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—Deja que le ayude con eso —dijo Nicolás, sentándose al lado de Moira, la abuela de Isaías, mientras la observaba limpiar frijoles en una olla

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—Deja que le ayude con eso —dijo Nicolás, sentándose al lado de Moira, la abuela de Isaías, mientras la observaba limpiar frijoles en una olla. Cómo había pasado ya varios días siguiendo al resto de los chicos, descuidó un poco la ayuda usual que le daba a la pareja.

—Está bien mijo, ya casi termino —respondió, mientras con la mayor calma del mundo, tomaba un puñado de frijoles y comenzaba a revisarlos. Nicolás sonrió y se sentó a su lado, tomando otro puño sin escuchar lo que la mujer estaba diciendo.

—Entonces le ayudo a terminar rápido —aseguró y de inmediato puso en práctica toda aquella destreza que no tenía para poder ayudar a la mujer.

—Que necio eres, te digo que yo puedo —ella trataba de sonar molesta, pero no lo estaba. De hecho, ni siquiera trató de detenerlo.

Nicolás sabía que a ella le gustaba la compañía. Él incluso iba con el abuelo cuando este salía durante las tardes a revisar a las vacas, aunque desde que llegó Isaías lo excluyeron de todos los trabajos de la casa.

—Abuela, si le pago la renta ¿Será que me pueda quedar a vivir aquí? —preguntó, inclinándose un poco para colocar la cabeza en el hombro. Ella soltó una risa divertida y asintió con la cabeza.

—Claro mijo*, pero ¿Por qué ibas a querer quedarte aquí? —preguntó, sabiendo que aquel era un niño de ciudad. No importaba lo bien que se hubiera acoplado a la vida en aquel lugar, la petición le parecía demasiado extraña.

Además, mencionaba un pago de renta cuando en realidad el les daba dinero de manera regular para cubrir sus gastos.

—Me gusta aquí —aseguró, enderezando la espalda y regresando la atención a los frijoles—. Es bueno para mis pulmones y además se pueden ver las estrellas —aseguró, asintiendo con la cabeza.

Moira lo miró un momento y después adoptó una expresión un poco burlona.

—Mi nieto se va a regresar a la capital la próxima semana, así que no te hagas ilusiones —aseguró, encontrando un par de piedritas especialmente grandes en el puño que había recogido. Su rostro era jovial e inusualmente terso para una abuela, pero teniendo en cuenta la edad de la madre de Isaías cuando lo tuvo no era de extrañarse que estuviera tan fuerte. Había alumbrado a temprana edad y fue abuela mucho antes de lo que se suponía.

Sin embargo, a pesar de que este era un detalle que siempre captaba su atención, ahora fueron las palabras de la mujer las que causaron una impresión en él, hasta el punto en el que algunas semillas se le resbalaron de las manos, repiqueteando sobre la mesa y rodando hacia el suelo.

Quizás su rostro fue demasiado obvio, porque cuando la mujer se giró a verle, le dedicó una expresión entre curiosa y extrañada.

—Cuidado mijo, no los dejes caer —comentó, reaccionado al sonido de los frijoles y asomándose al suelo, mientras Nicolás se aclaraba la garganta y apretaba los dedos para contener el resto de las semillas.

Lejos de aquel paraísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora