El extraño (AU!Human)

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6 años

Tiare pintaba con mucha paciencia el libro de dibujos que le había regalado la tía Graciela esa mañana cuando fueron a la feria. Sus lápices rosados y morados estaban tirados por toda la mesa, junto con los otros colores.

La princesa Ariel le estaba quedando bonita, tal vez se la daría a Manu cuando terminara.

La mujer mapuche, por otro lado, se encontraba en la cocina preparando el almuerzo para ellos cuatro mientras su hijo trabajaba. Decidió quedarse en Santiago para ayudar a cuidar a los pequeños y la casa para no darle tanta responsabilidad a Manuel.

Aún faltaba un mes para que los niños entraran a primero básico y por ello estaban en la casa.

― ¡Tía Gaciela, tía Gaciela! ―gritó Robin entrando a la habitación, todavía no pronunciaba bien la erre por la falta de sus dientes de leche.

― ¿Qué pasa mi niño?

―Alonso quiede sabe' cuando estadá lista la comida.

―Ya falta poco para los porotos.

―Oh...

Un poco desanimado, el más joven regresó por las escaleras gritando "¡Hay podotooos!" seguido de una queja del rubio.

Treinta minutos más tarde, los cuatro estaban sentados en la mesa del living-comedor, con los platos del almuerzo.

Robin hacía muecas a la comida, Alonso comía de mala gana y Tiare comía sin rechistar.

Graciela los miraba en silencio, con la cuchara de palo a su lado como amenaza para los más pequeños.

Al terminar y luego de haber conseguido que el castaño de cabello largo se comiera el plato entero, la mapuche se instaló en la cama de su hijo para ver las telenovelas mexicanas junto a los tres niños.

Y cuando eran pasadas las seis y media de la tarde...

― ¡Ya llegué!

― ¡Manuuu!

Manuel tuvo que aferrarse al respaldo del sillón más cercano para no caer ante las fuerza del abrazo de los tres infantes quienes comenzaron a balbucear felices contra sus piernas.

Le acarició la cabeza a cada uno y saludó de beso a su madre, escuchando atento todo lo que hicieron los cuatro en el día.

―Ah, esta noche vendrá alguien... Importante a la casa. Así que espero verlos muy ordenados, ¿entendido?

― ¡Sí, capitán! ―exclamaron los niños antes de salir disparados a su habitación en el segundo piso.

Ya libre de los menores, el joven chileno se tumbó en el sofá y suspiró agotado, recibiendo con gusto el mate que traía su madre.

―Gracias por cuidarlos en la semana, mamá ―dijo al dar unos cuantos sorbos a la bombilla.

―De nada hijo, esos tres se portan muy bien ―sonrió la sureña―. Aunque aún me preocupa cuando entren al colegio...

―Tranquila, ya estuve buscando furgón para que los vaya a buscar en la tarde y así los recibas en la casa. Por la mañana iré yo a dejarlos.

―Me alegro, cielo... Y... ¿no les dijiste sobre Martín...?

―... No, y agradecería que no les comentes nada hasta que llegue...

La mujer asintió, dudosa. Hace uno meses su hijo había comenzado a salir con un estudiante de medicina de nacionalidad argentina. No tenía problemas con la orientación sexual de Manuel, pero le preocupaba que gracias a este nuevo noviazgo, el castaño se olvide de los menores por andar enamorado.

Dos horas pasaron para que llegara el invitado especial. Manuel se encontraba en el baño tratando de arreglar a sus tres hermanitos al momento en que sonó el timbre. Fue Graciela quien abrió la puerta, encontrándose así a su nuevo yerno.

―Eh... ¡Hola! ¡Un placer! ―saludó algo nervioso el rubio―. S-soy Martín Hernández, usted debe ser la madre de Manu... Es tal y como la describió el Flaco, es re-guapa uh... ¿puedo pasar?

La mapuche no conocía el límite de su paciencia hasta ese instante.

Entraron a la casa y lo hizo esperar en el living mientras le iba a avisar a Manuel sobre su llegada.

Y Martín, estando solo, se agarró del cabello y se puteó internamente. ¡¿Cómo tan boludo?! ¡Casi podía ver a la mujer ir a su garganta y asesinarlo allí mismo por pelotudo! O como le dice Manuel, por weón.

Para distraerse de esa incómoda escena, se puso a observar el lugar. Era ordenado y simple, como su novio. Tres sillones, una mesa de centro, estantes con varios libros de poesía y literatura, una televisión, unos juguetes, dibujos y papeles en un rincón...

Bueno, ya sabía de la historia de los pibes, y para eso era su visita, para conocer a los tres menores y tratar de llevarse bien con ellos.

Si era sincero, estaba nervioso. Le encantaban los niños, pero cuando ya tenían como doce años, eran más maduros, podía jugar fútbol con ellos y eran más independientes.

¡Pero estos tenían cinco años! ¡Casi seis! ¡Eran peques!

Y por lo que podía ver, eran la luz en los ojos de Manuel.

Escuchó un par de gritos mezclados con risas, y luego una pequeña bola castaña corrió hacia donde estaba sentado y le dio un horrible cabezazo en el estómago.

― ¡Aaaaay! ―y lo que no quería escuchar. Un llanto.

― ¡Robin, te dije que no corrieras al sillón! ―gritó Manuel acercándose rápidamente al menor.

― ¡Pedo me quedías mojá'! ―exclamaba.

El mayor suspiró y cogió en sus brazos al pequeño, tratando de calmarlo. Cuando los llantos cesaron, lo dejó en el suelo y le limpió las mejillas, dejando un beso en cada una.

Y Martín...

Aún estaba en el suelo, quejándose, mientras se agarraba el estómago.

― ¡Martín! ―y ahora su amorcito se acordaba de él.

La presentación no fue complicada. Robin se disculpó por haberle golpeado y conoció a los otros dos mayores. La cena fue tranquila pero el argentino sabía que más adelante las cosas no iban a seguir así.

Porque tanto Tiare como Alonso no habían despegado sus ojos de su grossa persona cada vez que se acercaba a Manuel.

Y porque Robin lo había señalado disimuladamente con el dedo para luego pasárselo lentamente por el cuello.

Esos niños no eran los ángeles que aparentaban ser...

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Ahhh, necesitaba un capítulo con los enanos...

Aunque esto está algo pobre...

Bueh :v

Espero lo hayan disfrutado... Y sí, los tres son unos pequeños demonios (?)

Pobre Martín, sufrirá las consecuencias de acercarse a Mamá Manu :v

Eso~

Se aceptan los votos y comentarios~

¡Saludos! :D

Chilean Insular TrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora