30 -Final-

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Las fiestas pasaron con tranquilidad en la casa. Los abuelos celebraron de manera modesta, pero cálida, recibieron algunas visitas de los trabajadores el 24 de diciembre, pero la verdadera locura se armó el 26, cuando el tío David llevó a su gente para celebrar un rato, encontrándose con la sorpresa de que Isaías ya no estaba de visita. El hombre había estado tan metido en su trabajo que ni se enteró de este hecho, sin embargo, prometió que habría otra fiesta para cuando el chico volviera.

Parecía que el hombre se tomó en serio con sus amenazas, porque la mañana del primero de enero, apareció con su camioneta cargada de gente. En la parte de atrás había dos chicas, un hombre como de cincuenta años y dos chicos jóvenes.

Parecía que se estaban congelando, porque tenían las caras rojas por el viento, ya que el tío decidió transportarlos en la batea, como si fueran vacas.

En la cabina estaba él junto a una mujer también como de cincuenta años y una chica de unos catorce.

Por supuesto, Isaías estaba ahí.

El chico se bajó de la cabina, casi cuando ya todos estaban saludando, no se molestó en mirar a Nicolás y en su lugar parecía muy concentrado luchando con el peso de una maleta que era mucho más grande que la que se llevó.

Nicolás estaba a punto de caminar hacia él, cuando las dos chicas y el hombre mayor se precipitaron a saludarlo.

—¡Hombre! ¡Estás aquí! ¿Cómo estás? ¡A pasado mucho tiempo! —saludaron, de manera efusiva, dejándolo un poco confundido. Él los miró un momento, sin reconocerlos. Ellos se dieron cuenta y de inmediato empezaron a molestarlo.

—¿Qué pasa? ¿No te acuerdas de mí? ¡Si yo te preparaba el té con limón! —decía una.

—Yo preparé siempre los mejores croissants —agregó el hombre.

—¡Y yo no te cobraba la cuenta! —espetó la última.

En medio de recuerdos enmarañados y la bruma del olvido, las imágenes más jóvenes de aquellos tres comenzaron a volverse claros. Sus sonrisas, sus voces, el olor a café. Eran Anita, Frida y Roger. Nicolás también sonrió sin darse cuenta.

—Ustedes son los chicos del Poirot —comentó, cuando por fin encajó aquellos rostros.

—Ni más ni menos —comentó el hombre, enderezando la espalda, mientras parecía jactarse de algo que nadie tenía claro.

—Mierda.

Nicolás estaba a punto de seguir con la charla, cuando se dio cuenta que Isaías aún estaba luchando con la maleta, así que se apresuró a ayudarlo. No se molestó en despedirse, simplemente corrió hacia Isaías.

Cuando llegó hasta él, notó que estaba jalando con todas sus fuerzas, pero que la valija tenía una rueda atorada en la batea de la camioneta y que justo cedía, causando que Isaías se fuera de espaldas. Por suerte, Nicolás alcanzó a sostenerlo tirando de sus brazos, sin embargo, la maleta no tuvo tanta suerte y se azotó contra el suelo.

Lejos de aquel paraísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora