Capitulo 25

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Los días hasta el jueves volaron entre los preparativos. El vuelo salía desde Buenos Aires el viernes a las diecisiete horas y llegaba a Londres a las once de la mañana. Diego y Yamila, acompañados por Lena, trasladaron a los viajeros y se instalaron en el departamento de Gael para que Ivi y Jordi amanecieran descansados. Partieron hacia el aeropuerto después de almorzar y, mientras hacían los trámites de embarque, Julio se unió al grupo que despediría a los hermanos. Ivana y Jordi aparecieron una hora después para saludar antes de ingresar a la sala de abordaje. La chica vaciló ante su progenitor que la miraba entre amoroso y expectante para cobijarse luego en el abrazo que la esperaba.

—¡Ivi querida! —lo escuchó decir—. No podía dejarlos partir sin expresarles cuánto los amo.

—¡Gracias por venir, papá! Yo también te amo —manifestó devolviendo el beso.

El hombre la soltó y se acercó a su hijo menor.

—Vas a tener la responsabilidad de cuidar a tu hermana —le señaló mientras lo abrazaba estrechamente.

—Perdé cuidado, papi —garantizó Jordi, feliz de su presencia.

Tras más abrazos, besos y recomendaciones, al filo del las diecisiete horas el dúo pasó por el control de seguridad y se dirigió a la sala de embarque. Poco después fueron convocados para abordar la aeronave. Jordi caminaba, fascinado, por la manga que comunicaba con la pista porque éste era su primer viaje en avión.

—¡Ivi, Ivi…! ¿No es fantástico? Parece que fuéramos los protagonistas de una película. ¿Te acordás de esa de terror donde el pasadizo terminaba sobre un precipicio?

—¡Jordi! ¿No podés pensar en algo más agradable?

—Bueno, en algo romántico. Como que apenas bajes te espera tu amado para zamparte un beso.

—Si ese es tu concepto de lo romántico le erraste mal, hombrecito. Considerando que no existe tal amado, la idea de que me zampe un beso es poco refinada.

—Ah… mirá vos. Entonces Alfonsina no es muy fina que digamos, porque la vez pasada te dijo que le encantaría que Lucas le zampara un beso. Y vos te mataste de la risa.

—¡Sos un mocoso insolente! —rió su hermana—. Y tenés una memoria fatal. Ya ni me acordaba de esa conversación.

Una vez instalados en el aparato –Jordi al lado de la ventanilla por concesión de Ivana—, llegó el momento de ajustarse los cinturones, atender las indicaciones de la azafata y despegar. Dos horas y media después hacían escala en San Pablo transbordando casi de inmediato al vuelo transatlántico. Sirvieron la cena a las nueve de la noche de Argentina y después vieron una película, escucharon música, Ivi pidió un whiskey para llamar al sueño y sólo despertó para ir al baño y cuando Jordi la rozó al levantarse para hacer otro tanto. El desayuno los despabiló definitivamente. Por la ventanilla divisaron la costa de los primeros países europeos: Portugal, España, Francia y, por fin, la isla de Gran Bretaña cubierta de nubes. Ivana sincronizó su reloj con la hora inglesa mientras sobrevolaban el río Támesis. Aterrizaron en el aeropuerto de Heathrow y media hora después bajaban del avión, lapso que aprovechó la joven para mandar un mensaje a su madre informándole que habían llegado bien. Pasaron migraciones, aduana y, cuando buscaban las cintas para retirar el equipaje, un grito de Jordi descentró a Ivana de la exploración:

—¡Gael! ¡Allá está Gael! —y corrió al encuentro del amigo que respondió a su jubiloso abrazo.

Ivi, cargada con los abrigos y los bolsos, quedó absorta en los detalles de la escena y sus actores. El hombre fornido de incipiente barba dorada alborotaba el cabello de su hermano mientras lo mantenía adosado a su costado. Sin dejar de reír levantó la cabeza y la buscó. Se adelantó a grandes pasos con los brazos abiertos y ella, conmovida por el reencuentro, se abandonó sobre el turbulento corazón de Gael.

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