—Mamá, ¿de qué hablaron con papá? —inquirió Ivi cuando estuvieron instaladas en el ómnibus.
—Está genuinamente apenado por no haberse sincerado en su momento. Así como yo pensaba encararlo cuando volviera a casa, él tenía decidido hablarme de su nueva relación. Me dijo que lo fue estirando para no dañarnos; porque no quería herirme y temía el rechazo de sus hijos.
—¿La manera de enterarnos no fue peor? —murmuró la chica, rencorosa.
—Fue una circunstancia fortuita que no hubiese ocurrido sin nuestra aparición sorpresiva en el hotel —dijo Lena.
—Y él hubiese continuado su doble vida vaya a saber hasta cuándo —aseveró la chica.
—No lo sé, querida. Debo darle un margen de credibilidad. Si él no hubiese hablado tené por seguro que yo estaba dispuesta a aclarar los motivos de su distanciamiento.
—Entonces… —se impacientó Ivana—. ¿En qué quedaron?
—El sábado vendrá a charlar con todos ustedes y después volverá a Buenos Aires adonde piensa instalarse de ahora en más.
—Ya no volveremos a verlo… —dijo la joven desolada.
—¡No te apenes, mi amor! —instó Lena—. Sincerarnos hace posible un vínculo más auténtico. Cuando visiten a papá o cuando él venga a verlos, compartirán un tiempo del que se privaban aunque conviviéramos bajo el mismo techo. Esto no es el final sino el comienzo de una nueva manera de relacionarnos.
—Cada cual por su lado —farfulló la hija.
—Cada cual por el lado que lo haga más feliz —convino la madre.
El cansancio las fue ganando y durmieron el resto del viaje. Diego y Jordi recibieron a las amodorradas mujeres para trasladarlas a la casa. Ivi se despidió de su madre en la puerta del dormitorio quedando las explicaciones para el día siguiente. Lena madrugó para desayunar con sus hijos y anticiparles la charla que tendrían con su padre. Los varones lo tomaron con menos dramatismo que Ivana como si su condición de machos les permitiera justificar la mudanza de sentimientos paterno y se mostraron más pendientes del estado de ánimo de su madre.
—¿Cómo te sentís vos, mamá? —preguntó Diego abrazándola.
—Ahora que las cosas están claras, bien —reconoció Lena.
—¿Y nuestra Ivi? —se interesó Jotacé revelando una sensibilidad poco común en él.
—Afligida. Le costará superarlo —admitió la mujer—. Va a necesitar de nuestro apoyo, hijos.
—Lo tendrá, mamá. No te preocupes —aseguró Diego—. ¿A qué hora nos reuniremos?
—Calculo que después del almuerzo. Ordenen sus asuntos para tener la tarde libre.
Ivana y Jordi aparecieron a las nueve. El jovencito escuchó la explicación materna con expresión solemne y, como sus hermanos varones, sólo indagó:
—¿Estás muy apenada, mami?
—Un poco, mi amor. Pero con ustedes lo iré superando —dijo acariciando su mejilla.
Jordi rodeó su cintura y apoyó la cabeza sobre su pecho. Al separarse, le auguró a su mamá:
—Siento que vos y papá van a estar mejor y se van a querer de otra forma. Y esto es bueno para todos —se volvió hacia Ivi que los contemplaba—: Ya vas a ver Mavi que tengo razón.
Ella suspiró aún no convencida, pero las palabras de su hermano sonaban tan inequívocas que algo de su seguridad se filtró en su desolada conciencia.