Capitulo 10

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Ivana y Jordi tomaron un ómnibus para dirigirse a la clínica de Gael. Ella se había puesto un trajecito de falda corta a pesar de haber pensado en vestirse con jean y zapatillas. Después de que el guardia de seguridad les franqueó la entrada, se miró en el espejo del edificio médico y aceptó que el conjunto acompañado por botas le sentaba bien y era adecuado a ese día otoñal. Una peregrina idea cruzó por su cabeza: ¿había influido su hermano en la elección? Lo miró pero él parecía muy entretenido observando la pecera iluminada que ornamentaba el ingreso. Lo llamó para dirigirse a los ascensores. El consultorio estaba en el quinto piso.

—Tiene razón Jotacé —dijo Jordi—. Esta ropa te hace más bonita.

Ivana lanzó una carcajada. ¿También su hermanito tenía la audición más desarrollada? No estaba presente cuando Julio César, a su tosca manera, la alabó. El ascensor se detuvo antes de que pudiera interrogarlo. La recepción del consultorio estaba desierta por ser sábado. Golpeó la puerta del consultorio y esperó a que abriera su amigo. Gael la miró con una expresión tan contenida que la perturbó.

—¡Eh, tonto! ¿Acaso tengo monos en la cara? —le soltó para ocultar su ofuscación.

—Buenos días, Ivana —se inclinó riendo para darle un beso en la mejilla—. Es que pensé que no iba a tener otra oportunidad de verte con pollera. —Le tendió el puño al hermano—: ¡Hola, Jordi! Me alegro de verte.

—También yo —respondió chocándole los nudillos.

El médico se apartó y les hizo un gesto para que ingresaran al despacho. Una serie de aparatos estaban ubicados a un costado del escritorio sobre el cual se asentaba lo que Ivana supuso una computadora y después se enteró de que era un electroencefalógrafo. Gael corrió el sillón que estaba detrás del mueble y lo acercó a los dos que estaban del otro lado.

—Para que sea menos formal —comentó—. ¿Querés que hablemos de tu asunto? —le preguntó a Ivi.

—Jordi es quien te va a consultar —dijo ella.

—Bien. Te escucho —el médico se dirigió al muchacho.

Jordi miró a su hermana y se disculpó:

—Quisiera hablar con Gael a solas. ¿Te importa?

Ella hizo un gesto de desconcierto pero reaccionó de inmediato.

—No. Si vos lo querés así —declaró encogiéndose de hombros.

—Ivana, para no aburrirte, ¿por qué no nos esperás en el bar de enfrente? Tomate un café y elegí la porción de torta que quieras. Yo invito —propuso su amigo lamentando perderla de vista tan pronto.

—Sí, Mavi. Por favor —rogó Jordi.

Cuando cerró la puerta tras ellos se sintió tan excluida como los leprosos en la edad media. Cruzó hasta la confitería y pidió un café. Lo sorbió lentamente tratando de relajar su pensamiento. Lo terminó y miró el reloj. Apenas habían transcurrido quince minutos. Pidió otro y una porción de lemon pie. Tomó la infusión jugueteando con la cuchara sobre el postre. Lo dejó porque la ansiedad le había cerrado la garganta. ¿Qué le estaba contando a Gael que no le había confesado a ella? Tonta, tonta, tonta… Él es un especialista. Le hará las preguntas que vos no supiste formular. Pero Jordi, yo soy tu hermana, tu Ivi mamá, no quiero que sufras por ser diferente, no quiero que te desmenucen el cerebro, no quiero que Gael escarbe tu materia gris para llegar a la conclusión de que esas imágenes son el síntoma de una enfermedad incurable… ¡Dios mío! No, no lo podría soportar…

Se levantó atropelladamente y corrió hacia la puerta.

—¡Señorita, señorita! —gritó la camarera.

Se volvió y la miró aturdida. La chica se acercó y le dijo en voz baja:

—No pagó la consumición.

El bochorno, sumado al desconsuelo de la vivencia de la enfermedad de Jordi, la precipitó en un llanto acongojado que dejó atónita a la empleada. Antes de que reaccionara, entraron Gael y Jordi a la carrera. El primero la cobijó contra su cuerpo mientras la calmaba con caricias y palabras. Su hermano se tranquilizó de inmediato porque el sosiego volvía a la mente de Ivi. Gael, sin deshacer el abrazo, la condujo hasta una mesita con asientos continuos ubicada en un rincón.

—Eh, chiquita… —murmuró sobre su sien— contame que te pasó.

—Jordi está mal, ¿verdad? —sollozó—. No me lo ocultes.

—¿Quién te dijo eso?

—El tiempo que te tomaste para revisarlo… —hipó.

Gael le levantó la barbilla para que lo mirara a los ojos. Lo consumió el deseo de secarle las lágrimas a besos, pero se limitó a decir:

—Chica novelera, ni siquiera empecé. Estábamos hablando cuando gritó que algo terrible te pasaba y salimos volando los dos. Y he aquí que te encontramos llorando a moco tendido. A propósito —agregó— tomá un pañuelo.

Ivana lo tomó y se separó del hombre. Se sonó la nariz y preguntó con voz gangosa:

—¿Me jurás que no tiene nada malo?

—Hasta ahora goza de la misma buena salud que vos y que yo. ¿Te sirve eso?

Ella asintió y declaró que iría al baño. Acarició la cabeza de Jordi al pasar y caminó bajo la mirada preocupada de los varones hacia el final del salón. La camarera se arrimó a la mesa y dijo contrita:

—Perdone, doctor, yo no quise avergonzar a su novia. Es que no la conocía y se iba sin pagar…

—Está bien, Sami. Haceme la gauchada de ver si llegó bien al baño. Sin que se dé cuenta… —advirtió.

—Sí, doctor. Después vuelvo a tomar el pedido.

Jordi, aquietadas sus ondas cerebrales, observó la cara abstraída del médico.

—Está bien que Ivi y vos se pongan de novios. Aunque a ella todavía no le florecieron los colores —previno.

—A vos no puedo ocultarte nada con respecto a tu hermana —sonrió Gael—. Pero mi pretensión debe quedar entre los dos. ¿De acuerdo?

—No soy tonto. Si se lo dijera ahora, de puro porfiada te haría la cruz. Y yo quiero que ella se ilumine como vos.

—Pondré todo mi empeño —afirmó el médico.

—Su novia está bien, doctor —los interrumpió la empleada— ¿quieren tomar algo?

—Sí, Sami, gracias. Para mí un café. ¿Jordi…? —le preguntó.

—Café y torta de chocolate.

Ivana, más compuesta, se cruzó con la camarera y se sonrieron. Se deslizó en el banco de madera al lado de su hermano, enfrentada con Gael. Parecía tan inerme con los párpados ocultando sus pupilas, que el hombre estiró el brazo para apoyar la mano en su hombro. Ella levantó la vista en una muda súplica que Gael supo interpretar.

—Te dije que te quedaras tranquila —dijo con firmeza.

Sami se acercó con la bandeja y depositó el pedido frente a los varones.

—¿Quiere otro café? —la consultó a Ivi.

—No. Gracias. —Cuando la chica se retiró, le aclaró a su amigo—: Me tomé dos y pedí una porción de lemon pie. Y no los pagué.

—Yo te invité —rió él—. Y podés repetir lo que quieras.

—Suficiente por la mañana —dijo Ivi—. ¿Vas a empezar a hacerle pruebas a Jordi?

—Acordamos que a partir del lunes —contestó mirando al chico—. ¿Tienen algún programa?

—Pensábamos invitarte a almorzar —intervino Jordi.

—No —aclaró Ivana—. Lo cierto es que no puedo pagar la comida de los tres. Pero puedo invitarte a comer en casa, si querés.

—¿Vas a cocinar vos? —investigó el médico.

—Perdé cuidado. La cocina está a cargo de mamita —rió Ivi recordando un aciago intento culinario.

—Entonces, ¡acepto! —respondió Gael con presteza.

Amigos y AmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora