Ivana abrió los ojos a la mañana del domingo y una sonrisa distendió su boca al conectarse con su nueva realidad. Se desperezó con languidez y miró la hora en el reloj apoyado sobre la mesa de luz. Eran las ocho de la mañana y el resplandor que se filtraba por la persiana vaticinaba un cielo despejado.Menuda sorpresa te vas a llevar, mamá. Vas a ser la primera en enterarte que me liberé de la confusión. ¡Ni siquiera Gael!
Sin perder el humor, se bañó y se cambió dedicando especial atención a su aspecto ahora que deseaba seducir a su amigo. Bajó a las nueve cuando todos estaban desayunando en la cocina.
—¡Buenos días a todos! —dijo con entusiasmo.
El saludo general llegó en medio de sonrisas.
—¿Te repusiste? —preguntó Gael alcanzándole una taza de café.
—Completamente —sonrió—. Supongo que les habrás contado mi malograda carrera.
—No sin tu autorización —dijo con una sonrisa burlona.
—¿Qué pasó, Ivi? ¡Contá! —pidió Jordi.
Ella enfrentó las pupilas masculinas y relató con gracia:
—Le jugué una apuesta a Gael esperando llegar más rápido a la cima del observatorio y en la parte más empinada de la cuesta me quedé acalambrada y sin aire. Así que me tuvo que cargar hasta arriba porque yo quedé invalidada —aclaró con una mueca festiva
—Creí que no te ibas a animar a confesarlo —ponderó él.
—Antes de que conviertas mi bochorno en una hazaña… —moduló intencionada.
—Jamás, puesto que yo cargué con la mejor parte —declaró cautivado.
El auditorio asistía regocijado al intercambio de los jóvenes cuya relación parecía haberse profundizado. Bob anhelaba que Gael pudiera concretar la pasión que sostenía desde su más tierna edad; Anne esperaba que el amor de su hijo persuadiera a la hermosa muchacha y Jordi, que su adorada hermana se albergara en los brazos del mejor hombre que conocía. Sabía que el momento estaba próximo.
—Hoy les propongo un viaje a Castle Combe y Lacock —dijo Gael volviendo a la realidad que incluía -además de Ivi- a sus padres y a Jordi.
—¡Les va a encantar! —adhirió Anne—. Son dos pueblos que conservan su estructura medieval.
—Buena idea —declaró Robert—. Están a pocos kilómetros y el día es propicio para viajar.
—Si no demoramos en salir, podemos incluir una visita a Stonehenge y elCírculo de piedras de Avebury —precisó su hijo buscando la aprobación de la muchacha.
—¡Ay, Gael, sería fantástico! —dijo ella con entusiasmo.
Salieron a las diez y al mediodía estaban caminando por la calle principal de Lacock, su primera parada. La pequeña villa los trasladó a la época victoriana. Las casas de piedra con su techado de tejas, las ventanas con sus múltiples paneles vidriados, la serenidad del lugar sólo interrumpida por los ocasionales coches de los habitantes del lugar que volvían a situarlos en el siglo XXI. Visitaron los lugares más notables y pararon a comer en el pub más antiguo de la aldea. La siguiente pausa los asentó en Castle Combe, considerado como el pueblo más bonito de Inglaterra. Veredas angostas, casas de gruesos muros de piedra cubiertos de hiedra y enredaderas floridas, pocas cuadras y pocos habitantes; el lugar irradiaba un encanto especial que despertaba el deseo de afincarse en la bucólica atmósfera. Bob y Gael, convertidos en expertos guías, enriquecieron el paseo relatando la historia de los lugares. Para ahorrar el tiempo de la merienda, se aprovisionaron de panecillos dulces y salados que algunos vecinos disponían sobre mesas en la puerta de sus casas, depositando el dinero en la ranura habilitada para el correo. El camino a Stonehenge bordeando la verde campiña inglesa mantuvo a Ivi y a Jordi fascinados por un paisaje que no se cansaban de contemplar. Gael estacionó el auto cerca de la boletería y la tienda de recuerdos y poco después admiraban la colosal estructura del enigmático monumento de piedra. Salvo contratando una excursión privada, el acercamiento a las ruinas era muy limitado, pero Ivana se sintió transportada a una era remota donde los misterios y sacrificios formaban parte de la vida misma. Gael se deleitó mirando la carita subyugada de la joven a medida que le narraba las diversas conjeturas sobre el oscuro santuario. A media tarde concluyeron en Avebury cuyos círculos megalíticos se remontaban a cinco mil años de antigüedad. Estas piedras estaban rodeadas por un foso profundo pero, a diferencia de Stonehenge, se podía circular entre ellas. Ivana y Gael se apartaron inadvertidamente del resto del grupo y deambularon entre el complejo neolítico.