Los enamorados

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—Lu—dijo, arrodillándose frente a ella y tomando su rostro entre las manos. Le limpió unas lágrimas que derramó cuando lo vio—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Volteó a ver a Mauricio y si sus ojos no lo engañaban, creyó ver un poco de reproche en los del hombre. Mauricio quería reírse, apartarlo de Lucía y decirle que él era el responsable de las lágrimas de la chica. Pero nada de eso hizo falta porque fue ella quien alejó sus manos y se paró. Parecía sentir más confianza cuando se encontraba de pie. El hombre también se levantó.
—No estoy bien—confesó ella—, pero lo estaré.
Él parecía más confundido que antes.
— ¿Por qué estabas llorando?—preguntó y señalando a Mauricio, preguntó: — ¿Fue él?
— ¿Cómo supiste dónde encontrarme?—dijo ella sin responder. Ahora parecía más estable, y hasta su tono se había endurecido. Estaba enojada, se dio cuenta Mauricio. Y él hombre también.
—Cris me llamó. Dijo que te había notado rara—explicó él.
Mauricio no tenía idea de quién era Cris pero Lucía sí porque asintió. Se cruzó de brazos y dijo:
—No necesito tu preocupación. Por favor, no vuelvas a llamarme nunca.
Dicho eso, tomó a Mauricio de la mano y lo arrastró lejos del hombre. El chico le echó un vistazo al hombre por encima del hombro y éste parecía completamente descolocado. Entonces frunció el ceño y corrió hacia ellos.
— ¿Qué demonios te pasa, Lucía?—medio gritó cuando los alcanzó y se puso frente a ellos.
Era algo bueno que no hubiera tanta gente en el parque porque Mauricio estaba seguro que de lo contrario, ya habría gente rodeándolos no tan disimuladamente, dispuestos a ver la escena que causaban dos enamorados. Las pocas personas que había, era parejas y éstas parecían entender esas peleas y de inmediato volvieron a sus asuntos sin hacer caso a ninguno de ellos. El chico quería irse pero Lucía lo tenía bien agarrado y no se atrevía a soltarse.
—No eres tonto, Daniel, por favor no actúes como tal. Sabes perfectamente qué me pasa—contestó ella en el mismo tono bajo pero enojado de antes.
Daniel, como ella le había dicho, cerró los ojos un segundo, derrotado, y asintió. Entonces volvió a avanzar hacia ella con la intención de tocarla. Lucía, viendo sus intenciones, levantó su mano libre entre ellos y con la mirada pareció advertirle que era mejor que no se acercara.
Daniel entendió y se quedó donde estaba y metió sus manos en los bolsillos.
—Vayamos a tu departamento para que pueda explicártelo todo.
Y ojalá no hubiera dicho esas palabras. La mano alrededor de la chica hizo más presión a su alrededor y Mauricio se sorprendió de la fuerza de la chica.
— ¡Tú sabías perfectamente lo que esto significa para mí! ¡Te lo conté incluso antes de iniciar algo contigo!—exclamó ella al borde de las lágrimas. Su fachada de control se había vuelto a caer—. Y aun así decidiste engañarme.
Él también parecía un poco más exaltado que antes.
—Sí, lo sabía... ¡Lo sé! Y por eso también sé que necesitas calmarte para que puedas pensar con claridad. Déjame te llevo a casa, te preparo un té y hablamos de esto, Lu.
La forma en que decía "Lu" era como una caricia. Había tanto amor en ese simple diminutivo. Era obvio que él estaba loco por ella. Y la desesperación en sus facciones y voz era solo indicación de lo asustado que estaba de perderla. Mauricio se sintió celoso del amor que había entre ellos.
Él no parecía merecer el amor que sentía. ¿Cuántas personas no se pasaban la vida sin vivir algo así de apasionado? Él mismo, antes de conocer a Lucía, había empezado a caer en un hoyo oscuro que no parecía tener fondo. Y este hombre frente a él había sido lo bastante afortunado para encontrar una emoción así de fuerte y no la había apreciado. Y si él no merecía amar así, era obvio que no se merecía el amor que recibía.
Mauricio pudo ver cómo flaqueaba la determinación de Lucía. Estaba a punto de aceptar, lo presentía. Y él no tenía derecho a entrometerse, si ella quería seguir siendo la amante, él no era nadie para decir algo al respecto. Sin embargo Mauricio le dio un leve apretón a la mano de Lucía, uno casi sin fuerza, pero con eso bastó para distraerla. No pudo evitarlo.
—Mejor me voy—le dijo.
Lucía lo volteó a ver con los muy abiertos, sin duda estaba sorprendida. Tal vez había olvidado que él se encontraba ahí, a pesar de que sostenía su mano.
—No, no—dijo. Entonces le dio la espalda al hombre y le susurró: —Si me dejas con él... Me temo que no seré tan fuerte.
—Pero...
—Te necesito.
No necesitaba que le rogara, Mauricio estaba más que dispuesto a estar a su lado si eso significaba que le pondría fin a esa relación que tanto daño parecía hacerle.
Lucía se giró a Daniel, su sonrisa ya no estaba, y aunque parecía tranquila, la tristeza en sus ojos era obvia.
—No—fue su respuesta—. No necesito tiempo para pensar. He tomado mi decisión—. La voz se le había roto pero no lloraba—. Por favor, no me busques más.
Entonces se giró y caminó, y como aún sostenía su mano, Mauricio la siguió.
Fue por curiosidad, últimamente hacía todo por curiosidad, pero Mauricio no pudo evitar voltear a ver al hombre. Y ojalá no lo hubiera hecho porque lo que vio le hizo sentir un poco de pena por Daniel.
Él no despegaba la vista de Lucía, sus manos aún dentro de sus bolsillos y en su cara se notaba la preocupación. A veces a Mauricio no le gustaba ser tan bueno leyendo a la gente porque sabía, estaba seguro de que a aquel hombre se le estaba rompiendo el corazón.

La chica del trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora