La explicación

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  Dos días habían pasado desde aquel día en el parque. No había sabido nada de Lucía desde entonces a pesar de haberle dado su número cuando se despidieron.
Mauricio se encontraba en aquel pequeño local al que la chica lo había llevado. Al llegar, Mauricio se había dicho que solo estaba ahí porque tenía hambre y la comida era buena y barata, pero él sabía muy en el fondo que la verdadera razón era que había ido con la esperanza de encontrársela.
Mientras apuraba su sopa, el chico pensó en su despedida.
Él la había acompañado hasta su departamento. Un lugar casi tan pequeño como el suyo solo que un poco más desordenado. Bueno, a primera vista se veía desordenado pero cuando dio un segundo vistazo, se dio cuenta de que todo estaba en orden solo que el lugar era muy reducido para tantas cosas.
Una pequeña cocina-comedor-sala. Dos puertas que probablemente daban a su habitación y al baño, respectivamente. Había flores casi sobre cada superficie. Algunas estaban en floreros (en la pequeña mesa para dos, sobre el refrigerador, y en una mesita al lado de un sillón de una plaza) pero la mayoría estaba en macetas: había tres en el alféizar de las dos ventanas, otras tres en la cocina y unas cuantas más acomodadas por el piso. Fotografías colgadas sobre la pared, libros apilados uno sobre otro que iban del piso hasta alcanzar el metro y medio de altura, seguramente ya no tenía espacio para un librero.
Su departamento estaba lejos de verse tan acogedor como el de ella.
—Gracias por acompañarme—dijo ella, rompiendo el silencio. Lucía tenía el cabello revuelto y los ojos, esos hermosos ojos verdes, estaban apagados del todo.
Mauricio ya no pudo contenerse, estiró una mano y, con cuidado, tomó la barbilla de la chica para que sus miradas se encontraran.
—No sé si estás más afligida por el rompimiento o por descubrir que eras la amante—ante esas palabras, los ojos de Lucía volvieron a enrojecerse—, si es lo segundo debes saber que no fue tu culpa. No lastimaste a esa mujer intencionalmente y no eres para nada como tu madre.
>>Si acaso tu tristeza se debe a tu rompimiento, espero que seas consciente de que hiciste lo correcto. Puede que lo ames y él a ti pero su relación no era buena para nadie. Y si llega el día en que lo perdones y él te pida una segunda oportunidad, él tiene que ser libre. Mereces una relación honesta, que la persona a tu lado pueda gritar a los cuatro vientos que eres suya y él de ti, y cualquiera se sentiría dichoso de tenerte.
>>Llora lo que tengas que llorar. Sufre lo que tengas que sufrir. Y continúa.
El chico se inclinó hacia ella y depositó el más delicado de los besos sobre su frente. Entonces se retiró y le sonrió a la chica para luego dar media vuelta y alejarse.
De regreso al presente, Mauricio se sintió enrojecer y cerró los ojos. Tal vez se había pasado de la raya, tal vez no debió decirle todo eso en ese momento, tal vez el beso estuvo de más. ¿Era esa la razón por la que Lucía no lo llamaba? Estaba seguro de que le había dado su número de camino a su casa.
O quizá la chica pensaba que era demasiado raro. Después de todo, apenas se conocían. A lo mejor sentía vergüenza por exponerse ante él. El chico sacó su celular a punto de enviarle un mensaje, cuando escuchó que en la mesa de atrás alguien se dejaba caer con un gran suspiro. Aquél había sido un gran suspiro, uno de derrota y el chico se compadeció de aquella persona. Lo que fuera por lo que estuviera pasando, le deseaba suerte. Entonces de la cocina salió una señora de cara amable pero en su rostro se notaba la tristeza, y quizá también un poco de molestia. Caminó hacia Mauricio y el chico comenzó a preguntarse qué había hecho para que la cocinera se molestase con él, cuando la señora lo pasó y en tono de reproche exclamó:
—Mira todo el desastre que has causado.
Eso iba dirigido a la persona a su espalda. Mauricio se sintió incómodo al estar tan cerca de la mesa, escuchándolo todo. No tenía la intención de oír conversaciones ajenas pero si se levantaba, llamaría la atención. Así que mejor siguió comiendo y pensando en lo que iba a poner en el mensaje.
—Te dije que siempre fueras honesto. Las mentiras nunca traen nada bueno y ahora...—la señora suspiró y se oyó que tomaba asiento junto aquella persona—. Tú también te ves devastado, Dani.
A Mauricio le dio un vuelco el corazón. Intento relajarse, seguramente no se trataba de él. Sería una horrible coincidencia.
— ¿La has visto, Cris? ¿De verdad se ve igual que yo?—en su voz se podía percibir la esperanza, y el chico supo con certeza que no era una coincidencia... Era el Daniel de Lucía.
—La vi cuando te llamé y hoy en la mañana vino a decirme que se iría por unos días con su abuela... Eh, ¿a dónde crees que vas? Ni se te ocurra ir a molestarla en su casa; no quiere verte. Y quita esa cara de felicidad; no deberías alegrarte de que ella también esté sufriendo—la voz de la mujer, Cris, se había endurecido—. No debería estar sufriendo en primer lugar, Daniel. Todo es tu culpa y no creo que puedas arreglarlo... No en este momento, por lo menos.
Daniel se dejó caer otra vez sobre su silla y exhaló.
—Siento que me estoy muriendo, Cris—confesó él con la voz rota—. No puedo existir sabiendo que no... Dime, ¿qué puedo hacer? No quiero perderla.
Hubo un silencio y el chico se imaginó que la mujer estaba confortando a Daniel. Tal vez le tomaba la mano mientras lo veía con dolor.
—Me temo que ya la has perdido, hijo.
—Cris...
—Deja a tu mujer.
—No puedo... No podría...
—Puedes volver a cocinar aquí en lo que consigues un nuevo trabajo. Eres excelente cocinando, Dani, y con los ahorros de estos años podrías abrir tu propio restaurante.
—Sabes lo difícil que es tener éxito en este campo. Soy bueno en lo que hago. La compañía de mi suegro está mejor que nunca y...
— ¿De verdad prefieres tener estabilidad económica a una vida con Lucía?—preguntó ella, incrédula—. ¿Recuerdas aquel día en que me dijiste que te ibas a casar? No había amor en tu mirada y tu sonrisa era de satisfacción, y todo porque ella era la heredera de una de las compañías más grandes del país. Por fin ibas a librarte del mundo de pobreza que tanto odiabas. Y aunque me sentí un tanto decepcionada, tú me dijiste que el amor vendría después. Que ella era hermosa y muy amable, alguien de buen corazón y sería muy fácil enamorarte de ella con el tiempo. Te creí porque de verdad quería que tuvieras mucho amor en tu vida; te lo merecías después de tanto sufrimiento, hijo. Pero en cuanto te vi aquella primera tarde hablando con Lucía, supe con certeza que jamás podrías amar a tu esposa. Y en ese entonces ni siquiera eran pareja, solo amigos—. Cris guardó silencio por unos segundos y luego volvió a hablar—. No te digo todo esto porque quiero hacerte sentir mal, te lo digo porque quiero hacerte comprender las malas decisiones que has tomado. Quiero que, por primera vez en mucho tiempo, tomes la decisión correcta. Y lo correcto es dejar a tu esposa.
A eso le siguió un largo silencio. Se escuchaba que alguien lloraba, pero no podría decir si era Daniel o Cris, pues cuando ella había hablado, la voz se le había roto en varios momentos.
—No puedo dejarla. Y sí, una de las razones es porque no estoy dispuesto a volver a ser pobre—soltó él, con voz ronca. Tal vez ambos estaban llorando—. Pero lo que de verdad me detiene es ella. Julissa no se merece esto. Me ama, Cris, y yo también le tengo cariño. Le debo mucho, todo lo que soy y lo que he logrado.
—Puede que te lo único que haya hecho es presentarte a su padre. Tú solo te abriste paso en esa compañía... No le debes nada—aseveró ella—. Pero olvídate de eso, ¿en verdad estás dispuesto a sacrificar tu felicidad y la de Lucía por alguien a quien no amas?
La sopa de Mauricio se había enfriado desde hacía mucho tiempo y el mensaje a Lucía parecía tener poca importancia ahora. El chico sacó un par de billetes que cubría la cuenta y la propina y los echó en la mesa, levantándose. Había hecho ruido y probablemente Cris y Daniel lo miraban pero era muy poco probable que lo reconocieran de espaldas así que, en esa posición, caminó hacia la salida.
El maldito era un interesado. Estaba haciendo sufrir a todos los que lo amaban y él seguía siendo un egoísta. Se había casado con aquella mujer solo por su dinero y Mauricio sintió pena por ella. Hubo un tiempo en donde él se preguntaba si alguna vez alguien lo amaría a él o a su dinero. Por eso se había alejado de éste. Aquella conversación lo había afectado sobremanera y, por primera vez en mucho tiempo, pensó en contactar a sus padres.

***
N/A: Gracias a todos por sus comentarios y votos. Sé que tardo en subir capítulo pero créanme cuando les digo que tardaría más si no fuera por esos comentarios. Y no estoy pidiendo comentarios a cambio de capítulos, solo quiero decirles que al ver que mi historia es del agrado de varias personas, me emociono tanto que quiero seguir escribiendo siempre xD.
Espero les haya gustado este capítulo y nos vemos en el próximo.

La chica del trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora