Nicky Bennett.
Todo el mundo alguna vez en la vida, ha sido responsable de una locura por muy pequeña e inútil que sea, con el fin de divertirse y pasarlo bien rompiendo las normas. Pero ahora justamente, no estamos hablando del mundo y mucho menos de una pequeña locura, si no de mi, y de mi vida, y esta, es la locura más grande de todas.
Miro hacia la puerta nerviosa esperando a que hagan lo que tienen que hacer lo más rápido posible. Hacía tiempo que no salía y los nervios me están comiendo por dentro, no sé si por el miedo a haber perdido práctica o simplemente por lo duro que se me está haciendo ejercer solo de vigilante cuando siempre he sido la cabecilla del grupo.
—¡Ya lo tengo!—avisa Marc abriendo su mochila y guardando todo lo que ha cogido.—Dadme dos segundos.
Observo como Amanda, mi compañera y mejor amiga, asiente recogiéndose rápidamente su larga melena rubia y volviéndose a enrollar el pañuelo negro por toda la cara, dejando ver solo sus increíbles ojos azules.
Miro mi reflejo en uno de los cristales-espejo que hay en una pared y resoplo dudosa. Voy vestida y tapada igual que ella y aún así se nota que es muchísimo más guapa que yo.
—Nicky.—me llama Óscar, otro de los chicos que se encuentra ayudando a Marc, y nuestro jefe, por llamarlo de alguna manera.—Cuando cuente tres abres la puerta y nos dejas salir primero a nosotros.—me pide y asiento sin discutir. A sus apenas dieciocho años, ha vivido más que uno de cincuenta, siempre ha sido como mi hermano mayor y ha dado todo de sí para cuidar de mí y de mis amigos como mejor podía, se podría decir que le debemos la vida.—Uno, dos...—me mira y pongo la mano en el pomo.—¡Ahora!—grita y abro la puerta haciendo sonar con fuerza la alarma de la tienda.
Veo como todos salen corriendo y se meten en una furgoneta que conduce Mario, que aunque solo tenga los dieciséis como la mayoría de nosotros, ya sabe manejar todo tipo de automóviles.
Trago saliva cuando ya están todos dentro y la furgoneta se enciende, salgo corriendo pero no me da tiempo a entrar y me maldigo miles de veces comenzando a oír las sirenas de la policía. Supongo que tantos días sin salir sin mí que se han acabado olvidando de que existo.
Miro a ambos lados asustada y no me lo pienso antes de empezar a correr calle arriba, haciéndome paso entre la gente y siendo perseguida por dos policías y sus grandes y terroríficos perros.
Me meto por un callejón y sigo corriendo mirando hacia atrás hasta que, por si el día podía ir a peor, choco con un chico y ambos caemos
contra el húmedo suelo.—Mierda.—murmuro levantándome rápidamente y asegurándome de que los policías pasan de largo. Suspiro tranquilizándome y me vuelvo a girar hacia el chico, que se estremece de dolor tocándose el tobillo.—Ups.
—Joder tío.—se queja y alza la cabeza clavando sus oscuros y ahora rojos ojos en los míos, para luego sonreír ampliamente.—Hola.
—¿Estás bien?—me arrodillo preocupada, asegurándome de que no se me vea la cara.—Lo siento, no miraba por dónde iba.
—Ya, ya.—suspira aturdido.—Yo tampoco te he visto venir.
—Se te está hinchando.–comento viendo su tobillo.
—Da igual.—intenta levantarse y acabo ayudándolo.—Me llamo Daniel, Daniel Oviedo.—se presenta sin apartar la sonrisa de su cara.—¿Y tú?
—¿Mi nombre?—trago saliva algo nerviosa.—No creo que te interese.
—¿Por qué?—se ríe sarcástico.—¿Tan feo es?
—No, bueno, no sé.—suspiro nerviosa.—El caso es que no te lo voy a decir.—susurro y lo miro unos segundos.—Ya es bastante que me he quedado y no he salido corriendo.
—¿Qué eres una especie de...no sé cómo decirlo, esclava?—se sorprende frunciendo el ceño y niego con la cabeza con una sonrisa obvia.
—No, claro que no.—doy una pequeña risilla.—Mi vida es mucho más emocionante.—le guiño un ojo mientras me doy la vuelta y luego vuelvo a girarme para mirar a un lado de la finca.—Tengo que irme.
—¿Me vas a dejar aquí?—levanta una ceja.—Estoy cojo.
—¿No puedes llamar a nadie?—le pregunto y el niega con la cabeza tocándose los bolsillos.—Oh, no llevas el móvil.—susurro.—¿Que adolescente con cabeza no lleva un móvil encima?–susurro haciendo que me mire mal.—Esta bien, ¿te sabes el número de algún familiar que pueda venir a por ti?
—Si.—asiente y no muy decidida le tiendo el mío para que llame, lo hace con paciencia y le da la dirección al que creo que es su hermano para que vengan a recogerlo.—Gracias.—me lo devuelve sonriendo.—Vendrán enseguida.
—Entonces me voy.—anuncio guardándome el móvil y asegurándome de que lo llevo todo.
—¿Volveré a verte?—me pregunta mientras ando hacia una pared con una escalera que llega hasta el tejado.
—¿A mí?—me giro para mirarlo sorprendida y asiente peinándose nervioso.—Quien sabe.—susurro y empiezo a subir las escaleras corriendo.—Adiós, Daniel.
******
Daniel Oviedo.
—¿Qué mierdas te ha pasado?—se preocupa mi hermano saliendo del coche y acercándose a mi.
—Acabo de chocar con la mujer de mi vida.—admito en un susurro, aún perdido en el azul tan alucinante de sus ojos.
—¿Pero el pie te duele?—se preocupa y asiento ayudándome de sus hombros para andar.
—Céntrate.–rueda los ojos.–Lo más importante es que he visto a la puta mejor tía de mi vida.—vuelvo a decir consiguiendo que se ría bastante sarcástico.—Es tan...—susurro entrando en el coche.—Misteriosa.
—¿Y es guapa?—me pregunta sacando su móvil.
—Eh...—murmuro.—No le he visto la cara.
—¿Cómo?—se ríe.
—Solo tenía los ojos descubiertos, y valla ojos.—susurro bajo su atenta y divertida mirada.—Y la voz dulce.
—¿Y qué hacía tapada?—me pregunta y me encojo de hombros.—¿Dices que ha chocado contigo?—asiente y se queda pensativo.—Hace nada han robado en una joyería de por aquí y dicen que han escapado.—me informa y frunzo el ceño.—Me tomaras como un loco pero, o es una casualidad, o la chica esa era una ladrona.
—No.—niego obviamente sin pararme a pensar lo que dice, a Jesús siempre le gusta sacar las ideas más imposibles de las cosas.—Se ha preocupado por mi y si fuera una ladrona no lo habría echo, oh, y también me ha dejado su móvil.
—Yo no lo tengo tan claro.
—Podría ser una chica que prefiere ocultarse.—le hago ver.–O tener un padre gilipollas y obsesivo.
—Bueno.—me tiende su iPhone.—Me ha llamado con su móvil y aquí está su número, llámala y dile que quieres quedar.—sonrío de lado.—Si lo hace, tienes razón, pero si no...—se ríe.—Es una chica que tiene mucho que ocultar.
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Eres todo lo que quiero.
Teen FictionQue me has enseñado a vivir en vez de a ver la vida pasar, y en esa diferencia se esconden todos los matices que te definen.