Capitulo 38

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El ladrido de los perros y la claridad que entraba por la ventana despertaron a Gael. Ivi respiraba serenamente y su bello rostro mostraba una expresión relajada. Uno de sus pechos asomaba bajo la sábana y el deseo volvió a invadirlo. Contuvo su apetencia y se levantó para consultar la hora. Eran las diez de la mañana y si quería hacerle conocer los acantilados ya estaban atrasados. Pasó al baño para atender sus necesidades corporales y se dio una ducha. Cuando estuvo cambiado, despertó a su muchacha con un beso.

—¡Buen día, dormilona! —le dijo a la carita de ojos aturdidos—. ¿No querés desayunar?

Ella sonrió y se desperezó enredando los brazos en torno al cuello masculino. Gael la volvió a besar y se separó con la respiración agitada.

—Que conste que me di un baño con agua fría y me vestí para no volverte a hacer el amor, preciosa mía. Pero nada es inmutable. Si no querés levantarte…

—¡Me muero de hambre y quiero conocer los acantilados! —exclamó Ivi—. Tus dotes viriles, aunque excelsas, ya las conozco y podrás seguir demostrándomelo esta noche.

—¡Malvada! —rió Gael y se inclinó para besarle el seno expuesto. La miró tan hondamente que la hizo estremecer—. Te amo, Ivana.

—Y yo te amo, Gael —afirmó con gravedad.

—Te espero hasta que estés lista.

—¡Por favor…! —suplicó con un mohín—. Juntos me será más fácil enfrentar a nuestros anfitriones.

—Mi chica pudorosa… —bromeó él con ternura. Acarició su rostro y volvió a besarla antes de incorporarse del borde de la cama—. Mejor me aparto, entonces.

Ivana se levantó exultante de felicidad. Se dio una ducha, eligió prendas cómodas para la excursión, ató su pelo en cola de caballo para lucir los pendientes y cuando terminó, le sonrió al extasiado Gael que no había perdido ninguno de sus movimientos. Se le acercó antes de bajar para envolverla en un abrazo y besarla largamente. Después la afirmó a su costado y la escoltó hasta la galería adonde habían acomodado la mesa del desayuno. Colin y Bree los miraron sonrientes y la muchacha se acercó a saludarlos con un beso.

—¡Buenos días! —saludó el hombretón—. ¿Descansaron?

—También —resumió Gael con una sonrisa que encendió las mejillas de Ivi.

—¿Pensaban dar algún paseo? —intervino Bree para disimular el rubor de la joven.

—A los acantilados de Moher —precisó Gael—. Si salimos ahora, llegaremos antes de las cuatro.

—Bien sabes que he puesto mi auto a tu disposición —afirmó Colin—. Pero tengo una oferta que nos ahorrará varias horas. En avioneta estaremos antes de la una.

—¿Alquilarás una avioneta? —se asombró Ivi.

—No querida —le aclaró Gael—. Colin tiene una empresa de transporte aéreo interzonal, así que gracias a su propuesta podrás disfrutar más tiempo de un paisaje espectacular.

—Bueno… —suspiró ella—. Está visto que en este viaje perderé el miedo de volar.

El médico dejó escuchar su risa profunda y la abrazó.

—Que no sea a costa de padecer —dijo Bree—. Aunque el viaje sea más largo, igual habrá tiempo de recorrer.

—Gracias, Bree, pero debo acostumbrarme —aceptó Ivi—. Aún debo afrontar varios viajes.

—Todo arreglado, entonces —aprobó Colin—. Desayunen tranquilos que dentro de una hora nos pasan a buscar.

A la una y cuarto, después de un plácido vuelo y de abordar un auto que los esperaba en el aeropuerto, llegaron a la zona de acantilados. La belleza del lugar era abrumadora. La imponente costa se extendía a lo largo de ocho kilómetros y ascendía en su punto máximo a más de doscientos metros sobre el nivel del mar. Ivana estaba deslumbrada ante semejante regalo de la naturaleza. Caminaron junto a los O’Ryan hasta que éstos se declararon cansados y anunciaron que los esperarían en una cafetería. Los jóvenes reanudaron la caminata hasta llegar a la torre de O’Brien desde donde pudieron divisar las islas Aran y la Bahía de Galway. Avanzaron otro trecho jalonado por letreros que recordaban la prohibición de acercarse al borde.

Amigos y AmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora