Anne atendió el teléfono inalámbrico y se acercó a la mesa de desayuno adonde estaban instalados Bob e Ivana. Si por la charla no lo hubieran adivinado, la identidad de su interlocutor quedó develada al pasar el aparato a la muchacha:
—Es Gael, Ivi —le aclaró.
Ella lo tomó mientras su corazón daba un vuelco. El matrimonio, discretamente, se retiró de la cocina.
—Hola —murmuró la joven.
—Ivi… —pronunció él recreando su nombre—, ni siquiera te pregunto si me extrañaste porque yo lo hice por los dos.
—Un poquito —bromeó ella—. Además, mañana nos vamos a ver.
—Dentro de un rato, porque ya salgo para Marylebone. Si estás de acuerdo, quisiera que viajáramos esta tarde para Dublín. ¿Tendrás tiempo para preparar un bolso con lo necesario para tres o cuatro días?
Ivana trepidó ante la urgencia que trascendía del pedido varonil descentrándola del territorio de lo imaginario y proyectándola a la realidad. Ocultando su inquietud, respondió al reclamo del médico:
—Estaré lista. ¿A qué hora saldremos?
Creyó escuchar un suspiro de alivio antes de que le llegase la contestación:
—A las cinco hay un vuelo. Ya mismo lo reservo. ¿Almorzarás conmigo?
—Bueno… —entonó—. Si no, tendría que hacerlo sola porque tus padres no vuelven al mediodía.
La risa profunda de Gael le produjo un hormigueo. Siempre le había atraído la resonancia de ese sonido que lo caracterizaba. Podría identificarlo con los ojos cerrados tanto por su voz como por su risa.
—No esperaba menos de vos —le dijo al cabo—. Por lo tanto, me considero un tipo afortunado por tener padres que trabajan. Bien, preciosa. Compro los pasajes y parto. En una hora nos vemos.
—De acuerdo —convino, y colgó para subir rápidamente a su habitación.
Buscó un bolso mediano y lo acondicionó dejando los cosméticos en una caja para cargarlos al final. Antes de que llegara su amigo despidió al matrimonio en el pórtico y allí permaneció para esperarlo. Pensó que si no fueran las seis de la mañana en Rosario, llamaría a su mamá. ¿Qué le voy a decir? ¿Mamita defendeme de esta sensación de inseguridad que me oprime? ¿Explicame por qué la perspectiva de tener sexo con Gael me atrae y me atemoriza al mismo tiempo? Desde que se fue intenté olvidar la promesa que hice de acompañarlo a Irlanda, pero el día llegó y me siento acorralada. ¿Cómo decírselo sin que piense que soy una trastornada? Algo cambió porque antes no me hubiera interesado su opinión, cuando éramos amigos... ¡Pero todavía lo somos! No pasó nada entre nosotros que modifique esa relación. Si pasó. Su confesión de amor. ¿Y qué? Nada me obliga a responderle si no quiero. ¡Ay, Gael! ¿Por qué las cosas estables de la vida cambian? Tu amistad, los sentimientos de papá… Soy una boluda. La vida es cambio. ¿Qué sentiría si te enamoraras de otra? Me moriría de pena. Sí. Es inútil que lo niegue. ¡No quiero otra mujer en tu vida que no sea yo! El problema es, querido amigo, que todavía no me da la estatura para convertirme en tu amante…
El culpable de su agitación detuvo el auto y lo estacionó delante del portón automático. Ivana, con el pulso acelerado por sus pensamientos recientes, lo vio bajar y dirigirse hacia ella. Traía una mano oculta tras la cintura y una leve sonrisa curvaba su boca. Lo esperó con una actitud de abandono que desterraba cualquier expresión de festejo en su rostro. Él la observó mientras se acercaba y reconoció en el gesto de la muchacha el preludio de una fuga. Era la Ivi que lo evadió después del episodio de rescate, la que se alejó de las confidencias que los ligaban más allá de la diferencia de género. La experiencia en el campo de la neurología y su interés práctico en la sicología le indicaron que aún tenía barreras que derribar para lograr el consentimiento de la mujer. Cuando llegó hasta ella le tendió la rosa que escondía a sus espaldas. No intentó ningún otro acercamiento más que la mirada suspendida en sus facciones. Ivana recibió la flor escarlata mientras el sonrojo arrebataba sus mejillas.