Capitulo 26

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—Dada la hora —dijo Bob— tendrán que elegir entre el museo de cera o el de Holmes.

Ivana miró el rostro afable de su amigo y el expectante de su padre y decidió no poner obstáculos a la invitación.

—Que decida Jordi —resolvió.

—¡El de Sherlock! —contestó su hermano sin dudar.

—Que así sea —rió el dueño de casa.

—¿Quieren darse un baño y cambiarse? —intervino Anne—. En cada dormitorio tienen teléfono y una PC para conectarse con su casa. Úsenla a discreción —los exhortó.

—Son demasiado bondadosos —agradeció Ivi desbordada por tantas atenciones.

—Querida —dijo Anne tomándola de la mano—: demasiado es poco para agradecer los cuidados que le dispensaron a Gael al integrarlo como parte de su familia. Ahora Bob y yo deseamos que ustedes se sientan en su propia casa.

La mirada afectuosa de la mujer invitaba al abrazo que Ivana no vaciló en dispensar. Al separarse, Anne declaró:

—Los acompaño a sus habitaciones porque tengo una sorpresa para ambos. Vamos.

Los invitados siguieron a la vivaz anfitriona que primero se detuvo frente al cuarto de Jordi. Le hizo un gesto para que abriera la puerta y cuando estuvieron adentro el chico emitió una exclamación de deleite. Sobre la cama resaltaba un elegante piloto gris y su correspondiente paraguas. 

—¡Es fantástico! —dijo Jordi y se lo midió ante la mirada divertida de las mujeres.

—Te queda perfecto —opinó su hermana y se volvió hacia la madre de Gael—. Estoy abrumada, Anne. No sé cómo retribuir los favores que nos dispensan.

—Aceptándolos con la misma alegría que nos da el hacerlos. ¿Sabes cuál es el valor de los regalos para mí? —dijo tomándola del brazo para conducirla hacia su dormitorio—: La satisfacción de quien lo recibe —franqueó la entrada y la joven encontró sobre su cama una hermosa gabardina color verde agua con cinturón, sombrero y paraguas.

—Después de tu declaración no me animo a oponer ningún reparo —rió Ivana dándole un beso.

—Creo que Gael los tiene muy presentes, porque es el artífice de la elección —reconoció Anne—. Pruébatelo.

Ivi se calzó la prenda que le sentaba a la perfección. Las capas del abrigo destacaban su figura y el sombrero de lluvia de ala caída y levemente ondulada, le confería a su rostro un aire adolescente. Anne la miró complacida y consultó al despedirse:

—¿Estará bien salir dentro de una hora?

—Más que suficiente —afirmó la chica.

Antes de llamar a Lena le recomendó a Jordi que estuviera listo en una hora. Charló diez minutos con su madre y después se dio una ducha rápida porque había olvidado preguntar por el uso racional del agua. Se calzó un pantalón negro, un suéter blanco y botas cortas. Bajó a la sala con la gabardina colgada del brazo y el sombrero y paraguas en la mano. Sólo estaba Gael en la estancia y su expresión de complacencia la ofuscó. No me mira como antes. ¿Desde cuándo me perturba su presencia? Son sus insinuaciones. Pero ¿yo le doy espacio para que confiese lo que realmente siente? No. ¡Y no lo quiero saber! Necesito a mi amigo de la infancia, al adolescente que me escuchaba sin juzgarme porque no se interponía ningún interés personal…

—¿Te quedó bien? —la pregunta la sacó de su marasmo.

—Fue idea tuya. —La afirmación sonó acusadora.

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