Capítulo 4

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El domingo era día de limpieza, ya que tanto Ana como Alicia trabajaban de lunes a sábados. Era realmente agotador, pero ninguna de las dos emitía quejas al respecto. Se repartían las tareas equitativamente y ponían manos a la obra. Generalmente terminaban cerca del mediodía, o al menos eso intentaban, así les quedaba algo de tiempo libre para si mismas.

Ese domingo no fue la excepción, para la una y media de la tarde ya habían terminado con los quehaceres domésticos y se encontraban sentadas en el desayunador tomando un almuerzo liviano.

—¿Qué tal tu semana An?

—Igual que todas las semanas desde que nos mudamos. Trabajar, estudiar, comer, dormir. Fin de la historia —dijo una muy aburrida Ana.

—Ay Ana ¡no seas tan quejona! La rutina es aburrida solo si vos lo permitís —Alicia le guiño un ojo.

—La rutina es aburrida y punto. Solo vos podes sonreírle a la vida aún cuando ésta te está pasando por encima. Para mí que las monjitas se confundieron al ponerte el nombre, deberían haberte llamado Cheshire (*) 

Alicia entrecerró sus ojos pero no pudo evitar esbozar una sonrisa.

—No cuesta nada sonreír, es gratis y te llena de endorfinas ¿Sabías que las endorfinas te ayudan a bajar el estrés?

—Por favor Alicia, estoy muy cansada como para lidiar ahora con tu buena onda y exceso de energía.

—Aburrida.

—Sonreidora serial.

Ambas se miraron fijo unos segundos y luego rompieron en grandes carcajadas. Les tomo unos largos minutos recuperar la compostura, es que cuando comenzaban a reír no podían parar. Luego de varias respiraciones profundas y evitar mirarse por tiempo suficiente como para no volver a tentarse, se dispusieron a levantar la mesa.

—A que ahora te sentís más relajada —acuso Alicia en tono jocoso.

—Lo suficiente como para echarme una buena siesta.

—¿No tenias que estudiar?

—Sí, pero lo haré luego de mi siesta rejuvenecedora. Sabías que dormir te rejuvenece ¿No?

—Por supuesto.

Como lo había anunciado, Ana fue a acostarse a la habitación que ambas compartían. Alicia decidió salir a dar un paseo, el día estaba demasiado hermoso como para desperdiciarlo quedándose encerrada en su pequeño departamento. Tomo su abrigo y su bandolera, donde siempre llevaba un block de hojas blancas, su cartuchera y sus preciados crayones de pastel al oleo. Es que a veces la inspiración surgía cuando menos se lo esperaba y le gustaba estar preparada para dejarse llevar.

Ni bien puso un pie afuera el frío aire golpeo su rostro, era pleno invierno y las temperaturas habían bajado demasiado. Pero el sol hoy reinaba en el cielo con todo su esplendor, creando la sensación de un día primaveral.

Comenzó a caminar sin rumbo, le gustaba dejarse llevar. Ella no buscaba un destino sino que dejaba que el destino la encontrara a ella. Avanzo varias cuadras observando todo a su alrededor. Edificios, casas, arboles, plantas. Le gustaba captar pequeñas escenas, sacando fotografías mentales de lo que la rodeaba.

Esa era una de sus grandes pasiones, la fotografía, pero estudiar para ello no era nada barato. Especialmente el equipamiento, tan solo una cámara le costaría por lo menos seis sueldos completos. Tenía esperanzas de poder juntar el dinero suficiente para poder comprarse una cámara en algún momento, luego vería de encontrar algún curso accesible para comenzar a estudiar.

Llevaba unos veinte minutos caminando cuando se encontró con una pequeña plaza. Ubico un banco vacío y se dirigió hacia allí para tomar asiento. Desde donde estaba podía divisar la zona de juegos, donde algunos niños jugaban bajo la atenta mirada de sus madres. Uno de ellos llamo su atención, una niña de unos tres años que se encontraba jugando en el arenero.

Ésta hundía su mano en la arena para luego levantarla mientras observaba los pequeños granos deslizarse entre sus dedos y caer al arenero nuevamente. Repetía la acción una y otra vez, como si estuviera intentando comprobar algo. Pronto su madre la levanto del suelo y la coloco en su cochecito. La niña comenzó a llorar en señal de protesta pero su madre le ofreció un caramelo y santo remedio.

El gesto de la niña había quedado grabado en su retina y de pronto se halló con la necesidad de plasmar dicha imagen en una hoja. Saco el block y un lápiz negro 4B y otro 6B para los sombreados. Con agilidad comenzó a trazar sobre la hoja los rasgos de la pequeña niña, poco a poco la imagen comenzó a tomar forma. Su gesto al observar la arena caer, su pequeña mano en el aire mientras partículas de arena resbalaban de ella, sus piernas flexionadas y sus pequeños zapatitos enterrados parcialmente en la arena.

Daniel se encontraba corriendo por las calles de su barrio, aunque no muy contento ya que ese no era un buen horario para hacerlo. Él tenía el hábito de salir a correr todas las mañanas, pero ese domingo había despertado en compañía de una exquisita mujer. Encontró más divertido y provechoso el ejercicio que podía obtener de aquella situación.

Pero llegada la tarde sintió la necesidad de salir a trotar un poco, más que un habito era una obligación que se auto imponía para intentar mantener a raya el estrés que su trabajo le provocaba. Porque por más que disfrutara de lo que hacía, no era inmune a las consecuencias de la cantidad de horas que trabajaba, de las corridas, los plazos y de los problemas que debía resolver. En fin, de todo el ajetreo que conllevaba su labor.

Era una tarde fresca, pero el sol brillaba en el cielo calentando un poco la piel. Pronto diviso la plaza y decidió aminorar el paso, un poco de descanso le vendría bien para recuperar el aliento. Mientras caminaba por la pequeña plaza diviso a una chica de pelo castaño sentada en una banca.

Se fue acercando lentamente ya que algo en ella le llamaba poderosamente la atención. Cuando estuvo a tan solo unos pasos se dio cuenta porque se había sentido tentado a acercarse. Era ella, aquella chiquilla que trabajaba en aquel café. Su pelo brillaba bajo los rayos del sol, al encontrarse más cerca pudo notar que era de un color castaño claro y tenía algunos reflejos dorados.

Estaba sentada con ambas piernas flexionadas y los pies apoyados sobre el borde de la banca. Sobre sus piernas tenía un block de hojas sobre el cual sus manos se movían ágilmente trazando líneas aquí y allá. Sus ojos estaban fijos en la hoja, podía notar su mirada perdida pero al mismo tiempo concentrada, como si estuviera en una especie de trance.

Antes de darse cuenta había llegado junto a aquella banca y sin que ella lo notara se sentó a su lado. Ahora desde donde estaba podía apreciar lo que la muchacha estaba dibujando con tanta atención. Se tratada de una niña que observaba su mano y la arena que caía de entre sus pequeños dedos. Quedo completamente sorprendido por lo realista que parecía aquel dibujo. Era evidente que ella tenía un don para ello.

—Dibujas increíblemente —dijo él muy cerca de su oído.

Alicia pego un salto debido al susto que el extraño le causo, tirando al suelo todas sus cosas. Ella se levanto rápidamente para recogerlas mientras que la persona a su lado imitaba su acción.

—Perdón, no fue mi intención asustarte.

—Está bien, no hay problema señor...—dijo mientras levantaba la vista y se encontraba con unos increíbles ojos color musgo—, sonrisa.


(*) Se refiere al gato de Cheshire, uno de los personajes de la conocida obra de Lewis Carrol, Alicia en el país de las maravillas. Se distinguía, principalmente, por estar sonriente todo el tiempo.


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Hola!!! Acá les dejo un nuevo capítulo, espero les guste!!!

Saluditos!!!

Como mariposa en Primavera SIN EDITAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora