Trentatré

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Una enorme gota cayó encima mi frente, despertándome de ese dulce sueño que estaba teniendo. Abrí los ojos perezosamente y me moví lentamente para estirar mis extremidades. Me froté la parte inferior de mis ojos con mis dedos y, seguidamente, me sequé la gota que había caído en mi frente con la manga de mi rebeca gris. Miré hacia arriba para encontrarme con un cielo casi negro. Otra gota cayó al vacío encima mi nariz. Me sentí obligada a abandonar ese tranquilo estado en el que me encontraba; bajé de la hamaca y, arrastrando mis pies desnudos, entré dentro la antigua casa. Dejé abierta la puerta que daba al patio para escuchar la tormenta que estaría encima París en cuestión de minutos. Me hice un moño desordenado y me tiré encima el sofá de terciopelo burdeos. Harry estaba en el sofá de terciopelo verde mar leyendo un libro.

-A las tres y media nos vamos, lleva ropa cómoda. -le dije a Harry, mirándolo con cierta inquietud en mi mirada.

-¿Dónde vamos? -me preguntó sin despegar la vista de su libro y sin mostrar una pizca de curiosidad por ello.

-A un lugar. -le dije, levantándome de un salto. Anduve hasta el pie de las escaleras y subí un escalón. -A las tres y media. -le recordé, girando un poco mi torso para mirarlo desde las escaleras. Harry me miró por encima de su libro y dijo que sí con su cabeza; después de eso, cerró el libro.

Desde que llegamos a París, después del maldito accidente del beso, Harry y yo habíamos hablado lo justo y necesario. Sentía que, en gran parte -por no decir que totalmente-, había sido mi culpa: yo le había dado pie a Harry para besarme invitándole a bailar conmigo y, después, fui yo la que lo apartó y rompió el beso que, realmente, estaba deseando con todas mis ansias. Por ese motivo, había decidido darle una pequeña sorpresa a Harry, para disculparme.

Mientras me vestía con unas finas medias casi transparentes y un vestido denim que se agarraba con fuerza en mi cintura con la ayuda de una goma y, a partir de allí, caía suelto hasta mis rodillas, mi mente le daba vueltas a esa idea de no caer de nuevo en el dulce pero dañino amor de Harry; le daba vueltas a esa idea que en un principio tenía muy clara pero, ahora, tenía la mente encapotada y veía cada vez menos claro que podría cumplir con ello. Intentaba convencerme de que Harry no era mi tipo de chico pero, la verdad, Harry era mi tipo de chico.

-Ya estoy. -me avisó Harry asomándose por el marco de la puerta.

-Voy. -le informé. Harry se esfumó y yo cogí una cazadora de piel negra y el bolso más grande que me había traído a París con todo lo que necesitaba para la sorpresa de Harry. Salí de la habitación y bajé las irregulares escaleras, haciendo que la madera crujiese con cada paso que daba.

-¿Listo? -le pregunté a Harry.

-Vamos. -dijo abriendo la puerta que daba a la calle.

[...]

Todas las calles que iban directas a la Torre Eiffel estaban cubiertas de cerezos, dando a las calles ese característico color rosa palo con sus flores. Algunos pétalos volaban por las calles e incluso uno se depositó en el alborotado cabello de Harry.

-¡Tienes un pétalo rosa! -le dije con una marcada sonrisa en mi cara, quitándoselo de entre su abundante y rizada cabellera. Harry sonrió y me mostró sus perfectamente alineados y blancos dientes. Sostuve con delicadeza el pétalo entre mi dedo pulgar y mi dedo índice y lo miré. Adoré durante unos segundos su exquisita delicadeza y la perfección de ese pequeño trozo de planta.

-Se parece a ti. -me dijo Harry. Alcé una ceja y centré mi mirada en él.

-¿Qué insinúas? -le dije, tirando el pétalo al suelo y retomando de nuevo el camino que debíamos seguir. Harry me siguió.

Le Quattro Stagioni #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora