Lena se había excitado con el baile. Sentía que la mejor manera de terminar el festejo era con un buen encuentro sexual. Entró al baño después de Julio y se puso su camisón más insinuante. Se perfumó con la fragancia que a él le gustaba, cepilló sus dientes y su cabello y abrió la puerta al dormitorio. Su marido ya estaba dormido. Lo miró a punto de resignarse pero decidió que esa noche debía ser especial. Se metió en la cama y se pegó a su cuerpo. Sus manos acariciaron lentamente el cuerpo del hombre y bajaron hasta su miembro mientras lo besaba detrás de la oreja.
—Lena… —murmuró adormilado—. Estoy muy cansado. El viaje fue largo...
Ella, sobreponiéndose a la herida del rechazo, siguió besándolo en el cuello y friccionando su pene. La mano de él apartó la de ella y con voz neutra repitió:
—Estoy cansado y quiero dormir. Mañana será otro día.
Se puso boca abajo como para evitar otro intento de estímulo y simuló dormir. Un espasmo angustioso oprimía su estómago. Le dolía repudiar a Lena pero todas sus fibras se rebelaban ante la idea de tener sexo con ella. ¿Cómo confesarle que no podía aceptar un encuentro adonde el deseo ya no existía? Los ahogados sollozos de su mujer lo atormentaron porque se sentía incapaz de consolarla. Treinta años de caminar juntos por la vida se despeñaban en el abismo de una pasión que él no había buscado pero que le había descubierto que aún corría sangre por sus venas. María Gracia era un inesperado regalo en la ruta declinante de su existencia tan sólo jalonada de esfuerzos. Esfuerzos que él se impuso con la arrogancia de poder sostener una familia como su padre no supo hacerlo. Todo tiene un precio, reconoció: la brecha que lo fue separando de Lena y que ambos pensaron en reducir cuando engendraron a Jordi. Sólo que la llegada de su pequeño los precipitó en una demanda de cuidados que terminó por anular la esperanza instalada en su advenimiento. Porque sus sentimientos ya no eran los mismos y lo que debiera unirlos más terminó por separarlos. Se negaron a reconocerlo y continuaron la rutina como si no pasara nada. Lena se dedicó a Jordi y él a su trabajo. A veces deseaba que a ella se le hubiera cruzado otro hombre en su vida para aligerarlo de la confesión que alguna vez tendría que hacer. Aunque ya no la amaba, la quería, y se sentía incapaz de herirla. Las imágenes de su mujer, sus hijos y su amante se alternaron durante horas en su confusa mente hasta que en la madrugada el sueño lo venció. Su hijo menor cerró las compuertas de su cerebro para evitar la congoja que le producían los sentimientos de sus padres. Una sensación de fatalidad lo entristeció al visualizar la vorágine de símbolos que torturaban a su progenitor, porque deseaba cambiarlas como las frutillas en la mente de su mamá y no sabía cómo. ¿Podría ayudarlo Gael? Se durmió con esa esperanza.
Lena se despertó a las siete y miró a su marido con un sentimiento de dolorosa ternura. La humillación de la noche era un recuerdo que se licuaba al resplandor mañanero. Se levantó en silencio, se dio un baño y una hora después bajó a la cocina para preparar el desayuno a sus hijos. Los primeros en aparecer fueron Diego y Jotacé; a las nueve Ivana y Jordi tomaron su café con leche y le anunciaron que iban a pasear y almorzarían afuera. Cerca del mediodía despertó a Julio con un café. El hombre abrió los ojos lentamente y la miró como si no la reconociera.
—¡Buenos días, dormilón! —dijo Lena—. ¿Descansaste lo suficiente?
—Buenos días —farfulló él con voz rasposa—. ¿Qué hora es?
—Casi las once y media.
—¿Por qué no me llamaste antes?
—Porque estabas fundido. Ivana y Jordi salieron y no volverán a comer. Los chicos se fueron a Roldán, de modo que quedamos vos y yo solos. ¿Qué te apetece para almorzar?
Julio miró a su animosa mujer y se sintió miserable ante la generosidad con que retribuía su conducta.
—Tengo un programa mejor —declaró tomándole una mano—: Vamos a salir a comer afuera y después a pasear adonde te guste. Hoy me toca agasajarte a mí.
Los ojos de Lena brillaron conmovidos. Se inclinó para besarlo en la boca y dijo entusiasmada:
—Me voy a cambiar mientras vos te bañás. Esta invitación merece mi mejor vestuario.
Julio rió mientras caminaba hacia el cuarto de baño. El regocijo de Lena mitigaba su culpa, y acalló su conciencia con la promesa de ser gentil con ella mientras estuviera en su casa. Subieron al auto pasadas las doce y media. El hombre eligió una parrilla en la zona de Alberdi y almorzaron a la sombra de unos árboles añosos. La conversación se centró en sus hijos y especialmente en Ivana.
—¡Estoy tan feliz de que Ivi haya aceptado la propuesta de dedicarse exclusivamente a estudiar…! —expresó Lena—. ¿No viste el cambio que sufrió desde que abandonó ese abusivo trabajo?
—Sí. Está más distendida y tolerante. Y hasta parece haber recuperado la lozanía de la adolescencia.
—Está hermosa nuestra niña, y espero que encuentre su alma gemela.
—¡Lena! —regañó Julio—. Parece que estuvieras hablando del príncipe azul. No creo que Ivi pretenda semejante falacia. Es una mujer moderna que aspirará a un compañero de vida.
—Sí. A uno que la ame por sobre todas las cosas. Ésa es la aspiración máxima de toda mujer.
—¿Y su realización personal? —indagó el hombre.
—Creo que es secundaria, porque si no conoce el amor ningún logro profesional o económico le dará plenitud.
—Lo uno no impide lo otro, Lena. La combinación de ambos es la fórmula perfecta. ¿No te parece?
—No lo fue para mí, si lo pensás.
—No fui yo quien te impidió continuar con tu carrera —señaló Julio.
—Es cierto. Quizás tuvimos hijos demasiado pronto y tuvimos que resignar algunos sueños para salir adelante. Yo no me quejo. Vos aprovechaste al máximo el aporte que hice a la familia.
—Si de algo me arrepiento —reconoció su marido— es de haber aceptado sin cuestionamientos tu decisión. Tal vez hoy serías una destacada profesora de historia.
—¡Sería, sería…! —protestó Lena—. La máquina del tiempo no existe, de modo que hablemos de lo que soy. Y soy una mujer agradecida de tener un esposo como vos y los hijos que adoro y a los cuales no renunciaría por ningún sería.—Sonrió y le pidió—: ¿Me pasás la carta para elegir un postre?
El resto de la tarde transcurrió en una agradable camaradería. Realizaron una caminata para digerir la comida y después fueron al cine. Esa noche tuvieron sexo aunque Julio tuvo que imaginar que le hacía el amor a María Gracia. Lena, ajena a este artificio, gozó del último encuentro amoroso con su marido.