Prefacio

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En un pequeño café, en medio de un montón de negocios de bebidas, en algún lugar de México, la voz de un muchacho se perdía entre el bullicio de los cientos de personas que pululaban en la calle en busca de un sitio donde pasar el rato.

El muchacho en cuestión se encontraba recargado de la barra del café, donde trabajaba y miraba perezosamente sobre las macetas en los ventanales mientras mantenía una conversación banal con uno de sus compañeros. Eran las cuatro de la tarde y se encontraban en medio de uno de tiempos muertos que ocurrían de vez en cuando durante la jornada.

Aquel sitio, el llamado Café Poirot, era un establecimiento con apenas dos años de vida y que se encontraba en constante cambio. Estaba dentro del edificio de un hotel y tenía una estructura básica cuadrada, amplia, que fue modificada para desaparecer las esquinas, con una sala privada y una zona al aire libre con vista a un rio. Los colores habían sido cuidadosamente escogidos por el dueño para evocar la calidez y comodidad de un hogar.

La iluminación estaba conformada por lámparas delgadas y largas que colgaban del techo dejándole un entorno privado a cada sector, mientras que las mesas eran de diferentes tamaños para poder acomodar en ellos grupos de diferentes tamaños.

El menú estaba conformado por desayunos americanos, diferentes tipos de café cuyo olor inundaba todo el lugar y pequeños bocadillos para aquellos que solo deseasen tener algo que picar mientras se ponían al corriente con amigos o familiares.

No había requisitos para específicos para trabajar ahí aparte de las exigencias básicas de cualquier lugar, pero el dueño priorizaba las contrataciones de personas cuyos rostros fueran amables y pudieran generar cierta simpatía en su primera impresión. Además, a pesar del menú establecido se agregaban algunas bebidas de temporada y postres que pudieran ser atractivos para la gente joven.

Los empleados del Poirot constantemente instruidos para crear cierta atmósfera en el lugar, de manera que las personas se acoplasen al Café en lugar de que el Café se acoplase a ellos. 

En aquel lugar, el chico detrás de la barra se enfrentaba por primera vez al mundo real, a los sueños, las risas y la tristeza, mientras intentaba con todas sus fuerzas demostrar su valor. Él no era un empleado real, pero estaba ahí todas las tardes junto al resto, compartiendo el trabajo y haciendo suyo el lema de los empleados que se encontraba colgado en la sala de reuniones detrás de la cocina. 


En el Café Poirot siempre daremos un buen servicio.


Lejos de aquel paraísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora