MARCO (27)

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No sabía si alguna vez me acostumbraría al clima londinense, no entiendo cómo pueden vivir con tanta asquerosa humedad y esa mala fama de que llovía 364 de los 365 días del año. Respiré aliviado cuando finalmente dictaminaron que mis exámenes médicos estaban correctos y estaba en excelente forma para empezar a entrenar con el equipo inmediatamente. El Chelsea tuvo a bien disponer un lujoso penthouse con vista al rio Támesis que encontré demasiado grande para mí solo.

—Este triplex lo ocupaba David Luiz mientras jugó aquí, ¿lo conoce? — me preguntó el relacionista público del Chelsea, mientras me enseñaba el lugar.

—Sí, me lo crucé en un par de ocasiones— salí al balcón, donde se respiraba un aire cargado, que venía del río. El hombre seguía chachareando sobre el apartamento hasta que lo interrumpí.

—Sé que esto le parecerá raro pero, ¿tiene usted idea donde puedo contratar a un detective privado?

Resultó que no sabía pero se comprometió a averiguármelo para la mañana siguiente. Mi primer día de entrenamiento estuvo muy relajado y aunque era el único alemán en el equipo conocía de antes a varios de los jugadores. "El Arsenal es el equipo con más alemanes" coincidieron todos, claro que ninguno sabía por qué no me entusiasmaba tanto la idea de buscarlos para que me ayudaran a aclimatarme. Yo podía solo.

Mientras me encaminaba hacia el automovil donde me esperaba el chofer que me conduciría los primeros días, me detuvo un sujeto extraño, bajito, calvo y de gafas oscuras. Se presentó como Alan Rhys Jones, investigador privado. Le pedí que me acompañara a mi casa mientras le comentaba lo que necesitaba que hiciera.

— ¿Y no ha vuelto a saber nada de esta mujer en casi un año?— preguntó, mientras estudiaba la única foto que tenía de Emma, una en la que estamos juntos en el consultorio del doctor Engel.

—Nada, su número de celular ya no sirve, no utiliza redes sociales, trabajaba en el Royal London Hospital pero me han dicho que después de renunciar no volvió.

—Será relativamente fácil— guardó en su bolsillo la fotografía mientras se levantaba de la silla— No la encontró porque en realidad, no sabe nada de ella.

Tuve que admitir que tenía razón, jamás me había interesado saber nada de ella, solo quería que estuviera ahí para mí, con su cuerpo y su alma. Por eso necesitaba encontrarla, verla de nuevo; para ponerle punto final a todos los recuerdos inconclusos, porque ella era la única que podía salvarme.

—Creo que sé por dónde empezar, no creo que necesite hacer más que un par de llamadas. Pierda cuidado señor Reus, lo llamaré a más tardar pasado mañana— me estrechó la mano y salió a paso cansino.

No solo cumplió, sino que se presentó a la tarde siguiente cargando un portátil y una carpeta de archivo. Sonreía ampliamente:

—Le dije que sería sencillo, no la encontró simplemente porque se cambió el nombre. Como ya le dije ayer, usted no sabe realmente nada sobre ella.

— ¿Cambiarse el nombre, por qué haría una cosa así?

— ¿Por qué lo haría usted? ¡Piense...para esconderse! Es Zaafirah Jayaraman ahora, aunque no se cambió el nombre exactamente. Solo invirtió el orden de los suyos propios. Se divorció hace poco más de dos meses de un hombre llamado David O'Gara, un músico que vive en Manchester.

— ¿Pero ella sigue viviendo aquí en Londres? — pregunté, ansioso.

—Por supuesto, sigue trabajando en el Royal London Hospital, no la localizó porque tiene un nombre diferente. Y el personal del hospital no tiene permitido facilitar información personal ni de pacientes ni de médicos. Usted no sabía por quien preguntar. Además trabaja en el departamento médico del club Arsenal. Lo que me lleva al siguiente punto— carraspeó y se bebió un trago de agua— La señora Jayaraman está en pareja y tiene un bebé.

Abrió la carpeta y desparramó el copioso contenido sobre la mesa, el historial completo de la vida privada de Emma: notas sobre sus idas y venidas, transcripciones de conversaciones telefónicas interceptadas y docenas de fotografías, la mayoría a cierta distancia, pero bastante claras al ser ampliadas en la pantalla. Allí figuraban los miembros de su familia, clientes de su consulta, su perro, amigos y conocidos.

Sentí una inevitable angustia al ver expuesta ante mis ojos la intimidad de esa mujer por quien sentía un afecto ferozmente posesivo. Las fotografías me conmovieron hasta los huesos: Emma en bicicleta, atravesando la calle con su bata de médico, de picnic en un bosque, abrazando a su bebé, conversando, hablando por teléfono, comprando en el mercado, cansada, alegre, dormida en el balcón de su casa, enojada. Con su aire de niña vulnerable e inocente, me pareció tan hermosa como cuando la conocí en el hospital a través de mis ojos hinchados, cuando la seduje en el sofá de mi casa con la misma inconsciencia con que lo hacía todo en mi vida, y me odié por no haberla amado y cuidado como se merecía y por haber perdido la oportunidad de formar con ella un hogar donde ese bebé hubiera nacido.

— ¿Qué sabe del marido? — le pregunté. Frunció los labios antes de contestar, como si midiera mi reacción. Hasta que al fin contestó.

—Están juntos hace más o menos nueve meses, viven en Holloway cerca del estadio del Arsenal, tienen una hija de siete meses, llamada Tatiana Julianne...

Sacó un segundo fajo de fotografías donde no solo reconocí a la niñera que empujaba el carrito sino también a la hermosa niña que había conocido días atrás.

—Es la hija de Hummels...— murmuré. 

Für Immer ||Mats Hummels|| Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora