XXIII

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— ¡Hannah, Aiden! ¡Tomen la flecha, es la última! –dijo Argent, haciendo que los lobos reaccionaran al instante, después de que un Oni hubiera roto la última flecha de Argent a la mitad. Ambos se abalanzaron contra el Oni, luchando. Hannah lo distrajo mientras Aiden tomaba la flecha y se acercaba para encajársela, Hannah extendió la mano para que le diera la flecha, pero para sorpresa de la chica, Aiden la empujó y le deslizó la flecha al Oni en el pecho. El Oni se esfumó y Hannah pudo ver por qué Aiden la había empujado, el Oni tenía la espada en punta y se la había clavado a Aiden.

— ¡Aiden! –gritaron Ethan y Hannah al mismo tiempo, mientras Hannah sentía como algo dentro de ella se rompía. Se suponía que Aiden era fuerte, que era un lobo, que no necesitaba de su protección... ¿Por qué se había permitido bajar la guardia? ¿Por qué se había confiado en que él estaría bien, si después de lo de Allison debió de haber aprendido que nadie estaba a salvo? Un nudo en la garganta se instaló en Hannah y mordiéndose el labio para no llorar, sostuvo a Aiden de la espalda y lo ayudó a quitarse la espada del vientre. El sonido del metal cayendo inundó el silencio, solo siendo igualado por la respiración entrecortada de Hannah. Hannah ayudó a Aiden a tenderse en el piso y le tomó la mano, intentando aliviar su dolor.

— Hannieh –murmuró él, viendo a Hannah a los ojos con tanta intensidad que ella misma creyó podría traspasarla.

— Esto no puede estar pasando, yo... me niego a creer esto, no. Tienes que estar bien, vas a estar bien –Hannah sintió como las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero se negó a dejarlas ir, sabiendo que Aiden siempre las había considerado una señal de debilidad. Ethan se acercó al otro lado de su hermano, sin molestarse en ocultar su llanto.

— ¿Te duele tanto como me duele a mí? –le preguntó Aiden a Ethan.

— Sí –respondió Ethan, sin saber qué más añadir

— Está bien. Lydia nunca creyó que fuera uno de los buenos, de todas maneras.

— Somos buenos, Aiden –dijo Hannah, incapaz de quedarse callada –Solíamos hacer cosas no tan buenas pero somos buenos, lo somos. Lydia lo sabe.

— Hannieh, tengo que decirte algo –dijo Aiden con esfuerzo.

— Lo que sea.

— Te amo.

— Te amo también –musitó Hannah, mientras apretaba aún más la mano de Aiden y se decía a si misma que no debía llorar, o al menos no en esos momentos.

— No, no lo entiendes. He estado enamorado de ti desde que somos niños.

Hannah tardó unos segundos en comprender enteramente lo que le había dicho, pero le encontró sentido. Cómo solía protegerla cuando eran niños, la manera en que la celaba en la escuela, cómo la incluía en todas sus travesuras, las palabras y la forma en que le hablaba (no dulcemente, no. Aiden nunca fue así con ella, pero la trata como si Hannah fuera fuerte, valiente, como un igual, como si nadie le entendiera como ella) y sobre todo, las miradas que le daba cuando él creía que ella no prestaba atención. Y en menos tiempo, lo entendió. Si ellos no se hubieran alejado de su manada, si Víktor nunca hubiera llegado, si se hubieran quedado en su pequeña ciudad...

— Podría haberte amado también. De esa manera. Podría haberlo hecho, Aiden –dijo Hannah, con la voz estrangulada mientras recargaba levemente su frente en el hombro de Aiden, sintiendo como su cuerpo levemente convulsionaba ante los sollozos no emitidos.

— Lo sé. Hannah, sé que piensas que la manada de Scott es buena para ti, y lo es, pero debes de aprender a desconfiar más en la gente o te van a hacer daño. Prométeme que tendrás cuidado, que no olvidarás lo que has aprendido por ellos...

Saving /Teen Wolf |running#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora