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Aquella frase que dice "los ojos son el espejo del alma" no podía ser más acertada en esa situación

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Aquella frase que dice "los ojos son el espejo del alma" no podía ser más acertada en esa situación. Isaías, a pesar de que quería estar enojado, había ablandado su corazón cuando Bruno le dedicó su conocida mirada de cachorro mientras se disculpaba por haber ido demasiado lejos.

A esas alturas, Isaías conocía lo suficiente a su amigo cómo para saber que sus disculpas eran sinceras. Bruno tenía un brillo muy especial, era fácil distinguir sus emociones porque el chico era de naturaleza transparente. Por eso le gustaba tenerlo cerca aunque en ocasiones fuese difícil tratar con él.

Bruno era de esas personas que decía siempre lo que pensaban, no solía ser excesivamente rudo con sus palabras, pero cuando le tenía confianza a alguien, se le soltaba la lengua de más. Hasta ahora la única persona que parecía aguantarlo sin disgustarse en ni una sola ocasión era Alfredo.

Suspiró, dejando ir todo su enojo y miró a su amigo mientras trataba de suprimir su expresión preocupada. A pesar de que el chico ya se había disculpado varias veces e Isaías ya lo había perdonado, no pudo evitar pensar en todas las tonterías que Nicolás debía estar pensando sobre él. La sola idea le hacía querer correr a los campos de su abuelo y tirarse en medio de uno hasta que las aves de rapiña hicieran su trabajo.

—Lo siento, pensé que no te molestaba —murmuró Bruno, apretando los labios con una inusual vergüenza en sus palabras.

—Es que no me molesta —respondió Isaías, conteniendo el aire, para después apretar los labios, mientras su rostro se llenaba de aflicción.

Bruno le miró frunciendo el ceño y se cruzó de brazos.

—Como chingados no, si te esto y viendo la cara de sufrido que traes —espetó, levantando la voz.

Isaías le lanzó una mirada furibunda, golpeándole en el brazo.

—Tonto —gruñó, a modo de regaño, para después soltar un suspiro. estaba preocupado, pensando en cómo iba a volver a la casa y enfrentar a Nicolás.

No sabía si el hombre lo molestaría por el asunto o actuaría indiferente, pero estaba seguro que cualquiera de las dos reacciones lo lastimarían.

—Esto es extraño, no estoy entendiendo lo que pasa aquí —espetó Bruno, recargando los brazos en sus rodillas para poder ver bien el rostro de su amigo—. Explícame.

Ante la franqueza de aquellas palabras, Isaías se quedó sin habla. Realmente quería ser sincero con él, pero era difícil porque hasta ahora nunca había hablado con nadie de Nicolás. Sin embargo, cuando vio que los ojos del chico no dejaban ver ni un ápice de malicia, supo que necesitaba desahogarse.

—Voy a contarte —dijo—. Pero esto queda entre nosotros —agregó, muy serio.

—No le voy a decir a nadie —aseguró, tomando a Isaías del hombro, dándole un suave apretón.

Lejos de aquel paraísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora