Retirada

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Daniel dio unos cuantos pasos hacia ellos, y por instinto, Mauricio se posicionó frente a Lucía.

El hombre por fin pareció percatarse de que la chica no estaba sola y se detuvo a unos pasos. Dirigió su mirada a Mauricio y en sus ojos apareció un destello de reconocimiento pero enseguida regresó la vista a Lucía.

Debía tener mucha confianza en el amor que Lucía le tenía, pensó Mauricio, porque de ser cualquier otro hombre, se habría puesto celoso de que su amante estuviera con otro hombre en una fiesta.

—Lu... ¿Qué haces aquí?

Lucía, por su parte, parecía haber perdido el habla, y si el chico no se equivocaba, también se veía un poco asustada. Volteó a ver a Mauricio, como pidiendo ayuda.

—Mira—le dijo el chico—, yo creo que es mejor que te vayas.

Daniel lo miró y ya no apartó la mirada. En sus ojos al fina había algo más que curiosidad y era enojo, y tal vez un poco de celos. Bueno, el chico tenía que admitir que le ayudaba a su ego saber que representaba una amenaza para el hombre frente a él.

—No es por ser grosero—contestó el hombre—, pero la verdad es que nada de esto te corresponde. No sé quién demonios seas pero es mejor que aprendas cuál es tu lugar y me dejes hablar con mi...

— ¡Dani!—gritó una mujer.

Los tres se giraron y al chico se le revolvió el estómago. Reconocía a la mujer, era la esposa de Daniel.

Ella lo opuesto a Lucía. Con su vestido rojo y cabello recogido en un elegante peinado, el labial de un rojo intenso y esas pestañas infinitamente largas. Estaba sonriendo, mostrando sus dientes blancos. Su piel oscura le daba el toque de misterio que cualquier hombre se moriría por resolver. Hermosa, sin duda, pero diferente a Lucía.

—Te he estado buscando por todas partes—le dijo la mujer a Daniel. Se detuvo junto a ellos y tomó el brazo de su marido. Daniel por su parte parecía otro. También sonreía y parecía muy natural, cómodo, como si la casi discusión de hace unos segundos no hubiera pasado.

— ¡Oh!—exclamó su esposa—. ¿Estos son tus amigos? Porque no me los...—la mujer se detuvo a media frase y observó con detenimiento a Mauricio. Incómodo, el chico apartó la mirada hacia Lucía. Ella parecía haber reunido las piezas y parecía que estaba a punto de vomitar. El chico estaba a punto de excusarse para sacar a la chica de ahí, cuando la mujer volvió a hablar—. Pero si tú eres Mauricio. Cielos, hace años que no nos vemos.

El chico frunció el ceño y observó a la mujer. Era cierto que la primera vez que la vio, le resultó familiar, sin embargo no pudo ubicarla. Ahora, en un lugar mucho más iluminado, intentó recordar otra vez.

— ¿No me reconoces?—preguntó ella, un poco avergonzada—. Soy Julissa. Cervantes. Nuestros padres son viejos socios. Una vez...

Algo hizo clic en la mente del chico. Viejas fiestas, reuniones y una que otra cena. La Julissa de sus recuerdos era muy diferente a la que tenía frente a él. Pero la recordaba. Ella era unos cuantos años mayor que él, por eso no se había llevado en su adolescencia.

—Claro—dijo por fin el chico—. Julissa, ¿cómo estás? Sin duda hace muchos años que no nos vemos.

—Muchísimos—concordó ella—. Estoy muy bien. Me casé—dijo, enseñando su anillo—. Este es mi esposo y esta nuestra primera fiesta de beneficencia.

Mauricio levantó las cejas, sorprendido. Eso sí que no se lo esperaba.

—No es que no te hubiera querido invitar a la boda—comentó la Julissa—. Invité a tus padres, de hecho. Pero solo fueron ellos. Dijeron que tú te encontrabas de viaje—. Mauricio también se sorprendió ante esta información. No le sorprendía que nadie supiera de su exilio voluntario, sino de que sus padres lo pudieran haber mantenido oculto por tanto tiempo. Cuando nadie dijo nada, la mujer siguió hablando—. ¿Y desde cuándo se conocen Daniel y tú?

—Bueno, en realidad...—comenzó él pero Daniel lo interrumpió.

—No nos conocemos. Solo que lo vi por aquí y no lo reconocí así que me acerqué a saludar.

—Daniel es nuevo en estas cosas pero aprende muy rápido—dijo ella, orgullosa. Se notaba que lo quería y el chico se sintió mal por ella—. Pero qué grosera, no me he presentado—dijo, apenada pero sonriendo—. Soy Julissa Cervantes. ¿Tú eres la novia de Mauricio?

Ahora quien palideció fue Daniel. El chico notó que esperaba ansioso la respuesta, ya no tan seguro del amor de la chica.

—Una amiga—aclaró el chico después de unos segundos de incómodo silencio.

No quería parecer grosero ante Julissa que parecía apurada para que todo saliera bien en su primera fiesta, pero pudo notar que Lucía quería irse de ahí, de la forma más silenciosa posible. Sin que la esposa de su ex amante supiera quién era.

—Julissa, fue un gusto hablar contigo otra vez—dijo el chico, sacando todos esos modales que sus padres le habían inculcado—. Es una fiesta hermosa, y también lo es tu casa. Muy bella, en serio. Sin embargo me temo que mi amiga no se siente bien.

En la cara de la mujer apareció un gesto de genuina preocupación.

—Oh—exclamó—. Tenemos un médico aquí para cualquier emergencia, permítanme...

—No, no te apures—interrumpió el chico, agradecido—. Yo creo que solo necesita descansar. Espero que nos veamos pronto

Con un asentimiento de cabeza a modo de despedida, Mauricio pasó un brazo por los hombros de la chica, no tenía idea de si estaba débil para caminar o no, pero sí sabía que necesitaba consuelo, y así la guió hacia la salida.


La chica del trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora