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Esa noche no durmió nada porque la casa estaba tan silenciosa que dolía

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Esa noche no durmió nada porque la casa estaba tan silenciosa que dolía. Sin embargo, bien dice el dicho que a todo se acostumbra el hombre, excepto a no comer. Solo tuvieron que pasar tres días para que recuperara la rutina que ya tenía establecida cuando los chicos no estaban en casa: se paraba temprano, hacía un poco de ejercicio, ya que su metabolismo comenzaba a perder interés en mantener su cuerpo delgado sin estar demasiado huesudo y ayudaba a los abuelos, mientras se concentraba también en pensar nuevas ideas para su libro.

La presencia de Isaías le dio un subidón de inspiración el tiempo que rondó el lugar, escribía todas las noches como poseso, así que estaba adelantado a su calendario. Sin embargo, no quería que lo alcanzaran las fechas.

Ese día también le llegó una carta de su nueva editora. No sabía mucho de ella, pero parecía haberse tomado su tiempo para leer el material que ya tenía avanzado. Nicolás quiso golpearse la cabeza cuando vio las notas que había dejado en su manuscrito. En definitiva, iba a ser todo un proceso acostumbrarse a aquel nuevo estilo de trabajo, pero esperaba que al menos hubiese un buen producto final y la mujer no se pusiera creativa de última instancia con sus consejos.

Eso era todo lo que pedía.

En fin, aunque su rutina comenzó a sacarlo del profundo pozo de tristeza y vacío que le quedó después de que Isaías se fue, eso no quería decir que dejara de extrañar al muchacho. Durante las noches observaba el ukelele que se quedó recostado contra la cama y trataba de tararear las canciones que Isaías había interpretado cuando estaba en casa

Por las mañanas se le olvidaba que solo le tocaba desayunar con la abuela, así que la cuarta mañana, también retomó el hábito de cocinarle a la mujer para que descansara un poco.

Cuando se pasó por la sala durante el primer día, encontró el libro que le había dado al chico puesto sobre la pequeña mesa frente al sillón de la sala. Estuvo ahí otros dos días hasta que fue tiempo de que lo movieran a la repisa.

Su regalo se había quedado olvidado en casa, y aunque sabía que no existía una razón concreta para ello porque el chico también había dejado su maleta y casi toda su ropa en casa, de todas formas, se deprimió un poco al ver el volumen puesto sobre la mesita de centro.

Una mierda.

Nicolás trató de no hacer un drama del asunto. Tomó el libro, lo guardó y se quedó pensando en un montón de cosas sin sentido. Dentro de su cabeza las cosas comenzaban a calmarse de manera gradual, hasta que una semana después había encontrado una resolución.

Ese mismo día recibió un mensaje de Isaías. El sonido de la notificación hizo que soltara un resoplido de fastidio. Rina lo había dejado tan jodido que el sonido de alguien llamándole o escribiéndole lo ponía de mal humor, así que tardó bastante en fijarse quien trataba de contactarse con él.

Cuando leyó el mensaje se arrepintió de inmediato por haberse tomado su tiempo en responder.

"Hola, soy Isaías, llamé a los abuelos, pero no atienden las llamadas ¿podrías fijarte entre mi ropa si no dejé un suéter azul de estrellas? Perdón por la molestia"

Lejos de aquel paraísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora