EMMA (18)

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Me fui de Dortmund sin despedirme de nadie, no lo creí necesario, mi vínculo laboral era con Marco y luego de mi humillación y la destrucción de su carro me parecía que las cuentas habían quedado saldadas. El avión al fin aterrizó en una lluviosa noche londinense, jamás me había sentido tan extraña en mi propia casa. Abrí la puerta de mi apartamento, donde nadie había puesto un pie en casi cuatro meses y me golpeó la realidad más cruda: estaba nuevamente sola.

No quería abandonarme a la depresión, deseaba volver al tiempo en que aún no conocía a Marco, cuando la vida no se me había torcido gracias al fútbol o los jugadores. Al despertar a la mañana siguiente no reconocí donde estaba, antes de despertar del todo sentía el peso de Marco al otro lado de la cama, la fragancia que despedía su piel al amanecer y sus ronquidos. Deseché la fantasía de un plumazo y volví a trazar un plan de acción, no tenía problemas de dinero y deseaba volver a la universidad. Puse un anuncio en el periódico poniendo mi apartamento en alquiler y volví a Oxford, a matricularme en medicina del deporte. Para cuando llegó julio estaba completamente inmersa en diagnostico de lesiones y su tratamiento e incluso tratamientos alternativos como la acupuntura y la meditación. De vez en cuando veía una que otra noticia sobre Marco, evitando todo lo referente a "Marlett"  o a las autodenominadas "Reusgartmannlovers" (algo que me parecía totalmente ridículo), muy en el fondo me alegraba saber que para fin de año estaría en condiciones de hacer entrenamientos leves y exigirse un poco más. No le guardaba rencor, eso me hacía sentir mal.

— ¡Tranquila con eso, colega! — Rió Petra, una de mis compañeras de estudio— ¡Ese es el tercer litro de jugo de manzana que te tomas en media hora!

—No lo sé, tengo demasiada sed últimamente— me encogí de hombros con el bote vacio de jugo al que trataba de sacudir hasta la última gota— En realidad solo quiero jugo de manzana.

— ¿Segura que estas bien? Jamás había visto a alguien beberse su peso en jugo, deberías hacerte exámenes, podrías tener diabetes.

—Es eso o estás embarazada— completó Karen, otra de mis compañeras, sin despegar la vista del grueso volumen de anatomía que estaba leyendo.

Me quedé en una pieza. No recordaba la última vez que había sangrado, después de todo mis menstruaciones jamás habían sido muy puntuales. Además, me sentía cansada. En semanas enteras me había sentido tan exhausta, que había faltado a clases. Recogí mis cosas apresuradamente y salí a toda prisa de allí, murmurando para mis adentros "No puede ser, mierda, mierda, no puede ser". Una vez en mí apartamento me quedé media hora viendo la prueba de embarazo como si fuera un perro rabioso a punto de morder. Luego de mucho titubear abrí la caja y me hice la prueba. Casi vomité cuando vi un punto de color rosa, signo inequívoco de que estaba embarazada. Acongojada, me quedé despierta toda noche, caminando para arriba y para abajo. Jamás había estado tan tensa como ese día. ¿Cómo se lo diré?, pero al punto escuchaba la voz de Marco resonando en mi cabeza: "Solo me importa mi carrera...no puedo pensar más que en mí...no tengo tiempo ni energías para una relación", al punto supe que no habría nada que decir.

Los días pasaban y no atinaba a tomar una decisión, los olores, los sabores, todo me recordaba que estaba embarazada. Estaba cada día más confusa respecto de lo que debería hacer. "No puedo darme el lujo de tener este bebé" pensaba, y cinco segundos después me encontraba acariciándome con ternura el vientre, aun plano. Incluso si me decidía a abortar sabía perfectamente que tendría que hacerlo antes de la semana 17, y calculaba que tenía ya unos tres meses de embarazo y un poco más.

Finalmente concerté una cita en una clínica, donde me harían un ultrasonido que revelaría el tamaño del feto y determinaría el método de aborto que debería emplearse. Al mirar la imagen que apareció en la pantalla tenía la vista tan nublada que no logré discernir gran cosa. Luego oí al médico comentar con su ayudante:

—Habría sido niña.

Me sobresalté al escuchar estas palabras. Me vestí y salí precipitadamente. En la recepción, la secretaría me entregó una tarjeta en la que estaba escrita la fecha de terminación del embarazo.

Caminé temblorosa de vuelta a mi casa, en el camino pasé frente a una iglesia y aunque no soy católica, entré. "¡Por favor, dime qué debo hacer!" supliqué. "No puedo hacer frente a esta situación sola". Al cabo de unos minutos de meditación, arrugué la tarjeta y la dejé en el banco del templo. Al salir me sentí en paz conmigo misma. Había tomado una decisión.

Esa noche me confesé con la única persona en la que confiaba y a la que había dejado de hablarle hacia un tiempo:

"Mats, soy Emma. Tengo que contarte algo: estoy embarazada. Por un momento pensé en abortar, pero la verdad es que no puedo hacer tal cosa. Sé que no tengo derecho a pedirte nada y que te sentirás defraudado; pero aquí me tienes, con cuatro meses de embarazo, sola y muy asustada. Daría lo que fuera por un abrazo tuyo"

Für Immer ||Mats Hummels|| Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora