El sábado amaneció tan melancólico como el ánimo de Ivana. Su entrañable mamá le sirvió el desayuno en la cama. Después de responder a su beso, observó con voz culposa:
—Se invirtieron los papeles, mami. Yo tendría que haberte atendido a vos.
—Cariño, poder brindarte un mimo es la mejor terapia para mí —declaró Lena acariciando su mejilla.
Mientras la chica tomaba el café con leche, la puso al tanto de las actividades del día:
—Julio César ha organizado un asado en la casa de Funes de Ronaldo y quiere que vayamos todos. El día está nublado y con amenaza de lluvia, pero asegura que en el chalet tendremos todas las comodidades.
—Creí que faltaba terminarlo.
—Está listo. Están esperando el final de obra.
—Bueno. No vamos a desairar a los muchachos que se preocupan por sus mujeres. Porque esta cortesía es consecuencia de la ruptura con papá, ¿verdad?
—De mi ruptura, Ivi. Quiero que disciernas que tu padre no ha cortado con ustedes sino con la relación de pareja que tenía conmigo. Y que yo estoy de acuerdo con esa decisión —dijo con firmeza.
—Sí, mamá. Perdoname. Me va a costar adaptarme a la nueva situación, de modo que tendrás que tenerme paciencia.
—Toda la que haga falta, querida. Pero que te quede claro: no sufras por mí ni por vos. El afecto de papá no ha variado con sus hijos —se levantó del borde del lecho—. Son las diez. ¿Estarás lista para las once? Nos pasarán a buscar Diego y Yamila.
—Ya empiezo a prepararme. Y gracias, mami —dijo tendiéndole los brazos.
Lena respondió al reclamo y después salió llevándose la bandeja. Antes de las once bajó Ivana y Jordi corrió a besarla.
—¡Buen día, Ivi! ¡Vamos a conocer la casa que proyectó Jotacé! —exclamó con entusiasmo.
—¿Qué tiene de especial? —sonrió.
—¡Qué está toda automatizada! Tiene un cuarto con cinco computadoras que controlan los ingresos de la puerta principal, del parque, la entrada de servicio, la cochera y el fondo.
—¡Cielos! Espero que no monitoreen los baños —rió Lena.
Ivana subió a la terraza para aquilatar el clima. Viento helado, nubarrones y presagio de tormenta. Puso algunas plantas a reparo ante la contingencia de granizo y bajó cuando Jordi le avisó que había llegado Diego. Su hermano la abrazó con cariño y se interesó por su estado de ánimo. En el auto esperaba Yamila y poco después partieron para Funes. Jotacé y el dueño de casa les dieron la bienvenida y, una vez acomodados, los invitaron a recorrer la pequeña mansión. Estaba enclavada en medio de un predio arbolado con ejemplares centenarios, según explicó Ronaldo. El terreno había pertenecido a una familia por generaciones y los últimos descendientes lo habían vendido con la casa que Jotacé había reciclado y modernizado. Después de la gran reja perimetral se abría un amplio jardín al frente con cochera pasante al garaje cubierto con capacidad para cuatro autos. Detrás de la casa se destacaba la amplia piscina, ahora vacía, alrededor de la cual retozaban los dos perros guardianes. Las primeras gotas de lluvia los encaminaron al porche para ingresar al interior calefaccionado con estufa a leña. En la planta alta, cuatro dormitorios en suite, dos de los cuales tenían balcón con vista al parque trasero. Bajaron por fin, a decir de Jordi, para inspeccionar el cuarto de control adonde estaban instaladas las computadoras. Lo dejaron delante de los monitores mientras el resto se instalaba en el living. Los hombres pasaron al quincho cubierto para ocuparse del asado en tanto las mujeres se dedicaban a charlar.