MATS (23)

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Cada vez que tenía que jugar fuera de Londres me estresaba más de lo necesario porque Tatiana parecía decidida a nacer en cualquier momento menos en el adecuado. El 17 de noviembre salimos a celebrar con todo el equipo una brillante victoria pero al volver a casa Emma tuvo fuertes contracciones y tuvo que internarse inmediatamente. En cuanto llegamos el personal del hospital puso manos a la obra para evitar un parto prematuro, Tatiana pesaba poco más de un kilo y medio. Si nacía, sus probabilidades de vivir eran casi nulas. Fueron momentos muy angustiosos.

Todos respiramos aliviados cuando pasaron dos semanas más y no se produjo el parto. Transcurrió una más y entonces surgió el temor de que si la espera se alargaba demasiado algo pudiera salir mal.

—En cuanto Emma sienta la más mínima molestia haremos que nazca— me dijo el doctor que la atendía. Esto me ponía todavía más nervioso, si tenía que jugar de visitante ¿Cómo haría para ir rápidamente a su lado cuando llegara el momento? No sabía que no tendría necesidad de preocuparme más. El sábado 10 de diciembre jugaríamos en Liverpool y Emma me convenció de ir, las cosas estaban tranquilas y no podía hacer algo más que quedarse en el hospital y esperar. No había alarma de que naciera ese fin de semana.

El sábado a la mañana telefoneó mi madre para decirme que el obstetra había decido traer a la niña al mundo esa misma tarde. "Tienes tiempo de sobra para llegar" me dijo, fingiendo tranquilidad "Por favor, conduce con precaución"

Alquilé un coche y conduje los 354 kilómetros que separaban Liverpool de Londres en tres horas. No iba a perderme el nacimiento de mi hija. Llegué a las 3.30 de la tarde y a las 5 en punto pasamos al quirófano donde nos esperaban médicos, enfermeras y una incubadora lista pues la niña sería prematura. Me senté a la cabecera de la mesa de operaciones, mientras no dejaba de repetirle a Emma que todo saldría bien. Estaba tan nervioso que no me daba cuenta de que le apretaba la mano con demasiada fuerza hasta que ella lo comentó:

— ¿No es curioso que nos hayamos conocido en este mismo hospital y otra vez me estés destrozando la mano?

Una vez hecha la incisión, todo transcurrió rápidamente. Tatiana Julianne Hummels nació el 10 de diciembre a las 5:27 p.m y a pesar de ser cinco semanas prematura era grande, pesaba 2,2 kilos y medía 47 centímetros. No me había dado cuenta de que había empezado a llorar. Inmediatamente la colocaron en la incubadora y la conectaron a un monitor cardiaco, que al punto comenzó a resonar con un coro de pulsaciones electrónicas al compás de sus latidos.

Mientras llevaban a Emma de vuelta a su habitación fui a la sala de espera a darles la noticia a amigos y familiares. Siempre había tenido facilidad de palabras pero esa vez enmudecí. Me limité a mirar a la concurrencia y decir simplemente: "gol". Pocas veces me había expresado mejor.

— ¿Tendrá que permanecer mucho tiempo en incubadora? — preguntó mi madre

—Tienen que verificar si sus pulmones se desarrollaron totalmente pero no serán más que dos o tres días. Es una niña grande y preciosa.

Más tarde esa noche, Emma y yo fuimos hasta la sala donde se encontraba Tatiana. Varias hileras de incubadoras ocupaban el perímetro y ella estaba en la más próxima a nosotros. Estaba profundamente dormida y apretaba con fuerza los puños. Sus orejas parecían conchas marinas en miniatura, delicadas y perfectamente formadas. Pensé que era la niña más maravillosa que hubiese visto, no podía apartar los ojos de ella.

No había notado que Emma la estaba acariciando a través de unas puertitas que tenía la incubadora: —Puedes tocarla, si lo deseas— Me enseñó a abrirla.

— ¿Estás segura de que no hay peligro? — Le pregunté, preocupado de que al abrir otra pudiera bajar mucho la temperatura o el nivel de oxígeno. Mis temores le hicieron gracia, sonrió mientras se secaba las lágrimas.

—Los bebés prematuros necesitan que se los toque, eso les gusta y los beneficia.

Metí la mano por la puertecilla. Tatiana estaba boca arriba. Recorrí su brazo con mi dedo, tan suave como el pétalo de una rosa. Cuando llegué a su mano abrió los ojos, eran de un verde brillante. Un observador objetivo diría que era una réplica exacta de Marco pero no me importó, mucho menos cuando asió mi dedo con firmeza como si me reconociera. Ese gesto me pareció mágico, me puse a hablarle.

—Soy yo, Mats; Ich bin dein papa— Podría jurar que sonrió antes de volver a cerrar los ojos y seguir durmiendo.

Les dieron el alta a los tres días. Habíamos insistido en ser discretos en todo momento pero de alguna manera la prensa se enteró y tuvimos que hacer un operativo propio de James Bond para poder salir del hospital sin que nos captaran las cámaras. Fue un alivio poder llegar a la casa sin tener que acceder a ninguna entrevista.

Desde ese momento empezó la diversión, tanto para el bebé como para nosotros. No sabíamos lo que era no pegar un ojo en toda la noche hasta que llegó Tatiana a la casa. Se complacía en despertarnos a las tres de la mañana con unos gritos que hubieran puesto en ridículo a la sirena más estridente. Temí que los vecinos nos denunciaran por ruidos molestos. Y aunque durante el día no lograba mantener los ojos abiertos no cambiaba ese momento de mi vida por nada en el mundo. Esa niña y yo estábamos hechos el uno para el otro.


Für Immer ||Mats Hummels|| Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora