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La primavera no llegó sola a la ciudad, Nicolás apareció para hacerle compañía

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La primavera no llegó sola a la ciudad, Nicolás apareció para hacerle compañía.

Sin embargo, Isaías no reparó en su presencia hasta que una mañana como cualquier otra, el encargado de la zona de parejas presento su carta de renuncia.

En un movimiento desesperado, su tío le pidió que ayudara un poco en la cafetería mientras conseguía a una persona que se hiciera cargo del puesto. Isaías se había mudado con él apenas un año atrás y desde ese entonces preguntaba a su tío por un trabajo de medio tiempo. La escuela no era suficiente para él, la academia en la que lo inscribieron duraba tres horas al día en clases de flauta dulce, piano o saxofón y otras tres en enseñanza básica. Después de eso no había nada que hacer para divertirse.

La escuela apenas dejaba tareas, los ejercicios musicales eran obligatorios, pero los hacía diligentemente al salir de la escuela y el cambio de turno en la cafetería estaba programado a las tres. No había actividades extras durante la tarde, aunque de vez en cuando se organizaban eventos interesantes para los chicos.

Como sea, la institución recién abría sus puertas al público y sus abuelos, Agnes y Moira, estaban de acuerdo en que pasara su tiempo con una enseñanza poco ortodoxa mientras mostrara resultados. Los programas eran diferentes a los de cualquier escuela pública o privada normal, ya que intentaba cubrir necesidades extra en los niños con problemas de integración.

Problemas que se originaron del hecho de tener una capacidad intelectual diferente al resto y que derivaron en idas regulares al psicólogo una vez a la semana durante dos horas.

Isaías era la clase de persona que convencionalmente podía catalogarse como un genio, sin embargo, los resultados de su gran cerebro se mostraron apenas entrada la adolescencia.

Isaías creció en una gran casa rodeado de parcelas donde se sembraba maíz, chile y caña. Las personas que veía a diario eran hombres y mujeres mayores. Sus profesores tenían de treinta a cuarenta años, mientras que sus abuelos acababn de cumplir los cincuenta. Isaías pasaba la mayor parte del tiempo leyendo libros en el desván o tomando clases en casa porque el Jardín de niños del pueblo se negó a recibirlo.

En general el era feliz con aquella vida sencilla. Sin embargo, pronto comenzó a tener inquietudes, quería ver el mundo, conocer personas, cualquier cosa que le acercara a las historias de sus libros y al enorme mapamundi que ocupaba la pared en la cabecera de su cama.

A Isaías le gustaba ese lugar, ese cuarto era originalmente la habitación de su madre al igual que los primeros libros que leyó. También lo eran las enciclopedias, el viejo hukele con el que jugaba de niño, los puntos marcados en el mapa y los viejos diarios de viaje escritos a mano que descansaban en la cómoda.

Diarios que, a pesar de lo increíblemente reales que podían verse a sus ojos, eran falsos, sueños construidos a través de la pluma, la tinta y el papel, imaginaciones de una chica que nunca consiguió ver el mundo más allá de los limites de su pueblo.

Lejos de aquel paraísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora