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Sus pies estaban congelándose, Isaías había olvidado que podía llegar a hacer tanto frío en casa

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Sus pies estaban congelándose, Isaías había olvidado que podía llegar a hacer tanto frío en casa. Tenía esa conocida sensación de no querer salir de la cama, así que se acurrucó entre sus sábanas, cerrando los ojos para poder volver a dormir, sin embargo, estaba tan acostumbrado a despertar temprano que no pudo hacerlo.

Afuera el sonido de sus abuelos en la cocina llamó su atención. Ellos ya se habían levantado, la habitación olía a chocolate y carne recién cocinada, aquello despertó su estómago de inmediato. Llevaba tanto tiempo extrañando la sazón de casa que la necesidad de probar un bocado de aquella deliciosa comida lo levantó de inmediato. Girando en su lugar cayó al suelo con suavidad antes de incorporarse y meter los pies en sus viejos crocs azules, acolchonados, para después correr a la cocina.

Sus abuelos seguían usando la misma mesa, aunque tardó en reconocerla porque estaba recién lijada y barnizada. Su abuelo ya estaba sentado, con una taza humeante entre sus manos y un plato vacío, sucio, para él el desayuno ya estaba casi terminado.

Antes Isaías solía reclamar cuando el hombre comía antes que él, pero después se dio cuenta de que tenía que despertarse más temprano si quería el derecho a decir algo al respecto, después de todo, la jornada del viejo Agnes iniciaba desde la madrugada. En ese momento probablemente venía de salir a las cuarto de la mañana a regar el campo con los demás trabajadores y después del desayuno iría a recoger la caña.

Isaías también solía insistir en ayudar con el trabajo de campo, pero sus abuelos eran muy firmes con la idea de que se quedara en casa. Con el paso del tiempo el también comenzó a ser más cuidadoso con el tema, pues temía lastimarse las manos y quedar imposibilitado para tocar el violín.

Aun así, el trabajo se había vuelto más redituable conforme su tío intervenía en los negocios, era un hombre que sabía cómo hacer dinero, así que dividió la siembra hacia diferentes mercados para poder sacar lo mejor de cada uno. Ahora la familia de Isaías tenía gente que vendía el cultivo a particulares, al gobierno y tenía un porcentaje de exportación, que era lo que más ganancias dejaba. Si bien no eran ricos, tenían una vida mucho más cómoda, cosa que notó en todas las mejoras a la casa.

—Buenos días abuela —saludó, arrastrando los pies hasta la silla más cercana, donde se enrolló en una chamarra que estaba puesta en el respaldo, quedándose muy quieto, tratando de controlar el castañeo de sus dientes.

—Buenos días mi niño, ya está tu desayuno —respondió Moira con naturalidad, sirviendo la comida caliente colocándola frente a él.

Relamiéndose los labios revisó todo lo que había en su plato, sintiéndose en la gloria. No había que pagar por su consumo, además, seguro que todo estaba delicioso, por lo que no tenía que preocuparse del saabor.

—Gracias abuela —dijo, comenzando a comer, sintiendo que llevaba demasiado tiempo de sin probar algo como eso.

Mientras desayunaba comenzó una sesión de preguntas y respuestas con sus abuelos, quienes estaban muy interesados en cómo habían ido las cosas con su presentación final y también insistieron en conocer la verdad detrás de la herida en su cara. Él sólo evadió el tema cómo pudo, hasta que finalmente dijo que se debió a un instrumento defectuoso.

Lejos de aquel paraísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora