El departamento

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  Lucía le dijo que entraría a ver una película para matar el tiempo hasta que él saliera de trabajar. El chico había usado su descuento de empleado para darle su boleto y entonces se habían separado.
  Él volvía a repartir boletos y ella veía una película. Sofía por su parte, no había regresado.
Mauricio intentaba recordar las conversaciones que había tenido con su amiga. ¿Le había comentado algo sobre un novio, algún pretendiente, un amigo que no aceptaba una negativa?       Por más que intentara, no lograba recordar y si no le sonaba de nada, seguramente era porque ella no lo había mencionado.
  ¿Pero cómo te olvidas de mencionar a tu novio? Lucía le había dicho desde la primera vez que hablaron que tenía novio. Sin embargo Daniel había "olvidado" mencionar a su esposa.
  ¿Entonces era eso, su relación no iba bien? Y de ser así, ¿por qué no terminarla?
  Él chico esbozó una sonrisa triste; cómo se notaba que no entendía de relaciones. A pesar de que la vida le había demostrado miles de veces que las cosas eran en diferentes tonos de gris, él insistía en verlas en blanco y negro.
—Eh, muchacho—lo llamó una anciana—. Llevo frente a ti un minuto entero pidiéndote dos boletos, ¿por qué no dejas de soñar dormido y me los das?
  El chico despertó y le dio los boletos a la señora. Ella se fue insultándolo por lo bajo. Mauricio decidió ignorarla. De vez en cuando se encontraba con ese tipo de personas y, en su experiencia, era mejor no darles mucha importancia. Aunque no pudo ignorar la fila que empezaba a formarse, cada vez haciéndose más grande.
  ¿Dónde demonios estaba Sofía? Si no llegaba pronto, su supervisor iría a revisar por qué había tanta gente.
—Mauricio.
  Demasiado tarde. El chico intentó apurarse con los clientes y las cosas se aceleraron más pues el supervisor había tomado el lugar de su amiga.
— ¿Y Sofía?—preguntó mientras repartía boletos.
—Um... No lo sé. Estábamos aquí trabajando cuando una persona vino a buscarla. Ella pareció preocupada en cuanto lo vio y me pidió que la cubriera. Me parece que era una emergencia; jamás la había visto así—dijo el chico, intentando inventar una excusa creíble. La ventaja era que Sofía era una empleada ejemplar.
  El supervisor no dijo nada y cuando la fila se despejó, salió sin dirigirle una mirada siquiera.           Mauricio sacó su celular e intentó contactar a su amiga, sin éxito. Comenzaba a preocuparse.
Quince mensajes y diez llamadas mandadas directamente al buzón, el chico se dio por vencido.
— ¿Ya listo?—preguntó Lucía, apareciendo frente a él.
  El chico miró el reloj, ya había terminado su turno. Después de que su reemplazo se instalara, el chico fue a cambiarse y se encontró con Lucía en el estacionamiento.
  En el viaje, Lucía hablaba de su madre. Al parecer, desde la fiesta, su madre había estado comunicándose con la chica y, por lo que le contaba, parecían haberse hecho amigas.
  El chico sonrió sin saber muy bien qué pensar. No es que fuera malo pero sí era extraño. Sin embargo él no expresó sus sentimientos. Tal vez a su madre le vendría bien pasar tiempo con la chica, que Lucía la influenciara en todo lo que pudiera.
  En los momentos de silencio y cuando ella miraba por la ventana, el chico la observaba.
  Había algo en su sonrisa, una paz que antes no había. Sofía había dicho que él había estado ayudando a Lucía a recuperarse pero el chicho se preguntaba si en verdad ese era el caso. Tal vez a primera vista no lo parecía, pero la chica era muy fuerte.
  En la vida, ella había sufrido varias decepciones.
  En primera la de su madre, la de su padre. Había crecido sin ningún tipo de rencor hacia ninguno de los dos y había logrado amar como muy pocos lo hacían solo para ser decepcionada otra vez. Sin embargo seguía sonriendo esperanzada por lo que le deparaba el futuro.
  El chico se convencía con cada segundo que pasaba que él no había tenido mucho qué ver en esa recuperación. Era Lucía. Ella con su buen corazón y ojos soñadores que nunca se daban por vencidos.
  Mauricio en verdad esperaba que nada malo le pasara ni ahora ni nunca.
***
— ¿Y? ¿Qué te parece?—le preguntó Lucía, casi dando saltitos en su lugar por la emoción.
  El chico le echó una última mirada al lugar.
  Sin duda era mucho mejor que su último departamento. Más espacioso. Tenía dos baños, dos habitaciones, una cocina un tanto espaciosa, una sala comedor y un lugar para poner la lavadora y secadora, y al final un mini balcón. Y por si eso fuera poco, estaba segura de que su madre le había bajado la renta hasta la mitad.
—Es excelente—respondió el chico.
—Es el mejor departamento en el que he vivido—confesó la chica. El chico sonrió, enternecido—. Y no puedo creer lo barato que es. Me siento... No sé... Siento como que todo va a salir bien.   Un nuevo comienzo.
  Él asintió.
—Y dime, ¿ya tienes alguien para que te ayude con la mudanza?—le preguntó.
—Um... no. Pero es algo que siempre he hecho yo sola y...
—Bueno, si no te importa, me gustaría ayudarte—se ofreció el chico.
  Lucía lo miró sorprendida y luego sonrió, asintiendo.
—Gracias.
  Cuando dejaron el departamento, la chica lo invitó a cenar y él acepto.
  Comían hablando de varios temas pero la mente del chico seguía regresando a la discusión que había tenido con su padre.
—Lucía, si te hubieras negado a la petición de tu abuela, ¿cómo habría reaccionado ella?
  La chica se lo pensó por un momento.
—Creo que lo habría aceptado. No sin antes de tratar de cambiar mi decisión pero al final lo habría aceptado.
  Mauricio asintió y se quedó callado. ¿Por qué a su padre le costaba tanto aceptar su decisión?
— ¿Esto es por lo de tu padre?—le preguntó la chica, con voz suave, sabiendo que era un tema delicado—. Gabriela me lo contó.
  Él volvió a asentir, un poco sorprendido de que su madre le hubiera dicho algo tan personal a alguien que apenas había conocido.
—Si no quieres dirigir los negocios de tu familia, ¿entonces qué tienes planeado para ti?
—Sé que es tonto—contestó él—, pero no lo sé.
  La chica le dio un sorbo a su bebida con los ojos bien abiertos por la sorpresa.
—No sé qué quiero hacer pero, por el momento, no quiero trabajar para mi papá. Y tal vez suene egoísta porque me estoy negando a algo cuando en realidad no tengo nada mejor que hacer. Tal vez sería más comprensible si tuviera algo que me apasionara. Sin embargo ese es el problema, que no lo tengo, pero quiero encontrarlo. Y si acepto la oferta de mi padre, siento que ya no voy a tener tiempo para descubrirlo, voy a estar demasiado ocupado aprendiendo a manejar el negocio familiar.
  La chica lo observaba con detenimiento.
— ¿Y le has explicado todo esto a tu padre?
—No con esas palabras exactas—confesó el chico.
—Bueno, no conozco a tu padre pero si fuera yo y me dieras ese discurso, tal vez entendería tu punto de vista—dijo ella—. Quizás lo que quiere tu padre es saber que hay una esperanza, que no rechazas por completo su legado.
  Después de eso, cambiaron el tema, pero dentro de él volvió a surgir la esperanza. Quizás la chica tenía razón, pero para averiguarlo tendría volver a enfrentarse a su padre.

N/A: Bueno, aquí estoy otra vez con el nuevo capítulo y, como lo prometido es deuda, lo traigo cuatro días más pronto de lo normal. Intentaré seguir así.
  Muchas gracias por todos los votos y comentarios. Si tienen alguna sugerencia, no duden en decírmela, en serio me interesa saber lo que piensan. Como siempre, espero que les haya gustado este capítulo y nos vemos en el próximo. 

La chica del trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora