ese tiempo, el chico revisó su celular más veces de las que podía contar, esperando un mensaje o alguna llamada.
  Aparte del mensaje que le decía que se encontraba bien, que nada le había pasado, Sofía no había dicho nada más.
  En el trabajo no lo había visto y estaba seguro de que la chica lo había evitado. Lo que no sabía era el porqué.
  ¿Por qué no quería hablar con él? ¿La había asustado? Solo quería hablar con ella para aclarar todo.
— ¿Estás bien?—le preguntó Lucía.
  Mauricio asintió.
—Mi amiga...—el chico se dudó, no queriendo decir nada, pero se obligó a continuar. Tenía que empezar a soltarse más si quería un cambio en su vida—. Desde ayer intentó comunicarme con ella pero no logró. Sé que está bien pero...
— ¿Es la chica guapa de cabello negro?—. Él asintió y Lucía sonrió—. Siento si interrumpí algo ayer. Me di cuenta de que estaban hablando algo serio después de gritar tu nombre.
  El chico sonrió y negó con la cabeza para quitarle importancia.
— ¿Te gusta mucho?—. Él volvió a asentir—. ¿Y ella lo sabe?
—No lo sé. Quiero decírselo pero no encuentro el momento y...
  Hubo un golpe en la puerta. El chico la miró y ella se encogió de hombros y se dirigió a la puerta para abrirla. Y ¿quién estaba parado en el pasillo? Era Daniel, claro.     

La chica del trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora