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Bruno colocó un jugo de naranja frente a Isaías

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Bruno colocó un jugo de naranja frente a Isaías. Era de esos de botella que tenían un montón de azúcar y colorante artificial, acompañado de unas galletas. Ellos se acomodaron en las mesas del parque, porque no tenía muchas opciones en aquel lugar.

—Come algo y tomate esto, te sentirás mejor —comentó, sonriendo un poco mientras se acomodaba frente al chico.

—Me alegra muchísimo que no seas médico —espetó Alfredo, quien estaba sentado a su lado. El tono de su voz era burlón, aunque sólo lo suficiente para tratar de aligerar el ambiente.

—Cállate —Bruno le dio un pequeño empujón y después se concentró en Isaías—. Entonces, según lo que me cuentas, este tipo de repente como que te quiere besar, luego se arrepiente y después te dice que escribió un libro basado en ti ¿Cierto? —inquirió regresando al tema.

—Si, más o menos —murmuró, recargando el rostro en su mano derecha. Parecía que de repente el cansancio comenzaba a caer sobre sus hombros, el jugo sólo lo estaba manteniendo despierto el tiempo suficiente para poder volver a pie.

Estaba seguro de que cuando llegara a la casa terminaría tirado hasta la noche o hasta que su abuela fuera a pararlo.

—Que salido el tipo —comentó Alfredo—. Ese nivel de psicopateo solo quiere decir que a lo mejor si tienes una buena oportunidad de echártelo al plato —agregó, levantando una ceja, mientras parecía disfrutar a tope toda la situación, sobre todo porque era una charla matutina y por lo general funcionaba mejor en las mañanas.

—Deja de decir tonterías —lo cortó Isaías. Alfredo, al igual que Nicolás, era muy difícil de leer, pero como ya se había acostumbrado a sus comentarios, reaccionaba de inmediato a ellos.

—Pues fíjate que este tiene razón —inquirió Bruno, parpadeando dos veces, mientras parecía revisar en su mente algún recuerdo lejano—. Yo pienso que algo debe haber ahí, tal vez está teniendo algunos problemas y por eso no te ha dicho nada, pero creo que en definitiva no pasa de ti.

Isaías se quedó en silencio, por lo general confiaba en las impresiones de Bruno, sobre todo porque desde el día anterior nada parecía imposible. Nicolás incluso había resultado ser un maldito escritor y había utilizado esos talentosos dedos para convertirlo en un personaje jodido que odiaba.

—¿Y que se supone que deba hacer? —comentó bajando la cabeza—. No parece que él vaya a aceptar sus sentimientos jamás, si es que los tiene —murmuró, apretando los labios.

—¿Es necesario que lo haga? —preguntó Alfredo, ganándose una mirada de los otros dos que parecían pedirle que dejara de decir tonterías. Él se removió un poco incómodo en su lugar y luego suspiró—. Bueno, quiero decir que ese no es tu problema, si él tiene inseguridades tiene que lidiar con ellas, pero no puedes hacer que tus sentimientos dependan de los suyos, cada persona tiene la libertad de sentir lo que quiera y aunque entiendo que te preocupe, no puedes obligarlo a cambiar y tampoco puede obligarte a sentir como él quiere que sientas —Alfredo estaba hablando desde su punto de vista práctico. Sus ojos eran difíciles de mirar cuando hablaba, pero Isaías podía entender su punto.

Lejos de aquel paraísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora